—Lo recuerdo —dijo.
Me volví hacia él. Estaba a mi lado, lo suficientemente cerca como para comprobar que todo lo que acababa de decirme lo decía de corazón, y lo suficientemente lejos como para no volverme loco de nervios.
—¿Qué cosa? —pregunté en un tímido murmullo.
—Nuestro primer beso.
Mi cuerpo se hizo de piedra.
—Volví tarde del bar. Había estado con Valerie… ella me había presentado unos amigos a los que francamente ya no recuerdo. Las cosas se subían de tono… así que puse de excusa que ya estaba lo bastante ebrio para volver. Vine aquí bastante mareado… pero no tan ebrio como para no recordar. Hice una escena, lo recuerdo, era como si no tuviera control sobre mí mismo. Perdí la conciencia por un rato. Cuando desperté tú le estabas hablando a Anderson, así
Llegamos a nuestra habitación luego de clases para un merecido descanso. Will lanzó su mochila a un lado y yo, ligado al hábito, coloqué la mía prolijamente sobre la mesa de noche.—¿Cómo te fue? —me preguntó, acercándose para darle un beso a mi cabello.—Bien —sonreí—. Lo normal.—¿Mucho trabajo?—Supongo… —dije, restándole importancia.Me senté sobre mi cama de cara a la ventana, saqué un cuaderno para comprobar mis deberes y empecé a leerlo, tratando de que el cansancio no me distrajera.No fue eso lo que me distrajo. Sentí las fuertes y cálidas manos del rubio sobre mis hombros. Empezó a masajearlos suavemente, provocando en mis agotados músculos un relajo estimulante.—Estás tenso, Ethan —me dijo suavemente.Sin saber p
Cualquiera que se detuviera a mirar a la pareja más observada en todo el instituto Henderson Green, diría que nada anómalo estaba pasando.A Will Robinson y Valerie Mitchell se les veía bien. Ambos eran guapos, talentosos, carismáticos, y parecían pasarlo bien juntos. Nada había cambiado entre ellos, se les podía observar por el pasillo tomados de la mano, sonriéndose mutuamente, robándose uno que otro beso de manera furtiva, escondiéndose de la inquisidora mirada de Anderson. Incluso si Will no me hubiera recordado durante la siguiente semana que el hecho de que se me había declarado y yo a él era cierto, yo hubiera pensado que solo se trataba de un sueño y hubiera seguido mirándolos como la pareja perfecta que parecían.Además, y esto era algo con lo que Johanna siempre me ponía una cara de "cómo-lo-permites" cada vez que se enteraba, W
La maestra Grey, de lejos mi favorita, nos había dejado un ensayo muy interesante. Quería que en por lo menos dos caras y media explicáramos a fondo acerca de nuestra percepción del dolor. Quería saber qué era exactamente lo que considerábamos doloroso, describir la sensación que este provocaba en nosotros.Yo todavía no sabía acerca de qué escribiría. Hacía mucho que no experimentaba verdadero dolor, ya fuera físico o interno… a menos que escribiera acerca de mis pesadillas.Ese solo pensamiento me hizo estremecer. Sin embargo, el dolor no es lo mismo que el miedo, así que por más duro que me resultara que esos recuerdos aún me persiguieran por las noches, no podía ser ese el tema de mi redacción.En fin… luego se me ocurriría algo.De hecho, podía pedirle a Will que me ayudara un poco y me diera
"La ilusión puede ser tan dulce y cálida como hiriente y dolorosa.Como un lobo disfrazado con piel de cordero. Qué hermoso animalito se te acerca, esponjoso y de ojos brillantes. Cómo acomoda su cabeza bajo tu mano, cómo parece sucumbir a tus caricias, cómo espera ganarse tu confianza y afecto para, de la manera menos sutil posible, arrancarse el poético disfraz revelando su horrenda apariencia, abalanzarse sobre ti y hacerte pedazos.El dolor físico no es tan relevante cuando se le compara con el que fabrica nuestra propia mente para nosotros.Morir desde adentro, es la forma más terrible de morir"Así rezaba la introducción de mi ensayo. Escribirlo no me había tomado ni dos minutos y la mano me dolía por la rapidez con la que lo había hecho.Me encontraba en la biblioteca haciendo algunas tareas en el tiempo que m
Joslyn era una rubia de unos treinta años. Se encargaba del departamento de distribución y mantenimiento de habitaciones desde que yo había llegado al internado, quizás un poco más. Ella se encargaba de decidir quién iba con quién, y en dónde. Tenía el poder en sus manos, aunque no era la clase de poder que ella considerase importante. Debía ser un poco más que eso, porque ya la conocían antes de que yo llegara.Siempre vestía un innecesario traje sastre de color esmeralda oscuro, como si nos encontráramos en la gran manzana, en una elegante y formal oficina en la que en cualquier momento tu jefe podía cruzar la puerta y pedirte que lo cubras en alguna importantísima reunión de trabajo. No vestía, definitivamente, como si se encontrara en el Henderson Green, un internado en medio de un casi artificial ambiente campestre.Yo nunca había ha
El cuarto de Ike era pequeño, frío y con tan solo verlo me daban ganas de salir de ahí cuanto antes. Cuando entré descubrí una habitación vacía, ordenada y con las luces apagadas. No había rastros de las pertenencias de Ike. Al parecer estaba convencido de que su futuro estaba en Canadá y de que ya no volvería.La cama estaba junto a la ventana, casi como en mi otra habitación. Sin embargo, las cortinas eran grises, y el cristal estaba más limpio… esa por lo menos era una buena noticia.Dejé mi ejemplar de "El Resplandor" en el velador. Este era de madera más oscura que el antiguo, al igual que el closet y las patas de ese pequeño sofá de cuero que ocupada el vacío en medio de todo. Quizás estaba estratégicamente diseñado para que todo hiciera juego… no lo sé, era una posibilidad.Estaba solo, pero me se
Johanna se quedó conmigo hasta que llegó la hora de su próxima clase. Luego se fue.Desde ese momento, ese preciso momento en el que mi mejor amiga atravesó la puerta para no llegar tarde, empezó un período de mi vida, un lapso de tiempo que yo llamaría no mucho después "la purga". Sí, era eso exactamente lo que era. Era mi propio proceso de desintoxicación. Sacar de mi vida y de mi corazón cualquier rastro de Will Robinson que pudiera haber quedado accidentalmente esparcido por ahí, olvidar de una vez por todas no solo a él, sino todo lo que me pudiera evocar su recuerdo.Pasaron algo de tres semanas. Para mí parecían años. No sabía si era por mi lastimada noción del tiempo o por mi purga, pero así era. Esas tres semanas parecieron transcurrir en milenios, y los segundos, los minutos, las horas, se deslizaban tortuosamente sobre mí
Tarde.Tarde, tarde, tarde.—Mierda, mierda, mierda, mierda, mierda… —gruñí calzándome las zapatillas y sin haberme dado siquiera una ducha de dos minutos.El sudor me corría por la frente y esa mañana en particular mis manos se habían vuelto especialmente torpes, lo cual convirtió la simple tarea de atarme los pasadores en una lucha titánica.—¡Ya, joder, ya! —chillé antes de terminar.Me levanté de la cama como un rayo, tomé mi mochila del suelo y corrí hacia la oficina de Gibson con el celular en la mano para tener la oportunidad de ver la hora en el camino.¿Pero para qué carajo he traído la mochila?Quizás había sido el reflejo que usualmente tenía cuando me levantaba tarde para ir a clases. Hubiera bastado que llevara el trabajo para Gibson entre las manos y y