Franco cerró los ojos mientras buscaba desesperadamente los labios de Victoria y su respiración se hacía pesada y superficial. El miedo actuaba sobre él de una forma extraña, tanta desesperación por perderla, lo hacían querer todo de ella, en ese mismo momento, como si fuera un espejismo y de un momento a otro fuera a desaparecer.Le sacó la blusa de un tirón y la escuchó ahogar un jadeo, pero si era sorpresa o excitación pronto lo sabría, porque su suéter cayó a varios metros cuando ella se lo quitó. Las manos del italiano aferraron sus caderas con fuerza y entonces todo se descontroló. Quitarse el resto de la ropa fue un acto mutuo de violencia, como si les molestara demasiado. Se besaban entre gruñidos urgentes y jadeos entrecortados.—¡Dios, niña, creí que iba a volverme loco!—Tienes mi permiso para ponerte loco ahora… —suspiró ella y Franco bajó por su cuello, dejando un rastro de besos sobre sus senos hasta que se metió uno de sus pezones en la boca.La escuchó gemir con ansied
Victoria abrió los ojos y arrugó la nariz, porque le dolía todo el cuerpo, pero en un segundo aquella voz la hizo sonreír.—¿Estás bien, nena?—¿Desde cuándo estás despierto? —murmuró acurrucándose más con su italiano.—Creo que no dormí en toda la noche.—¡Porque te la pasaste haciéndome el amor! —se rio ella—. Pero igual después tenías que cerrar esos ojos hermosos y descansar.Franco la besó con suavidad y se obligó a levantarse.—Tengo la cabeza demasiado ocupada, nena. No podría dormir ni queriendo —murmuró—. Además tenemos que salir de aquí. Es peligroso quedarnos demasiado tiempo en el mismo lugar.Victoria se sentó, cubriéndose con una de las sábanas, y lo admiró mientras se vestía. Él le regaló una mirada coqueta y dos minutos después la muchacha sentía cómo el yate comenzaba a avanzar. Tenía bastante potencia para remolcar la pequeña lancha, y era bueno conservarla por cualquier emergencia.Se levantó, se dio el primer baño decente en días y se alegró de tener un cocina equi
Franco la miró detenidamente. Con su gorra y sus lentes, Victoria andaba entre los turistas de la isla con naturalidad, como si no tuviera nada que temer. Mientras, él se quedaba dos pasos atrás, vigilando que nada pasara.Victoria compró mapas, folletos de curiosidades, habló con algunos vendedores de excursiones y por último entró en una pequeña librería y compró algunos libros de historia.Echó todo en una mochila que llevaba y se fue a comprar cuanta chuchería o dulce se le antojó.Una hora después Franco acortaba la distancia y la alcanzaba en una de las salidas del pueblito, asegurándose de que nadie los siguiera.—¿Todo bien, nena? —le preguntó.—Perfecto, amor. ¿Viste algo raro? —murmuró Victoria tomando su mano.—Nada. ¿Tú?—No, todo estaba más tranquilo que la casa de un caracol. Pero de todas formas me sentía muy segura contigo cuidándome la espalda.Franco pasó un brazo sobre su hombro y la estrechó sin dejar de mirar atrás de vez en cuando. Caminaron unos tres kilómetros
El primer disparo resonó por encima de su cabeza y Victoria se recogió sobre sí misma, intentando protegerse. De repente no era solo el sonido de los balazos, sino también el humo que se levantaba de los barcos, porque parecía que todos se estaban incendiando.Intentó llegar a la puerta y solo sintió el dolor horrible en una pierna mientras una bala la atravesaba. Dolía como el demonio, pero Victoria sabía que no podía quedarse allí o se asfixiaría.Se echó sobre la cubierta y se arrastró tanto como pudo, pero sintió la mano de un hombre sobre su cabello, tirando de él y haciéndola levantarse.Gritó con todas sus fuerzas. El nombre de Franco salía de su boca desesperadamente, y no entendía por qué él no había estado con ella.Sus gritos retumbaron en el pequeño barco y el italiano soltó cada mapa que estaba revisando con Mateo para salir corriendo y encontrársela en el suelo junto a la cama, peleándose con la manta.—¡Victoria! ¡Nena! ¡Victoria! —Franco la sacudió y la muchacha abrió
