Alexis:Despierto antes que ella, como de costumbre. Duerme plácidamente abrazada a mí y con una pierna encima de la mía: su posición preferida. Me aparto de ella con cuidado y, sin hacer ni un solo ruido, me voy directo a la ducha. Intento no pensar en la tentación que ahora mismo yace en mi cama, en su cuerpo delgado y atractivo durmiendo entre las sábanas, la viva imagen de la pureza y la candidez. Es una pena, pero no tengo tiempo para saciar mis ganas de poseerla esta mañana; el avión está listo y me espera en la pista de despegue. Anoche consiguió sorprenderme. Durante toda esta semana había notado un ligero distanciamiento de su parte, casi imperceptible. La otra noche quizás rompiese el muro que la rodeaba, pero consiguió reconstruir una parte. No es que hubiese estado enfurruñada y dándome la espalda, pero sí que es cierto que aún no me había perdonado del todo. Hasta ayer por la noche. Pensaba que podría seguir adelante sin que me perdonase, pero la satisfacción que
Alexis:El vuelo a la India desde Moscú debería de tardar unas seis horas en mi Boeing C-17 (uno de los tres aviones militares que poseo), lo suficientemente grande para llevar a todos mis hombres y el equipamiento para esta misión. Todo el mundo, yo incluido, está equipado con lo último en material de combate. Tenemos chalecos antibalas y resistentes al fuego y vamos completamente armados con rifles de asalto, granadas y explosivos. A lo mejor es un tanto excesivo, pero no me la juego con la vida de mis hombres. Que me guste el peligro no quiere decir que sea un suicida; todos los riesgos que tomo en estos negocios están estudiados al milímetro. El rescate de Amy quizás fuese la operación más peligrosa que he realizado en los últimos años y no lo habría hecho por otra persona. Solo por ella.Me paso la mayor parte del vuelo revisando los detalles de producción de una fábrica nueva en la Ciudadela. Si todo va bien, quizás Velkan desplace la producción de los nanorobots a allí.La
Amy:Dos días sin Alexis.No me puedo creer que haya pasado ya dos días sin él. He hecho mi rutina normal, pero sin élaquí, todo parece diferente. Vacío. Oscuro.Es como si el sol se hubiera escondido detrás de una nube dejando al mundo en penumbra.Es de locos. Completamente de locos. Ya he estado sin él antes. Cuando estuve en la isla sepasaba días de viaje. De hecho, pasó más tiempo fuera de la isla que en ella, y yo me lasapañaba como podía para seguir con mi vida. Pero esta vez tengo que luchar continuamente contra unsentimiento de inquietud, de ansiedad, que se incrementa cada hora que pasa.—No sé qué me pasa —digo a Rosa durante nuestro paseo matutino—. He vivido veinte años sinél y ahora, de repente, ¿ni siquiera puedo aguantar dos días?Me sonríe.—Claro. Sois inseparables, no me sorprende en absoluto. Nunca había visto a una pareja así deenamorada.Suspiro y niego con la cabeza con desazón. A pesar de no parecer sentimental, Rosa tiene un inmensolado ro
Amy:No estoy segura de cómo he llegado al cuarto, pero aquí estoy, sola en la cama que compartíamos, envuelta en una agonía silenciosa. Puedo sentir manos suaves que tocan mi pelo y oír voces que me murmuran palabras en italiano o ruso.Sé que Amanda y Rosa están aquí conmigo. El ama de llaves parece que esté llorando. Yo también quiero llorar, pero no puedo. Siento un dolor tan intenso, tan profundo que llorar sería lo más fácil. Creía que sabía lo que era sentir el corazón despedazado. Cuando por error di por muerto a Alexis aquella vez, estaba destrozada, destruida. Y luego, esos meses sin él fueron los peores de mi vida. Creía que sabía lo que era sufrir la pérdida de alguien, lo que sería no volver a ver su sonrisa o sentir el calor de sus abrazos. Pero ahora me doy cuenta de verdad de que existen grados de agonía. El dolor, en un principio es desolador, pero llega hasta destrozar el alma. Cuando lo había dado por perdido otras veces, él era parte de mi mundo. Ahora, sin em
