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Capítulo 2: El Vínculo de la Luna


El mundo se desvaneció en un remolino de luz plateada, como si la luna misma nos hubiera absorbido. Mis pies ya no tocaban el suelo, y el aire se volvió denso, cargado de una energía que hacía vibrar cada fibra de mi ser. Cuando abrí los ojos, estábamos en una cueva iluminada por cristales que brillaban con un fulgor azulado, como estrellas atrapadas en la roca. Dimitri yacía inconsciente a mi lado, la flecha aún clavada en su hombro, su respiración agitada y superficial.

—Despierta —le sacudí, pero él no respondió—. ¡Maldito Krevny, no me hagas esto!

Con manos temblorosas, arranqué la flecha y presioné mi pañuelo contra la herida. La sangre de Dimitri era más oscura de lo normal, casi negra, y un olor metálico y amargo llenó el aire. ¿Veneno? Rezó a la Luna mientras preparaba un brebaje con las hierbas que siempre llevaba en mi bolsa. Al aplicar la mezcla, los cristales de la cueva resonaron, y una voz ancestral susurró en mi mente:

"Hija de la Luna, has despertado el Pacto Olvidado…"

—¿Quién está ahí? —grité, mirando alrededor, pero la cueva estaba vacía, excepto por nosotros.

La voz calló, pero en las paredes de la cueva aparecieron runas brillantes que narraban una historia: dos lobos, uno plateado y otro rojo, unidos bajo una luna llena. ¿Una alianza? ¿Un matrimonio? No lo entendía, pero algo en mi interior resonaba con esas imágenes, como si una parte de mí ya supiera la verdad.

Un gemido de dolor me hizo volver a Dimitri. Sus ojos dorados se abrieron lentamente, llenos de confusión y rabia.

—¿Dónde…? —tosió, intentando levantarse, pero el dolor lo obligó a recostarse de nuevo.

—No lo sé —respondí—. Algo nos trajo aquí. Algo relacionado con mi… poder.

Dimitri me agarró del cuello con velocidad sobrenatural, arrinconándome contra la pared de la cueva.

—¿Qué juego juegas, Volkov? ¿Es esto una trampa de tu clan?

No luché. Sabía que podía matarme en un instante, pero también sabía que no lo haría.

—Si quisiera matarte, ya estarías muerto —repetí mis palabras del bosque, desafiante.

Él apretó los dientes, pero su mirada bajó a mis labios. El aire se cargó de tensión, una atracción primaria que no podía negar. Dimitri inclinó la cabeza, su aliento cálido rozando mi boca…

—¡Alteza! —una voz ronca resonó en la entrada de la cueva.

Un lobo Krevny, más viejo y con pelaje grisáceo, entró arrastrando una pata herida. Dimitri me soltó de inmediato, como si mi contacto lo hubiera quemado.

—Gregor —dijo, reconociendo al guerrero—. ¿Cómo nos encontraste?

—El rastro de sangre… y el llamado de la Luna —respondió el lobo, transformándose en un hombre canoso—. Los Volkov nos persiguen. Tu padre exige tu regreso.

Me estremecí al oírlo. ¿Mi padre sabría que estaba viva? ¿O me daría por muerta, otra víctima más de esta guerra sin sentido?

—¿Y ella? —Gregor señaló hacia mí con desprecio—. ¿Por qué está con vos?

—Es mi prisionera —mintió Dimitri, evitando mi mirada—. Tiene información valiosa.

Gregor no pareció convencido, pero asintió.

—Debemos ir a la Fortaleza de las Sombras. Allí estarás a salvo.

Antes de que pudiera protestar, Dimitri me ató las manos con una cuerda de cuero.

—Intenta escapar, y te romperé las piernas —murmuró, pero su tono carecía de ferocidad.


En la Fortaleza de las Sombras…

El bastión Krevny era un laberinto de piedra negra y antorchas rojas. Me llevaron por pasillos estrechos, donde guerreros heridos y mujeres que lloraban se apiñaban en las esquinas. El olor a muerte y desesperación era inconfundible.