En menos de media hora todos los barcos rodearon aquel cuadrante enorme desde donde el sonar obtenía su señal, y los buzos comenzaron a prepararse.—¿Estás seguro de que es un barco? —preguntó Franco llegando juntos a ellos.—Sé que es grande y que está allí abajo, no pasa nada por investigar, ¿verdad? —murmuró Mateo y al italiano se le iluminaron los ojos.—¡Pues que bajen! —exclamó abrazando a Victoria, que parecía emocionada.Mateo se ocupó de la parte tecnológica y cuando los hombres se echaron al agua, los llamó para que vieran el enorme monitor al que estaban conectadas las cámaras de los buzos.No había pasado mucho tiempo cuando vieron aparecer algo muy similar a una placa de metal enmohecida con un barandal.—¿¿Eso es el casco!? —preguntó Franco que apenas podía creerlo.—¡Es el casco! —gritó Victoria y se abrazaron porque por fin aquel condenado barco había aparecido.Parecía un buque de guerra y estaba hundido a una profundidad considerable, pero aquellos eran buzos experto
Victoria sentía que las manos le sudaban, y cuando miró a Franco se dio cuenta de que no era solo ella la que estaba nerviosa.Santiago recibió la maleta de manos del buzo y les ordenó seguir buscando, como si no hubieran encontrado nada. Mateo, el Conte y la Mamma lo siguieron adentro de la sala de mando.Franco ayudó a despejar la mesa y luego los cuatro se pararon alrededor de aquella maleta.—Bueno… manos a la obra —dijo Mateo.La secó bien con un paño y se aseguró de no romper nada mientras forzaba la cerradura, porque era evidente que a aquella hora y en un barco hundido no se iban a poner a buscar su llave.La maleta se abrió con un crac y todos se sorprendieron con cierto alivio al ver que no le había entrado el agua y su contenido estaba bastante intacto a pesar del tiempo.—Guantes —advirtió Mateo y los demás obedecieron.—¿Eso es lo que yo creo que es? —preguntó Victoria tomando lo que parecía un pisapapeles de oro macizo con un mango.—¡Cristo Divino! —murmuró Franco con l
Quien no conociera a Franco Garibaldi, debía pensar que estaba calmado, pero ya para aquel momento Victoria lo conocía tan bien, que sabía que debajo de toda aquella calma solo se estaba gestando la tormenta. —¿Estás bien? —le preguntó rodeándolo con los brazos y acurrucándose contra su espalda, mientras la vista del italiano se perdía en el mar. —No —murmuró Franco con sinceridad—. Trato de tomar la decisión más ética, pero sé que eso será imposible. Quizás sea injusto que un hombre, cualquier hombre, sea privado de su linaje, pero si veo lo que han sido capaces de hacer para conseguir esas cosas, la cantidad de gente que han lastimado… —Franco negó con frustración—. No quiero imaginar lo que serían capaces de hacer si logran conseguir lo que quieren. —¡Pero es que no es tan sencillo, Franco! —exclamó Victoria dándole la vuelta para mirarlo a los ojos—. ¿O de verdad crees que restaurar la monarquía en Italia es asunto de coser y cantar? —Lo que yo crea no importa, niña —replicó él
Victoria jamás había estado en Roma, y no dudaba que fuera una ciudad espectacular, pero conocerla en aquellas circunstancias era sencillamente horrible. Habían pasado dos días desde que habían recibido aquel mensaje, dos días en que habían trabajado como si el mundo dependiera de eso y en cierta forma así era.Mateo había hecho su parte y Franco la suya, porque nadie había logrado que ese español se marchara de allí sin ayudar. Archer había llegado y los Silenciosos habían hecho un viaje perfectamente camuflado en aviones comerciales.Franco había hablado brevemente con Vitto y con Lorenzo.—Esto sí es rapidez —había murmurado Victoria porque en menos de seis horas y sin pisarla todavía, Franco había comprado una residencia independiente en Roma, suficientemente grande como para albergar al pequeño escuadrón de ataque y a todos los que se necesitaban.Finalmente llegó el día que habían concertado para el encuentro y si el italiano estaba nervioso, no se le notaba. Revisó paso a paso