La noche se había vuelto una criatura viva, respirando a nuestro alrededor con susurros de hojas y sombras que se retorcían como serpientes. Dimitri me apartó bruscamente después del beso, pero sus manos temblaban contra mi cintura, traicionando la misma fiebre que quemaba mis venas.
—No debería haber pasado eso —gruñó, limpiándose los labios con el dorso de la mano, como si mi sabor fuera veneno. Pero sus ojos dorados brillaban con una intensidad que me hizo contener el aliento—. Esto... no es natural.
Los caballos relinchaban, sus patas golpeando el suelo cubierto de hojas secas. Gregor, el lobo anciano, nos observaba desde la distancia, su rostro surcado por arrugas de desconfianza.
—Alteza —dijo, señalando la marca plateada que ahora serpenteaba bajo la piel de Dimitri—, el veneno...
—No es veneno —interrumpí, recordando las visiones de la cueva y las runas que habían danzado en mi mente—. Es una maldición. Alguien no quería que sobrevivieras a esta noche.
Gregor escupió al suelo. —Los Volkov siempre fueron expertos en magia retorcida.
—¡Mi clan no hace esto! —protesté, pero incluso a mis oídos, mi voz sonó frágil. Había visto los cadáveres en la fortaleza Krevny, los pequeños cuerpos cubiertos con telas manchadas de sangre. ¿Niños? ¿Realmente conocía a los lobos con los que había crecido?
Dimitri me lanzó una mirada que podría haber congelado el fuego. —Da igual. Debemos llegar al Santuario de la Luna antes del amanecer.
—¿El santuario? —Gregor palideció, haciendo la señal de la garra sobre su pecho—. Es territorio prohibido, incluso para un Alfa.
—Ya no —Dimitri extendió su mano hacia mí, un desafío en su voz—. Ella es la clave.
El Bosque Maldito
Cabalgamos durante horas bajo un cielo que se teñía de rojo, como si el firmamento sangrara. Los árboles se retorcían en formas grotescas, sus ramas huesudas arañando nuestras capas. Este no era el Bosque de las Almas que recordaba; era algo más antiguo, más hambriento.
—Las barreras entre los mundos son débiles aquí —explicó Dimitri mientras esquivábamos raíces que se enroscaban como tentáculos—. Los espíritus de los ancestros caminan entre los vivos... y los muertos.
Un aullido lejano erizó el vello de mi nuca. Lo reconocí al instante: los lobos de caza de mi padre, entrenados para rastrear hasta el último rincón del territorio.
—Nos siguen —susurré, ajustando la empuñadura del cuchillo que Dimitri me había dado.
—No solo ellos —murmuró él, señalando las sombras que se movían entre los árboles.
Figuras humanoides, translúcidas y coronadas con astas de ciervo, flotaban a nuestro alrededor. Spectros. Los guardianes del bosque, o eso decían las leyendas.
Gregor encendió una antorcha cuyas llamas brillaban con un fulgor plateado. —No los mires a los ojos, niña. Se alimentan del miedo.
Uno de ellos se materializó frente a mí: un espectro esquelético con ojos vacíos y una boca abierta en un grito silencioso. Su mano huesuda rozó mi brazo, y el mundo se desvaneció.
La Visión
Estaba en un círculo de piedras ancestrales, la luna llena brillando como un ojo vigilante. Una mujer con mi rostro —cabello plateado y ojos grises— lloraba arrodillada, sosteniendo un bebé envuelto en telas manchadas de runas.
"Debes hacerlo", rugía un hombre que se parecía a Dimitri, pero con cicatrices que le desgarraban medio rostro. "El pacto requiere sangre de ambos linajes."
La mujer alzó un cuchillo de obsidiana, su voz quebrándose.
"Perdóname."La hoja descendió—
—¡Vuelve conmigo! —Dimitri me sacudió, rompiendo el trance. Estábamos en el suelo, mis uñas clavadas en su antebrazo mientras jadeaba—. ¿Qué viste?
—Nuestros ancestros —tragué saliva, el sabor a cobre en mi boca—. Un ritual. Sangre... tanta sangre.
Gregor se persignó de nuevo. —La profecía. Los espíritus hablan a través de ella.
Dimitri me ayudó a levantarme, sus manos callosas cerradas alrededor de las mías. —¿Qué más, Selene?
—El pacto —susurré—. No era solo un acuerdo... era un sacrificio.