—¿Ves lo que causó tu clan? —Dimitri señaló una sala llena de cuerpos cubiertos con telas—. Niños, Selene. Niños masacrados en el último ataque Volkov.

Sentí náuseas.

—Mi padre jamás ordenaría eso.

—Tu padre es un lobo viejo y hambriento de poder —gruñó él—. Como el mío.

Al llegar a una habitación en lo alto de una torre, Dimitri me encerró con una cadena de hierro forjado con runas antimagia.

—Descansa. Mañana decidiré qué hacer contigo.

Pero esa noche, desperté con un calor abrasador en el pecho. Las runas de la cueva brillaban bajo mi piel, y una fuerza invisible me guió hasta la cámara de Dimitri. Él estaba sentado en una bañera de piedra, agua humeante cubriendo su torso musculoso. Cicatrices, marcas de batalla, y esos ojos dorados que me hipnotizaban.

—¿Qué haces aquí? —preguntó, sin cubrirse.

—No lo sé —confesé, acercándome contra mi voluntad—. Hay algo… dentro de mí.

Dimitri se levantó, el agua resbalando por su cuerpo. Intenté apartar la mirada, pero no pude. Él tomó mi mano y la presionó contra su pecho, donde latía su corazón.

—Lo sientes, ¿verdad? —susurró—. El vínculo. Es la Luna… nos ha condenado a ambos.

La habitación giraba. Quería odiarlo, pero cada célula de mi cuerpo clamaba por él. Dimitri me atrajo hacia sí, sus labios a centímetros de los míos, cuando un alarido desgarrador retumbó en la fortaleza.

—¡Los Volkov atacan! —gritó alguien.


En las murallas…

La luna llena iluminaba un ejército de lobos plateados liderados por Luka, mi hermano menor, montado en un caballo negro.

—¡Entregad a mi hermana y al asesino Krevny! —exigió, blandiendo una espada.

Dimitri apareció a mi lado, vestido para la batalla.

—No puedes enfrentarlos —me dijo—. Quédate aquí.

Pero vi a Luka, su rostro adolescente distorsionado por el odio, y supe que debía actuar. Corrí a las murallas, ignorando las cadenas que intentaron detenerme.

—¡Luka! ¡Detén esto! —grité.

Mi hermano me miró con horror.

—¿Estás… con él? ¡Te ha hechizado!

—¡No! Escúchame, hay un pacto antiguo…

Una flecha silbó hacia mí, pero Dimitri la interceptó, gimiendo al clavarse en su brazo. Grité, y sin pensarlo, liberé un pulso de luz plateada que derribó a ambos bandos.

Los guerreros cayeron de rodillas, aullando de dolor. Luka me miró como si fuera un monstruo.

—¿Qué te han hecho? —susurró.

—Loba… —Dimitri me tomó del brazo, sangrando—. Debemos irnos. Ya.

Gregor apareció con dos caballos.

—¡Alteza, el pasadizo secreto!

Mientras huíamos, vi a mi clan retirarse, pero la mirada de Luka me perseguía: traidora, bruja, monstruo.


En el bosque…

Cabalgamos en silencio hasta que Dimitri se desplomó, debilitado por el veneno. Lo sostuve contra un árbol, mis lágrimas cayendo sobre su rostro.

—No puedes morir —rogué—. ¡Despierta!

Las runas en mi piel brillaron, y esta vez, dejé que la magia fluyera. Lo besé con desesperación, transfiriendo mi poder a través del contacto. Él jadeó, sus heridas cerrándose, y luego me rodeó con sus brazos, devorando mi boca con un hambre animal.

Fue un beso feroz, lleno de ira y necesidad. Cuando nos separamos, Dimitri tenía los colmillos afilados y las garras desenvainadas.

—Eres mía, Selene Volkov —rugió—. Y nadie, ni tus lobos plateados ni los míos, nos detendrá.

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