En menos de media hora todos los barcos rodearon aquel cuadrante enorme desde donde el sonar obtenía su señal, y los buzos comenzaron a prepararse.—¿Estás seguro de que es un barco? —preguntó Franco llegando juntos a ellos.—Sé que es grande y que está allí abajo, no pasa nada por investigar, ¿verdad? —murmuró Mateo y al italiano se le iluminaron los ojos.—¡Pues que bajen! —exclamó abrazando a Victoria, que parecía emocionada.Mateo se ocupó de la parte tecnológica y cuando los hombres se echaron al agua, los llamó para que vieran el enorme monitor al que estaban conectadas las cámaras de los buzos.No había pasado mucho tiempo cuando vieron aparecer algo muy similar a una placa de metal enmohecida con un barandal.—¿¿Eso es el casco!? —preguntó Franco que apenas podía creerlo.—¡Es el casco! —gritó Victoria y se abrazaron porque por fin aquel condenado barco había aparecido.Parecía un buque de guerra y estaba hundido a una profundidad considerable, pero aquellos eran buzos experto
Victoria sentía que las manos le sudaban, y cuando miró a Franco se dio cuenta de que no era solo ella la que estaba nerviosa.Santiago recibió la maleta de manos del buzo y les ordenó seguir buscando, como si no hubieran encontrado nada. Mateo, el Conte y la Mamma lo siguieron adentro de la sala de mando.Franco ayudó a despejar la mesa y luego los cuatro se pararon alrededor de aquella maleta.—Bueno… manos a la obra —dijo Mateo.La secó bien con un paño y se aseguró de no romper nada mientras forzaba la cerradura, porque era evidente que a aquella hora y en un barco hundido no se iban a poner a buscar su llave.La maleta se abrió con un crac y todos se sorprendieron con cierto alivio al ver que no le había entrado el agua y su contenido estaba bastante intacto a pesar del tiempo.—Guantes —advirtió Mateo y los demás obedecieron.—¿Eso es lo que yo creo que es? —preguntó Victoria tomando lo que parecía un pisapapeles de oro macizo con un mango.—¡Cristo Divino! —murmuró Franco con l
Quien no conociera a Franco Garibaldi, debía pensar que estaba calmado, pero ya para aquel momento Victoria lo conocía tan bien, que sabía que debajo de toda aquella calma solo se estaba gestando la tormenta. —¿Estás bien? —le preguntó rodeándolo con los brazos y acurrucándose contra su espalda, mientras la vista del italiano se perdía en el mar. —No —murmuró Franco con sinceridad—. Trato de tomar la decisión más ética, pero sé que eso será imposible. Quizás sea injusto que un hombre, cualquier hombre, sea privado de su linaje, pero si veo lo que han sido capaces de hacer para conseguir esas cosas, la cantidad de gente que han lastimado… —Franco negó con frustración—. No quiero imaginar lo que serían capaces de hacer si logran conseguir lo que quieren. —¡Pero es que no es tan sencillo, Franco! —exclamó Victoria dándole la vuelta para mirarlo a los ojos—. ¿O de verdad crees que restaurar la monarquía en Italia es asunto de coser y cantar? —Lo que yo crea no importa, niña —replicó él
Victoria jamás había estado en Roma, y no dudaba que fuera una ciudad espectacular, pero conocerla en aquellas circunstancias era sencillamente horrible. Habían pasado dos días desde que habían recibido aquel mensaje, dos días en que habían trabajado como si el mundo dependiera de eso y en cierta forma así era.Mateo había hecho su parte y Franco la suya, porque nadie había logrado que ese español se marchara de allí sin ayudar. Archer había llegado y los Silenciosos habían hecho un viaje perfectamente camuflado en aviones comerciales.Franco había hablado brevemente con Vitto y con Lorenzo.—Esto sí es rapidez —había murmurado Victoria porque en menos de seis horas y sin pisarla todavía, Franco había comprado una residencia independiente en Roma, suficientemente grande como para albergar al pequeño escuadrón de ataque y a todos los que se necesitaban.Finalmente llegó el día que habían concertado para el encuentro y si el italiano estaba nervioso, no se le notaba. Revisó paso a paso