Un nuevo aullido, más cercano, nos alertó. Dimitri maldijo en lengua antigua. —No tenemos tiempo. Monta.
El Santuario de la Luna
El santuario emergió entre los árboles como un colmillo gigante clavado en la tierra. Era una estructura circular de piedra blanca, sus muros cubiertos de runas idénticas a las que ahora brillaban bajo mi piel. El aire olía a hierbas quemadas y óxido, y cada paso que daba resonaba como un latido.
Gregor se detuvo en la entrada, su antorcha temblando. —Esto es magia de mujeres. Yo vigilaré.
Dentro, el silencio era opresivo. En el centro había un altar de piedra negra, marcado con surcos de garras y manchas oscuras que no quería reconocer.
Dimitri recorrió las paredes con los dedos. —Aquí es donde los primeros Alfa sellaron la paz. Sangre Volkov y Krevny mezclada bajo la luna.
—¿Qué pasó? —pregunté, aunque parte de mí ya lo sabía.
—El amor se convirtió en odio —su voz era un rugido sordo—. Como siempre pasa.
Un estruendo nos hizo girar. La entrada se había cerrado, y las runas en las paredes brillaban con una intensidad cegadora.
—¡Dimitri!
Él me empujó contra el altar, desenvainando su cuchillo. Por un momento, creí que iba a clavármelo en el corazón. Pero en lugar de eso, se hizo un corte en la palma y dejó que su sangre goteara sobre la piedra.
—Tu turno —ordenó, tendiéndome el cuchillo.
Mis dedos temblaron al tomar el arma. Al hacer el corte, nuestra sangre se mezcló, y el santuario cobró vida. Las runas se licuaron, fluyendo hacia nosotros en un remolino plateado que nos envolvió en un abrazo gélido.
"El pacto se renueva", resonó una voz que no era humana. "Sangre de dos clanes, unida por la Luna."
Dimitri me atrajo hacia él, y esta vez, cuando nuestros labios se encontraron, no fue solo deseo lo que nos movió. Era algo más profundo, ancestral, como si miles de almas nos observaran y aprobaran.
El techo del santuario se abrió, revelando la luna llena. Su luz nos bañó, y sentí cómo algo dentro de mí... despertaba.
El Precio
Gregor nos encontró horas después, tendidos en el suelo del santuario. Mis ojos se habían vuelto dorados como los de Dimitri, y sus cicatrices brillaban con un fulgor plateado.
—¿Qué hicieron? —el viejo lobo retrocedió, horrorizado.
Dimitri se incorporó, examinando sus manos transformadas. —Lo que debíamos hacer.
Fuera, los aullidos se habían convertido en gritos de guerra. Antorchas Volkov iluminaban el bosque, y entre los árboles, distinguí el pelaje plateado de mi hermano Luka montado en un caballo negro.
—¡Entregad a los traidores! —rugió, blandiendo una espada que nunca debería haber empuñado.
Dimitri tomó mi mano, su contacto eléctrico. —Ahora viene la parte difícil.
Gregor nos entregó sus armas, su lealtad resquebrajándose. —No sobreviviréis.
—Lo sabemos —dijo Dimitri, pero cuando me miró, vi un destello de esperanza en esos ojos que ahora compartía conmigo—. Pero lucharemos.
La Batalla de los Clanes
El campo frente al santuario era un infierno. Lobos Volkov y Krevny chocaban entre gritos y aullidos, sus garras destellando bajo la luna. Dimitri y yo corrimos hacia el corazón de la lucha, nuestro vínculo haciéndonos mover en sincronía, como si compartiéramos un mismo instinto.
—¡Luka! —grité al ver a mi hermano lanzarse hacia nosotros, sus ojos inyectados en sangre.
—¡Eres una bruja! —espetó, blandiendo su espada—. ¡Has corrompido nuestra sangre!
Me interpuse entre él y Dimitri. —¡No hagas esto! ¡El pacto es la única forma de detener la guerra!
Pero Luka ya no era el niño que había dejado en la cabaña. Su espada se clavó en mi brazo antes de que pudiera reaccionar. El dolor fue agudo, pero breve: las runas en mi piel brillaron, y la herida se cerró en segundos.
—¿Qué... qué eres? —susurró, retrocediendo.
—Tu hermana —respondí, llorando—. Siempre lo he sido.
