La gran sala de conferencias estaba llena de inversores, arquitectos y directivos de las empresas más importantes del sector. Los ventanales de piso a techo dejaban entrar la luz del mediodía, reflejándose sobre la brillante mesa de cristal que presidía la sala. Había tensión en el ambiente, expectación por los resultados de la licitación, pero Valeska solo podía sentir el estruendo de su propio corazón latiendo en sus oídos.Este era el momento.Se había preparado para esto durante meses. Desde que Lisandro le había dado la responsabilidad de liderar el proyecto, había puesto cada fibra de su ser en asegurarse de que la presentación fuera impecable. No podía darse el lujo de fallar.Con una postura firme y la mirada enfocada, presentó cada punto con precisión. Habló de los materiales de construcción, la eficiencia del diseño, el impacto económico del proyecto y los beneficios a largo plazo. Su voz era clara y segura, y cada diapositiva en la pantalla reforzaba la solidez del plan.Cu
La fiesta en honor a Valeska había comenzado con un aire de elegancia y éxito. Lisandro, con su meticulosa planificación, no solo se había asegurado de que la celebración reflejara el esfuerzo y crecimiento profesional de Valeska, sino que también la rodeara de las personas adecuadas para abrirle puertas en el futuro. Empresarios de renombre, inversionistas con amplios capitales y figuras influyentes del mundo corporativo se encontraban entre los invitados, brindando y conversando con un aire de camaradería.Valeska sabía que esta fiesta no era solo para despedirla temporalmente de la empresa, sino también para establecer los cimientos de la nueva vida que Lisandro parecía querer que construyera.Sin embargo, había una pequeña espina clavada en su pecho que no la dejaba relajarse por completo. Entre los asistentes, había varios contactos cercanos a Theo, hombres y mujeres con los que él solía relacionarse en el mundo de los negocios. Su mera presencia la inquietaba.No podía evitar pr
Su mirada se endureció al encontrar a Theo frente a ella, con los ojos cargados de emoción y el semblante de un hombre que había perdido todo. Como si fuera un pobre miserable y no el hombre que le arrebató las oportunidades de vivir un matrimonio feliz.—No hace falta que hagas esto —dijo con frialdad, deslizando la chaqueta por sus brazos para devolvérsela.Theo la detuvo con suavidad, pero manteniendo ese toque de firmeza. —Por favor, solo escúchame —rogó, su voz salió tensa por la emoción contenida—. Sé que no tengo derecho a pedir nada, pero necesito que me escuches, Valeska.Ella inspiró profundamente, tratando de contener su incomodidad. La imagen de Theo, que una vez fue un pilar en su vida, ahora se le hacía ajena. Pero la mirada de arrepentimiento en sus ojos la hizo dudar, aunque solo por un instante.—Después de que te fuiste… después de que me dejaste —continuó Theo, su voz se quebró un poco—, entendí muchas cosas. Me di cuenta de lo injusto que fui contigo, de lo cruel q
Lisandro observaba la expresión de Valeska con la misma intensidad con la que un hombre que ha estado al borde del abismo observa el primer rayo de luz en el horizonte. Su mirada observaba cada matiz en su rostro, cada pestañeo, cada ligera contracción de sus labios, temeroso de que en cualquier momento su agotamiento físico y la agitación emocional terminaran por quebrarla.Había sido una noche larga, cargada de enfrentamientos, de verdades a medias y de palabras que quizás nunca debieron decirse en público. Pero lo que más le preocupaba no era la opinión de los demás, ni la manera en que la sociedad interpretaría su defensa apasionada frente a Theo y sus seguidores, sino el peso que todo esto debía estar ejerciendo sobre los hombros de Valeska. ¿Cuánto más podría soportar antes de que su cuerpo y su mente pidieran una tregua?—No me mires así, Lisandro —susurró ella, con una media sonrisa cansada, apoyando la cabeza en el respaldo del sillón. La tela suave del vestido se arrugó lige
