CAPITULO 18
Camila

— ¡Puedes dejar de rascarte la herida! Por el amor de Dios —regaño por décima vez a Paola quién se encuentra en el sofá acostada con vendajes en sus brazos y en la pierna dónde salió más lastimada, tiene en su cara algunas gasas pero ella se lastima los daños más profundos.

— ¡Pero es que me pica! No seas mala, deja que alivie mi picazón. — ella hace un puchero.

—Cuando se te infecte las heridas por andar de impaciente tendrás que recordar que no es mi culpa, porque cuando estés lamentando el haber hecho eso, me culparás a mí. Yo te conozco, bicha— le digo tras apagar las hornillas—. Ni se te ocurra limpiarte la herida de la pierna tú sola, si no viene Thomas entonces espera a que yo llegue. —le oriento.

— ¿Y por qué? Soy capaz de limpiar mis propias cosas, déjame decirte. —me refuta.

—Pues déjame decirte a ti que eres muy patosa con todo de tu salud, y no quiero que después la herida, que es la peor que tienes, se infecte y te cause un mayor daño a tu pierna, y después se
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