Un rugido hizo temblar el suelo. El Alfa Volkov —mi padre— emergió entre los árboles, transformado en un lobo gigante de pelaje plateado y ojos azules como el hielo.
—¡Selene! —rugió, sus colmillos destilando veneno—. ¡Vuelve con tu clan!
Dimitri se interpuso, su forma de lobo negra duplicando el tamaño de la de mi padre. —Ella ya no te pertenece.
La batalla que siguió fue caótica. Sangre, fuego, y los espectros del bosque uniéndose a la carnicería. Pero en medio del caos, sentí una presencia antigua despertando en mí. Alzando las manos, liberé un pulso de luz plateada que congeló a ambos bandos en su lugar.
—¡Basta! —mi voz resonó con un eco sobrenatural—. ¡La Luna exige paz!
El suelo se abrió, tragándose a los lobos más agresivos de ambos clanes. Los Spectros rodearon el campo, sus gritos silenciosos imponiendo una calma aterradora.
Mi padre, ahora en forma humana, me miró con una mezcla de orgullo y terror. —¿Qué has hecho, hija?
—Lo que tú nunca tuviste el valor de hacer —respondí, sintiendo el peso del pacto en cada palabra—. Terminar esto.
El AmanecerAl despuntar el alba, los clanes se retiraron, llevando a sus heridos y muertos. Dimitri y yo nos quedamos en el santuario, nuestras marcas brillando con menos intensidad.—Esto no ha terminado —advirtió él, limpiando sangre de mi rostro—. Solo es el principio.Lo sabía. Los Spectros nos observaban desde los árboles, y en la distancia, Luka juró venganza con una mirada que me partió el alma. Pero por primera vez en siglos, la luna brilló sobre un bosque en silencio.—Juntos —dije, tomando su mano—. Lo enfrentaremos juntos.Dimitri no sonrió, pero su contacto se suavizó. —Hasta que la sangre deje de correr.Y en ese momento, bajo la luz del amanecer, creí que era posible.La paz, si es que podía llamarse así, era frágil como el rocío sobre la hierba al amanecer. Después de la batalla, Dimitri y yo nos refugiamos en una aldea abandonada al borde del Bosque de las Almas, un lugar que olía a cenizas y recuerdos quemados. Las casas de madera podrida se inclinaban como ancianas
Selene VolkovEl frío me abrazó como un viejo enemigo, aquel que conocía cada grieta de mi piel y cada secreto que guardaba en lo más profundo de mi alma. Mis botas se hundían en la nieve fresca, crujiendo con cada paso, mientras el Bosque de las Almas se extendía ante mí como un laberinto de sombras y susurros. Nunca había sido un lugar seguro para mí, pero esa noche, algo en el aire me llamó con una fuerza que no pude ignorar. Era como si el propio bosque me susurrara al oído, arrastrándome hacia su corazón oscuro.Un gemido lastimero, débil pero desgarrador, se coló entre los árboles y llegó hasta mí. No era humano, pero tampoco del todo animal. Lo reconocí al instante: era el sonido de un lobo herido. Un sonido que despertó algo primitivo en mí, algo que no podía —ni quería— ignorar.No debería estar aquí, me dije, mientras el viento helado me azotaba el rostro, llevándose consigo cualquier rastro de calor que quedara en mi cuerpo. Pero mi instinto de curandera era más fuerte que
El mundo se desvaneció en un remolino de luz plateada, como si la luna misma nos hubiera absorbido. Mis pies ya no tocaban el suelo, y el aire se volvió denso, cargado de una energía que hacía vibrar cada fibra de mi ser. Cuando abrí los ojos, estábamos en una cueva iluminada por cristales que brillaban con un fulgor azulado, como estrellas atrapadas en la roca. Dimitri yacía inconsciente a mi lado, la flecha aún clavada en su hombro, su respiración agitada y superficial.—Despierta —le sacudí, pero él no respondió—. ¡Maldito Krevny, no me hagas esto!Con manos temblorosas, arranqué la flecha y presioné mi pañuelo contra la herida. La sangre de Dimitri era más oscura de lo normal, casi negra, y un olor metálico y amargo llenó el aire. ¿Veneno? Rezó a la Luna mientras preparaba un brebaje con las hierbas que siempre llevaba en mi bolsa. Al aplicar la mezcla, los cristales de la cueva resonaron, y una voz ancestral susurró en mi mente:"Hija de la Luna, has despertado el Pacto Olvidado…