Los ojos de Franco Garibaldi echaban chispas, especialmente porque después de la sorpresa inicial, la expresión de Salvador Rossi se había tornado fría y socarrona, como si supera que exactamente eso iba a pasar.—Esa es una linda amenaza de tu parte… —replicó Salvador—. Y te la creo, pero no soy tan fácil de encontrar ni de matar.—Sí, bueno… apuesto a que tu hermano Emilio creía lo mismo —contraatacó Franco y vio al hombre frente a él ponerse lívido primero y rojo de la ira después.—¡Emilio me traicionó…! —siseó con rencor.—Si desde la tumba se puede hacer eso, entonces quizás lo haya hecho… pero ahora que lo pienso, mientras estuvo vivito, que no fue mucho, sí soltó mucha información sobre ti.—¡¿Tú lo mataste?! —rugió Salvador perdiendo toda la compostura y golpeando el vidrio con los puños.—Te equivocaste —murmuró Franco—. No me investigaste bien. Si lo hubieras hecho sabrías de la magnitud de mi rencor, de lo inevitable de mi venganza, y del puto mal genio que me cargo cuando
Franco levantó la barbilla mientras el rostro de Archer se ponía mortalmente pálido.—¿Amira…? —murmuró con voz ahogada—. No… eso no puede ser. ¡No es cierto! ¡Amira no es una traidora! —la defendió—. ¡Ella jamás le haría eso al Conte…!Pero la mirada tranquila de Salvador Rossi solo hablaba de lo confiado que estaba al respecto.—Una madre haría cualquier cosa por su hijo —replicó—. Incluso sobrevivir. —Y Franco sabía que aquella era una clara alusión a Victoria—. ¿Creíste que no se convertiría en mi espía para salvar a su hijo? ¡Quizás al Príncipe Abdel le diera igual, pero Amira era un asunto muy diferente!Archer gruñó por lo bajo, pero el rostro de Franco era imperturbable.—Esta es una última jugada muy peligrosa, Salvador —murmuró entre dientes mientras lo miraba a los ojos—. No te conviene, no va a salir bien para ti. Quizás crees que tienes alguna ventaja, pero puedo asegurarte que dentro de muy poco estarás haciéndole compañía a Emilio en el infierno.El hombre frente a él s
Una hora antes.Victoria solo escuchó su teléfono repicar una vez, y supo que algo sucedía porque Franco prácticamente acababa de marcharse. A su celular entró un solo mensaje, una larga línea de números y letras encabezadas por un nombre: Wilde 8.La muchacha trató de recordar lo que Franco le había enseñado sobre descifrar los códigos de Amira, porque era evidente que no podían venir de ninguna otra persona.Encontró aquella frase de Oscar Wilde en el pequeño cuaderno que él había dejado a su cuidado:«El hombre está más alejado de sí mismo cuando habla a cara descubierta. Dale una máscara y te dirá la verdad».Comenzó a escribirla, a extraer números y letras hasta que encontró aquel mensaje: «Sal sin que te vean, te espero afuera, te necesito».Si Victoria hubiera recibido eso de parte de cualquier otra persona, ni siquiera se habría molestado en responder, pero después de su hijo y de Franco, Amira era la persona más importante para ella, era la mujer que había estado a su lado, s
—Tienes que hacerlo creíble —insistió Victoria media hora después, mientras Amira estacionaba y ella le daba la vuelta al auto.—¿Estás loca? ¡Se me caería la mano si te golpeara! —se espantó Amira.—¿Quieres que te provoque un poquito? —la amenazó Victoria mostrándole los puños y luego suspiró—. ¡Vamos, Amira! ¡Lorenzo no se va a tragar el cuento de que vine por mis piecitos sin resistirme!La mujer frente a ella había matado más personas de las que Victoria quería saber, y sin embargo no era capaz de darle un simple puñetazo.—A ver, tú me das uno ahora y yo te doy dos más tarde. ¿Así te quedas más tranquila? —la animó.—¡Mentirosa! Tú no me golpearías para desquitarte.Victoria puso los ojos en blanco y resopló.—¡Pues me tocará darme de cabeza contra el cristal! Pero eso es más peligroso, te lo advierto…—¡Está bien, está bien! —gruñó Amira y un segundo después le estampaba el puño en la cara de tan manera que Victoria se tambaleó—. ¿Ya estás feliz?—Pues más o menitos… —murmuró