—¿Mmm?—Mateo arqueó una ceja.—¿Te atreves a registrar mi huella digital?—Sofía señaló la cerradura de la puerta principal, haciendo un puchero como un cachorro herido. —He esperado en la puerta varias veces. Mira, en mis manos, mis piernas, una, dos, tres... tantas picaduras. ¿Tienes corazón para verme sufrir así la próxima vez?Mateo: —No, no lo tengo.—¡Sí!—, Sofía saltó de alegría. —En realidad, lo hice a propósito. Quería que registraras mi huella para poder venir a verte abiertamente en el futuro.El hombre sonrió: —Aún eres como una niña...Mateo registró su huella digital. Recordando la sopa que ella había traído especialmente hoy y las marcas rojas en sus manos y piernas, se tocó el bolsillo: —Esta es mi tarjeta secundaria, con un límite mensual de 10,000. Cómprate algo que te guste.Sofía se mordió el labio, algo alarmada: —No, no... ¿Cómo podría tomar tu dinero?—Es natural que una mujer gaste el dinero de un hombre.—¿Es así...?—Tómala. No te sientas mal por ello.—Bue
Motivada por Alberto, la eficiencia de Lucía mejoró bastante. En solo una mañana, logró completar dos series de ejercicios. Mientras los corregía, Alberto se sorprendió al descubrir que la tasa de aciertos en ambos exámenes alcanzaba el 95%. Considerando que Lucía se había graduado hace tres años y recién retomaba sus estudios, no pudo evitar pensar: "¡Qué impresionante! Con razón Ana la valora tanto."Ajena a los pensamientos de Alberto, Lucía se excusó para ir al baño. Sofía, al verla, la siguió de inmediato.—Espera —llamó Sofía.Lucía se volteó, sin sorprenderse por su presencia. —¿Necesitas algo?—Anoche le llevé sopa a la villa. A Mateo le encantó, se la comió toda —Sofía sonrió, mostrando sus hoyuelos—. Y no solo eso... me pidió que me quedara a dormir.Con falsa timidez, Sofía bajó la mirada y continuó: —Nunca imaginé que tuviera un lado tan rudo y sexy. Apenas pude dormir en toda la noche.Sus palabras, deliberadamente ambiguas, y su actitud de recién satisfecha golpearon a Lu
Era una mano masculina, de dedos largos y elegantes. Lucía desvió la mirada y notó que el carrito del hombre estaba lleno de comida preparada. Al levantar la vista, se encontró con los ojos del dueño de esa mano, que también la miraba.—No me digas que cenas solo esto —comentó Lucía con una sonrisa.—A veces llego tarde a casa y no quiero pedir comida, así que como cualquier cosa —respondió Daniel con tono neutral—. He calculado que estos alimentos proporcionan las proteínas, vitaminas y carbohidratos necesarios para un día.Lucía no pudo evitar reír ante su explicación tan seria. —Veo que has considerado todo científicamente. Pero si tuvieras que elegir entre esto y un plato caliente recién hecho, ¿qué elegirías?Daniel guardó silencio. La respuesta era obvia: ¿quién preferiría comida rápida teniendo la opción de una cena casera?—Así que... —propuso Lucía con picardía— ¿Qué te parece si yo cocino la cena? A cambio, solo necesito que me ayudes con una cosa.Media hora después, Daniel
También había fotos de Paula que Lucía había tomado justo después de bajar de la montaña rusa, donde parecía haber escapado de la muerte. Lucía no pudo evitar reírse al verlas.Al llegar a la última foto, que era un retrato suyo, estaba a punto de cerrar el teléfono cuando notó dos figuras familiares entre la gente del fondo. Se mordió el labio, dándose cuenta de que accidentalmente había capturado a Sofía y Mateo.En la foto, ella era la protagonista y los demás solo el telón de fondo, pero la pareja iba de la mano, dando la impresión de que Lucía había irrumpido en el mundo de alguien más....—¡María! ¡María! —gritó Mateo, pálido y sujetándose el abdomen.La villa permaneció en silencio, sin respuesta alguna. Se había despertado temprano por el dolor. Sentía punzadas agudas en el estómago, escalofríos y náuseas, aunque no podía vomitar. Reconoció los síntomas: su gastritis estaba actuando.Recordando que guardaba medicamentos en casa, Mateo buscó desesperadamente, revolviendo cajone
