Alexis:Un chillido ahogado me despierta y me saca a la fuerza de un sueño tranquilo. Abro de golpe los ojos en un subidón de adrenalina y me incorporo para sentarme. El movimiento repentino hace que se resientan las costillas fracturadas. Con la escayola del brazo izquierdo golpeo el monitor cardíaco que está al lado de la cama y la punzada de dolor es tan intensa que la habitación da vueltas a mi alrededor en una espiral nauseabunda. Me late el pulso con fuerza y tardo un momento en comprender qué me ha despertado. Amy. Creo que tiene otra pesadilla. Relajo un poco el cuerpo, que se había puesto en tensión, preparado para el combate. No hay ningún peligro, nadie nos persigue. Estoy tumbado junto a ella en la lujosa cama del hospital, a salvo, con toda la seguridad que la mafya nos puede proporcionar en la clínica del San Pietro. El dolor en las costillas y el brazo ha mejorado y ahora lo tolero mejor. Me muevo con cuidado y coloco la mano derecha sobre su hombro para desperta
Alexis:La tomo del hombro con más fuerza para inclinarme y beso su boca cerrada. Tensa los labios un momento, resistiéndose, pero según le paso la mano por el cuello y le acaricio la nuca, suspira y los relaja, dejándome entrar. La explosión de calor en mi cuerpo es fuerte e inmediata. Su sabor hace que la polla se me ponga dura de manera incontrolable. —Eh… disculpe, señor Visconti… —Una voz de mujer acompañada de un golpe tímido en la puerta hace que me dé cuenta de que las enfermeras están realizando su ronda matutina. ¡Joder! Me entran ganas de no hacerles caso, pero presiento que volverán dentro de un rato, seguramente cuando se la esté metiendo a mi mujer hasta el fondo. De mala gana, la dejo, me giro sobre la espalda, conteniendo el aliento por el dolor, y veo cómo ella salta de la cama y se pone una bata a toda prisa. —¿Quieres que abra la puerta? —me pregunta, y yo asiento, resignado. Las enfermeras me tienen que cambiar los vendajes y asegurarse de que estoy lo sufi
Amy:Estupefacta, observo cómo la figura desnuda de Alexis entra en el baño. Sus heridas hacen que vaya más lento y sus movimientos son más rígidos que de costumbre, aunque aún hay cierta elegancia en su modo de andar. Incluso después de ese sufrimiento horrible, tiene el cuerpo musculoso, duro y atlético. La venda blanca alrededor de las costillas le realza la anchura de los hombros y la tonalidad bronceada de la piel. «No se ha opuesto a que me tome la píldora», pienso. Según voy asumiéndolo, noto que me ceden las piernas del alivio y la tensión producida por la adrenalina desaparece con un zumbido repentino. Estaba casi segura de que iba a negarse; su expresión al hablar era indescifrable, ininteligible… tenía una opacidad peligrosa. Me ha calado a pesar de mis excusas sobre mis estudios y sus heridas; sys ojos resplandecían con una fría luz verde que me contraía el estómago de miedo. Pero no me ha negado la píldora. Al contrario, me ha propuesto que pidiera un nuevo métod
Amy:Avergonzada, envuelvo su mano con mis dedos y le alejo la mano de la cara. —Estoy bien —consigo decir con una voz más o menos calmada—. Lo siento. No sé qué me ha pasado. Me observa, y veo una mezcla de rabia y frustración en su mirada. Nuestros dedos están entrelazados, como si fuera reacio a soltarme. —No estás bien, amore—dice con brusquedad—. Estás de todo menos bien. Tiene razón. No quiero reconocerlo, pero tiene razón. No estoy bien desde que se fue de la finca para capturar a los terroristas. Estoy hecha un lío desde su partida y parece que estoy aún peor ahora que ha vuelto. —Estoy perfectamente —digo, sin querer que piense que soy débil. Fue a él a quien torturaron y parece estar controlado, mientras yo me derrumbo sin ninguna razón. —¿Bien? —Alza las cejas—. En las últimas veinticuatro horas has tenido dos ataques de pánico y una pesadilla. No te encuentras bien. Trago saliva y bajo la mirada hacia mi regazo, donde nuestras manos están unidas con fuerza y po
