¡Hola! Después de la intensa alerta roja por lluvias, hoy el sol ha decidido acompañarnos, llenándome de energía y ganas de seguir escribiendo. ☀️☀️☺️ Emily y Cristian ya están en el aeropuerto,🛫 y la gran pregunta es: ¿dejará Cristian todo por amor?👩❤️👨 Lo descubriremos en el próximo capítulo. ¡Besitos y gracias por seguir esta aventura conmigo!💖💖
—Emily, ha llegado el momento de despedirnos, por favor no dejes que nadie se aproveche de ti y disfruta de la vida. Bajé la mirada al suelo, intentando ocultar las lágrimas que comenzaban a brotar de mis ojos. —Emily... Su voz temblaba, y cuando levanté la vista, vi que tenía los ojos cerrados, como si también luchara contra sus propios demonios. Puse una mano temblorosa en su pecho, sintiendo el latido acelerado de su corazón. —Estoy bien, no te preocupes por mí —acorté la poca distancia que quedaba entre nosotros. Deseando que el tiempo se detuviera. —Cuídate mucho —susurró, besando mi frente con una ternura que me rompió por dentro. —Tú también —le sonreí, aunque mi corazón se desmoronaba, esperando alguna frase que me diera aliento para soportar su ausencia. —Si algún día estás en apuros o necesitas algo, no dudes en llamarme. Y así, con una frialdad que me heló el alma, zanjó lo nuestro, como si todo lo que habíamos vivido juntos no significara nada para él. Sentí cómo a
Sentí unos brazos fuertes rodear mi cintura, impulsándome hacia la superficie. Al sacar la cabeza del agua, comencé a toser violentamente, tratando de expulsar el agua salada que había tragado. —Tranquila, ya te tengo. —¿Cristian? —Voy a subirte a la tabla. No sé cómo lo hizo, pero con una facilidad sorprendente, me colocó sobre la tabla. Luego, él mismo se subió, haciendo que la tabla se tambaleara peligrosamente. Sin querer, solté un chillido agudo, temiendo caer de nuevo al agua. —Tranquila, lo tengo todo controlado. Me sentía mareada y desorientada. Finalmente, logré enfocar la vista y, para mi gran decepción, me di cuenta de que no era Cristian quien me había rescatado. Unos ojos marrones, llenos de preocupación, me miraban fijamente. Me dejó un momento para que pudiera tranquilizarme. —¿Estás bien? —Ahora sí —respondí, tosiendo de nuevo. —Agárrate, vamos para la orilla. El hombre se puso de pie en la tabla de paddle surf con agilidad y comenzó a remar con fuerza. Yo so
Una semana después, decidí tomar las riendas de mi vida. Lo primero que hice fue contratar a un abogado para que preparara los papeles del divorcio. Aunque sabía que el proceso llevaría tiempo, me sentía aliviada y contenta porque finalmente estaba en marcha. A continuación, contraté a un investigador para que revisara todas las cuentas de mi empresa que mi padre me había dejado. Mi padre había trabajado incansablemente, y cuando falleció, me dejó la agencia inmobiliaria más importante del país. Hasta ese momento, nunca me había preocupado por ella, pero eso estaba a punto de cambiar. Aunque Luke, mi esposo, trabajaba como abogado, siempre se había encargado de manejar la empresa. Por esa parte, le estaba agradecida por la labor que había hecho. Sin embargo, mi gratitud se desvaneció cuando descubrí que había estado utilizando mi dinero para costear todos los caprichos de su amante: el alquiler de su piso, ropa, lencería, peluquería, y la lista seguía interminablemente. En ese moment
Después de meses y meses trabajando sin un respiro, finalmente decidí tomarme un día de descanso. El cansancio acumulado me había dejado exhausta, y necesitaba desconectar. Salí a dar un paseo por las calles tranquilas del pueblo, disfrutando del aire fresco y del suave murmullo de la vida cotidiana a mi alrededor. Mientras caminaba, me vino a la mente la librería que tanto me había gustado. Había pasado tanto tiempo desde mi última visita que casi la había olvidado por completo. Recordé con nostalgia el aroma a libros viejos y nuevos que impregnaba el lugar, y cómo me perdía entre sus estanterías llenas de historias por descubrir. De repente, me acordé de la carta que le había escrito a Estela. Había sido una carta llena de sentimientos y pensamientos que no había compartido con nadie más. Sin pensarlo dos veces, dirigí mis pasos hacia la librería. Quería comprobar si ella me había respondido, si había leído mis palabras. —Buenas tardes —dije a la dependienta mientras entraba por l