Celine no podía dormir. Desde que la fiesta terminó, su mente no había hecho más que darle vueltas a cada detalle, a cada gesto de Theo, a cada mirada que le había dirigido y, sobre todo, a las palabras que aún resonaban en su cabeza como un eco implacable. «Siempre te he considerado como una hermana».Había esperado muchas respuestas de Theo a lo largo de los años. Había imaginado innumerables escenarios, había construido en su mente una y otra vez el momento en que él finalmente cediera a lo inevitable, cuando dejara de fingir que no la veía de otra manera y la tomara entre sus brazos con la pasión que ella sabía que él era capaz de sentir. Pero nunca, jamás, había considerado que él le diría algo como aquello.No podía aceptarlo.Recordó cada uno de los momentos que habían compartido, cada vez que Theo la había sacado de problemas, cada noche en la que se había quedado a su lado cuando ella lloraba, cada vez que la había protegido del mundo sin pedirle nada a cambio. ¿De verdad tod
Celine avanzaba con pasos ligeros y cautelosos, a través de un callejón húmedo y oscuro. Estaba envuelta en un abrigo grueso, con gafas de sol que ocultaban su rostro y un sombrero que proyectaba una sombra sobre sus facciones tensas. Se detuvo justo antes de llegar al final del callejón y miró hacia ambos lados, asegurándose de que no había ojos curiosos siguiéndola. Solo después de convencerse de que estaba sola, se adentró en la oscuridad.El hombre que la esperaba recargado contra una pared sucia con las manos metidas en los bolsillos, la vio acercarse, sonrió con la actitud de alguien acostumbrado a los juegos sucios. Su cabello despeinado y la chaqueta de cuero gastada eran los mismos que ella recordaba de hace años, cuando su vida era un desastre controlado, cuando el exceso y la inconsciencia gobernaban cada una de sus decisiones.—Celine, preciosa —saludó el hombre con una sonrisa ladeada antes de rodearla con sus brazos y besarla sin previo aviso, con una intensidad posesiva
De regreso a su casa, cruzó el umbral, sintiendo cómo la rabia se acumulaba en su pecho con la fuerza de una tormenta. Cerró la puerta con un golpe seco. El sonido resonó en la estancia vacía, un eco de su frustración. Caminó con pasos rígidos hasta el centro de la sala, donde se quedó de pie, temblando de indignación, mientras trataba de controlar la ola de emociones que amenazaba con consumirla.Tomó su teléfono con dedos crispados y marcó el número de Theo, presionando el dispositivo contra su oído con fuerza, como si con eso pudiera asegurarse de que él la escuchara bien, de que no tuviera escapatoria.El tono de llamada repicó una vez. Luego dos. Luego tres. Cada segundo que pasaba sin que él contestara hacía que su rabia aumentara. Justo cuando estuvo a punto de colgar y volver a llamar, la voz de Theo sonó al otro lado de la línea.—¿Qué pasa? —preguntó con tono neutro, carente de interés, como si su llamada fuera un inconveniente menor en su agenda.—¿Cuándo vienes a visitarme
La decadencia tenía un nombre. Y ese nombre era Theo.Llevaba días sumergido en un abismo de alcohol y autodestrucción, hundiéndose cada vez más en el agujero negro de su propia miseria. La luz tenue del departamento apenas iluminaba las botellas vacías esparcidas por el suelo, los ceniceros completamente llenos de colillas y las cortinas corridas que bloqueaban cualquier indicio del mundo exterior. El aire estaba cargado de una mezcla nauseabunda de whisky rancio y humo de cigarrillo, impregnando cada centímetro de su piel, de su ropa, de su conciencia.Pero lo peor no era el estado deplorable de su hogar. Lo peor era la ausencia.La ausencia de aquella voz suave que, en tiempos mejores, solía susurrarle palabras de consuelo cuando la culpa y el alcohol lo ahogaban. La ausencia de las manos cálidas que lo ayudaban a incorporarse cuando terminaba desplomado sobre el sofá, demasiado borracho para moverse. La ausencia de esos ojos que lo miraban con una mezcla de reproche y ternura mien