Amy:Me sujeta por la cadera, retoma el ritmo y me folla con más fuerza y rapidez. Sus sacudidas reverberan dentro de mí, haciendo que mi cuerpo irradie ondas de placer. Sigo aferrándome a las sábanas con las manos. Cada vez chilló más alto mientras la tensión en mi interior se vuelve insoportable, intolerable… Y después me rompo en mil pedazos; mi cuerpo palpita sin cesar alrededor de su enorme erección. Gime y clava los dedos en mi piel mientras me agarra la cadera con más fuerza y siento que explota contra mi trasero con su polla sacudiéndose dentro de mí cuando encuentra su liberación. Cuando ha terminado, sale de mí y retrocede. Temblando por la intensidad del orgasmo me desmorono sobre el costado y giro la cabeza para mirarlo. Está de pie con la cremallera de los vaqueros bajada y su pecho sube y baja debido a su respiración acelerada. Su mirada está llena de deseo constante al observarme, sus ojos fijo en mis muslos, donde su semen gotea lentamente de mi sexo. Me sonroj
Alexis:Cuando aterrizamos ya es de noche.Guío a Amy, que está adormilada, fuera del avión y nos metemos en el coche para irnos a casa.A casa. Es raro pensar en este sitio otra vez como mi casa. Era mi casa cuando era un niño y la odiaba. Lo odiaba todo, desde el calor húmedo hasta el olor acre de la vegetación. Sin embargo, ahora que he crecido, me siento atraído por lugares como este, sitios aislados que me permiten ser quien soy, sin esconderme .Tuvo que venir Amy para darme cuenta de que no odiaba la finca, de que este lugar es perfecto para que vivamos. Ella se acurruca cerca de mí en el asiento trasero del coche,interrumpiendo mis cavilaciones, y bosteza con delicadeza sobre mi hombro. El sonido recuerda tanto a un gato que me río y le paso el brazo derecho alrededor de la cintura para atraerla más hacia mí.—¿Tienes sueño?—Mmm-mmm. —Frota la cara contra mi cuello—. Hueles bien —murmura.Y solo con eso, se me pone dura como reacción a sentir sus labios rozarme la pi
Alexis:Así que, en vez de murmurar inútiles palabras de cariño, me agacho apoyándome sobre el codo derecho y la beso en la boca con fuerza, aprovechando que tengo su mandíbula sujeta para mantenerla quieta. Mis labios chocan con los suyos e hinco los dientes en su labio inferior mientras fuerzo la lengua a entrar dentro, la invaden y le hacen daño. Mi monstruo sádico interno tiembla de placer ante el sabor metálico de la sangre, al tiempo que me retuerzo de arriba abajo de dolor ante la angustia que está sintiendo. Jadea en mi boca, pero ahora es un sonido distinto, más sorprendido que desesperado. Siento que se le expande el pecho al respirar profundamente y me doy cuenta de que mi duro método para llegar a ella está funcionando, que ahora se está centrando en el dolor físico y no en el mental. Abre los puños, ya no se aferra a las sábanas, y se queda quieta debajo de mí. Todo el cuerpo se le tensa como si tuviera un miedo distinto, un miedo que excita mi parte más oscura, más
Amy:—¿Podemos hablar?Entro en el despacho de mi marido y me acerco a su escritorio. Alza la vista a modo de saludo y me quedo maravillada una vez más por lo muchísimo que ha avanzado su proceso de recuperación durante las últimas seis semanas.Ya le han quitado la escayola y los vendajes. La verdad es que él había afrontado su curación de la misma forma en que suele acometer cualquier otra ambición: con una obstinación implacable y una gran convicción. En cuanto el doctor Goldberg dio el visto bueno para quitarse la escayola, le faltó tiempo para ir a rehabilitación. Se había pasado los días ejercitándose durante horas para restablecer la movilidad y el funcionamiento del lado izquierdo del cuerpo. Sus cicatrices se notan cada vez menos, por lo que hay días en los que casi olvido que estuvo gravemente herido y que pasó por un infierno del que había salido relativamente ileso. Nuestra estancia en la clínica en Rusia y todas las operaciones le habían costado millones