Lucía se quedó perpleja por un momento, recordando la imagen de Mateo y Sofía sonriendo tomados de la mano en la foto. Con voz indiferente, respondió:—Si estás enfermo, ve al hospital. No soy médica.Y colgó sin más, como si realmente estuviera hablando con un extraño.Furioso, Mateo apretó la mandíbula y, temblando de rabia, estrelló el teléfono contra la pared, haciéndolo añicos. María, atónita, vio cómo su propio celular quedaba destrozado. La ira hizo que el dolor de estómago de Mateo empeorara. Con una mezcla de orgullo herido y obstinación, subió las escaleras y se encerró en su habitación. "¿Realmente cree que no puedo arreglármelas sin ella? ¡Ridículo!", pensó.María, mirando los restos de su teléfono y recordando la llamada, suspiró con resignación. No entendía cómo el señor había sido capaz de alejar a alguien tan bueno como la señorita Mendoza.Por la tarde, después de terminar la limpieza, María tocó la puerta de la habitación.—¿Señor?Al no recibir respuesta, asumió que
Carmen también estaba confundida. Antes, cuando Mateo entraba al hospital, Lucía ya estaría a su lado, atendiéndolo con ojos llorosos. Esta vez, ni siquiera se la veía por ningún lado.Ante estas palabras, un silencio sepulcral se extendió por la habitación. Mateo permaneció inexpresivo y callado, mientras Diego, Manuel y los demás que conocían la situación no se atrevían a hablar.Finalmente, Jorge comentó con voz suave:—¿No lo saben? Ellos terminaron.Mercedes frunció el ceño:—¿Todavía siguen con eso? ¿Cuántos días van ya? Vaya que ha mejorado su mal genio.Mateo, escuchando esto, se puso aún más sombrío.—Ejem, señora —intervino Jorge, mirando a Mercedes—, me temo que esta vez no será tan fácil de arreglar...—¿Qué quieres decir? ¿Acaso Lucía se está dando aires?—Mamá —interrumpió Mateo con voz fría y expresión severa—, esta vez terminamos de verdad. Yo lo decidí.—¿Qué? —Mercedes se quedó atónita.Carmen también lucía perpleja. Pensándolo bien, esta vez Lucía llevaba mucho tiemp
Lucía revisó la nevera al llegar a casa. Aún quedaban bastantes ingredientes de ayer. Decidió preparar un estofado de res con papas, chuletas de cerdo en salsa agridulce, huevos revueltos con tomate y... una ensalada fresca. Sus movimientos al lavar y cortar las verduras eran ágiles, sorprendiendo a Alberto, quien no sabía cocinar en absoluto.—Hoy en día, la mayoría de la gente pide comida a domicilio o sale a comer. Cada vez hay menos personas como tú que cocinan en casa —comentó Alberto.Lucía sonrió levemente:—Cada uno tiene su estilo de vida. Yo simplemente estoy acostumbrada a cocinar.Alberto observó su silueta ocupada y echó un vistazo alrededor. El apartamento no era grande, pero estaba limpio y cuidadosamente decorado. En la sala había una pequeña estantería llena de libros, mayormente textos académicos. Uno sobre física parecía fuera de lugar. Sintiendo que era descortés examinar el apartamento de una chica, dejó de mirar. Pronto, varios platos llegaron a la mesa junto con
A pesar de la exquisita comida, Alberto se sintió incómodo durante toda la cena. Apenas terminó, se apresuró a despedirse y marcharse.De repente, el apartamento quedó en silencio. Mientras Lucía recogía los platos, las palabras de Carmen resonaban en su mente. Perforación de estómago...Distraída, se le resbaló un plato que se hizo añicos. Instintivamente, intentó recoger los pedazos y se cortó. Soltó un quejido y, sin poder controlarlo, las lágrimas cayeron sobre su mano.Seis años, no seis días ni seis meses. Ciertas costumbres estaban arraigadas en su ser. Al oír que Mateo estaba hospitalizado, su instinto fue preocuparse y querer ir a verlo. Por suerte, la razón frenó ese impulso.Lucía pensó que poco a poco se acostumbraría a no preocuparse, a no llorar por él.Su relación con Mateo había pasado del amor radiante a la rutina tediosa, hasta la separación final. No sabía exactamente cuándo aparecieron las primeras grietas.Quizás fue la primera promesa incumplida, o la primera ment