Se me erizó la piel con tan solo pensar que Cristian había regresado. —Daniel, por favor, ¿puedes decirme el apellido del hombre que ha comprado la casa? —pregunté a toda velocidad, casi sin aliento. Daniel frunció el ceño, tratando de recordar. —No lo sé, Amber solo me dijo su nombre y que era el hombre más guapo que había visto jamás. Miré a Rebeca, con el corazón latiendo con fuerza. ¿Sería mi Cristian? La posibilidad me dejó sin palabras. —Tranquilízate, es imposible —sentenció Rebeca, aunque su tono no logró calmar mis nervios. —Voy a ir a la oficina, necesito comprobar los archivos —No podía quedarme con la duda. —Nena, no hagas esto. ¿Sabes cuántos hombres se llaman así? —bufó Rebeca, exasperada. ¡Maldición! Rebeca tenía razón. Mi amor por Cristian me hacía desear con todas mis fuerzas que fuera él quien había comprado la casa. La incertidumbre me estaba matando por dentro. Le di un sorbo a mi cerveza fresquita, sintiendo el frío líquido deslizarse por mi garganta mi
No me pude contener. Con todo lo que había bebido, había perdido mi timidez. En un arrebato, salté a los brazos de Cristian. Su aroma, me invadió, recordando todos los momentos que habíamos compartido. —¿Qué haces aquí? —pregunté, algo aturdida, cuando finalmente me separé de él. Mi corazón latía con fuerza, y las piernas me temblaban como si fueran de gelatina. Por un instante, se me olvidó todo el tiempo que habíamos estado separados, como si los meses de distancia se hubieran desvanecido en el aire. —Veo que estás ocupada, ¿interrumpo algo? —dijo él, con una sonrisa que no lograba ocultar su enfado. Miré a Cristian, que observaba la escena con una mezcla de curiosidad y sorpresa, y luego a Daniel. —Cristian, te presento a Daniel, mi compañero de trabajo. Daniel se levantó con una expresión seria y le estrechó la mano a Cristian. No me podía creer el duelo de miradas que había entre ellos. Juraría, por la intensidad de sus miradas, que no se llevarían demasiado bien. —Daniel,
Estaba de los nervios, todavía no me podía creer que Cristian estuviera tan frío conmigo. Aunque me acompañó hasta mi casa, eso significaba que algo le importaba, pero no lo suficiente, no de la manera que yo quería. Menos mal que tenía a mi amigo Erik. En todo este tiempo, se había convertido en una de mis personas favoritas, por su forma de vivir la vida y de sacarme una sonrisa en mis peores momentos. —Erik, lo siento por molestarte —dije con voz temblorosa. —Tranquila, para eso están los amigos, ven, siéntate —dijo envolviendo mi mano con la suya y llevándome hasta el sofá. —¿Quieres contarme lo que ha pasado? —Él no me quiere —dije, absorbiendo mi nariz y sintiendo las lágrimas brotar. —Si él no te quiere, yo a ti sí. Viendo el estado en el que estás, creo que es mejor que duermas. Te prometo que mañana estarás mejor. —Sí, será mejor que me vaya a casa. —Puedes quedarte si no quieres estar sola. —¿No te importa? —pregunté, sorprendida por su oferta. —Al contrario, me agr
Me quedé perpleja, todavía no podía creer que Cristian había echado a mi amigo Erik de mi casa. —¿Te has vuelto loco? —le grité, sintiendo cómo la ira me inundaba. —Te lo he dicho, ese hombre no es de fiar. —No puedes estar un año fuera de mi vida y ahora pretender salvarme. Gracias por tu ayuda, pero es mejor que te vayas —dije, tratando de mantener la calma mientras mi corazón latía con fuerza. Cristian salió de mi casa enfurecido, cerrando la puerta de un portazo que resonó en toda la casa. El domingo preferí quedarme tranquila en casa, tenía ganas de sofá y peli. Al mediodía, preparé una pizza. Mientras estaba en el horno, opté por darme una ducha rápida, o eso pensé yo. Cuando terminé de ducharme, envolví mi cuerpo en una toalla. De pronto, escuché unos golpes fuertes en la puerta, asustándome. Salí corriendo escalera abajo y me quedé paralizada al ver que de la cocina salía humo denso y oscuro. Escuché otra vez golpear con fuerza la puerta de entrada. La abrí y entró Cristi