Amy:—¿Qué? —Lo miro sin poder creer lo que dice—. ¡Pero Alexis está herido! Está en un hospital y yo soy su mujer. —Sí, lo entiendo —no le cambia la expresión de la cara, me mira con sus ojos fríos—. Mucho me temo que el señor, literalmente, me mataría si pongo su vida en riesgo. —¿Me estás diciendo que no puedo ir a ver a mi marido que acaba de tener un accidente de avión? —Elevo la voz cuando la cólera se apodera súbitamente de mí—. ¿Qué se supone que tengo que hacer: quedarme aquí sentada mientras mi marido está herido a medio mundo de distancia? A Marco no parece haberle impresionado mi enfado. —Haré lo posible para ofrecerle llamadas de teléfono seguras y quizás conexión de vídeo —dice de forma calmada—. También la mantendré informada sobre cualquier novedad que haya sobre su estado de salud. Pero aparte de eso, de momento, me temo que no puedo hacer nada. Ahora mismo estoy trabajando en mejorar el dispositivo de seguridad del hospital donde lo han llevadoy al resto, así qu
Alexis:Con el yeso gigante en el brazo, es casi imposible ponerme la ropa que me ha traído la enfermera.Los pantalones suben sin problema, pero he tenido que romper la manga para poder pasarlo porella. El dolor de las costillas me está matando. Mi cuerpo no necesita más que quedarse tumbado en la cama y descansar, por lo que cada movimiento requiere un tremendo esfuerzo. Pero insisto, y tras unos intentos, consigo vestirme.Por suerte, andar me resulta fácil. Consigo mantener un paso normal. Al salir de la habitación, veo alos soldados de los que me había hablado Sharipov. Son cinco, todos visten ropa militar y llevan armamento.Conforme salgo al pasillo, comienzan a seguirme en silencio hasta la sala de cuidados intensivos. Suscaras inexpresivas me hacen dudar si realmente están ahí para protegerme o para proteger a otros de mí.No creo que al gobierno pakistaní le haga mucha gracia tener a un traficante de armas en uno de sushospitales civiles.Luca no está ahí, así que primero v
Amy:No me doy cuenta de que estoy gritando hasta que alguien me tapa la boca con fuerza, amortiguando mis gritos histéricos.—Amy, Amy, ¡para! —La voz firme de Marco me saca del torbellino de horror y me devuelve a la realidad—. Cálmate y dime exactamente qué has visto. Cálmate para que puedas hablar con mástranquilidad.Apenas logro asentir; él me suelta y retrocede. Por el rabillo del ojo veo a Rosa y a Amanda a pocos metros de distancia. Amanda se cubre la boca con las manos y vuelve a ser un mar de lágrimas. Rosa parece asustada y angustiada.—No… —Apenas puedo articular palabra por la garganta hinchada—. No he visto nada. Lo acabo de oír. Estábamos hablando y, de repente, he oído disparos y... gritos y luego más disparos. Alexis… —Se me quiebra la voz al mencionarlo—. Supongo que se le ha caído el ordenador porque la pantalla se ha vuelto loca y entonces solo he podido ver la pared. Pero sí he oído los disparos, los gritos, más disparos...No soy consciente de que estoy solloza
Amy:Cuando aterrizamos en el pequeño aeropuerto cerca de Moscú, hay una gruesa capa de nieve en el suelo, por lo cual agradezco haber decidido traerme la ropa que traigo. Ya es de noche, el viento está muy frío y me cala los huesos a través del abrigo de invierno. Apenas pienso en el malestar porque solo le doy vueltas a lo que nos espera. No nos espera ningún coche blindado porque no hay nada que delate nuestra llegada. Marco llama a un taxi para mí y subo a la parte trasera sola, mientras él se dirige de regreso al avión. El conductor, un hombre amable de mediana edad, trata de charlar conmigo, probablemente con la esperanza de averiguar quién soy. Estoy segura de que se cree que soy una famosa que llega en un jet privado como ese. Le doy respuestas monosilábicas a todas sus preguntas, y rápidamente entiende que solo quiero que me deje tranquila. El resto del trayecto pasa en silencio mientras miro por la ventana los caminos oscurecidos por la noche. Me late la cabeza por el estr