Dolor, un agonizante, ardiente y descomunal dolor es lo que siente Huilén por la humillación que su destinado le hizo para que ella sintiera un poco de lo que él había sentido al darse cuenta de que le borró la memoria siempre que la hacía suya. Nahil la dejó sufrir por unos segundos y después le a
―Claro, por un buen sexo, ¿Qué no haces? ―Se puso en pie. ―Pues claro… yo sí disfruto de los placeres de la vida. ―Huilén carcajeó, esa mujer realmente estaba loca. El día fue tan lento y aburrido como el último mes, sus estudiantes son una ternura, por supuesto, pero ella simplemente no estaba do
Huilén frunció el ceño al escuchar esa voz y su corazón se desbocó cuando finalmente sus ojos se posaron en ese hombre alto, musculoso, de ojos dorados, que tiene su corazón sufriendo como en los últimos años. ―¿Nahil? ―Él, que la había extrañado muchísimo, se acercó a ella y la abrazó para calmar
―Pero no juntos. ―Le recordó. ―No me vale estar cerca de ti y no poder tenerte. ―Se puso en pie. ―No me importa si me apoyan o no, yo voy a luchar por mi pareja, es lo que se hace, ¿No? ―Al no tener respuesta, salió de la sala enojada, ella no puede ser una cobarde, no puede perder al hombre que el
―Tu padre me va a matar. ―Huilén gruñó. ―Deja de hablar de mi padre en un momento como este. ―Nahil presionó su mandíbula. ―Bebé, por favor, basta. No acaricies mi pierna de esa manera. ―Le pidió cerrando los ojos, esa mujer lo tensa por completo con cada cosa que hace o dice. ―Dioses. ―Gruñó fas
―Amor. ―Abrió más las piernas para que pudiera acomodarse mejor, necesita sentirlo por completo. ―No es justo que yo esté desnuda y tú, vestido. ―Le reprochó dejándose mimar. ―No te he prohibido desnudarme. ―Le mordió el labio inferior. ―Así que, estoy con ropa porque así tú lo quieres. ―Huilén no
―Aquí no vamos a matar a nadie. ―Tanok lo miró a los ojos. ―Han pasado siglos, ya no queda un miembro de su familia, ha demostrado que es fiel a mí y con ello a cualquier criatura sobrenatural. -Miró al resto. ―Es uno de nosotros ahora. ―Déjame cuestionar tus palabras. ―El hombro no se conmovió ni
―¡Tu esposa sí! ―Gritó el hombre también acercándose. ―¡Era ella la Diosa Luna! ―No por ser una Diosa puedo hacer las cosas como me plazcan. ―Enola lo miró con incredulidad. ―Hay un orden en el mundo, todos nos tenemos que regir sin importar lo poderosos que seamos. ―Miró al resto. —Mi hija lo ha d