No era un viaje largo, Victoria no estaba preocupada precisamente por eso, pero estaba muy consciente de que los estarían persiguiendo hasta que lograran terminar con los Rossi.—Voy a darme un baño —murmuró—. Necesito sacarme todo esto de encima… me siento sucia.Franco asintió, acariciando su rostro.—¿Quieres que te bañe? —trató de sonreír él.—Me vendrían bien un par de brazos fuertes así como los tuyos…—¡Oye, oye…! —rezongó Franco.—Está bien, está bien, los tuyos específicamente… —rio ella abrazándolo.El italiano la besó despacio, le habría encantado decir que sentía por ella ese amor tierno que solo buscaba proteger, pero la realidad era que aquella pasión, aquella hambre que sentía por su cuerpo, por sus besos, por su piel, no se le pasaba desde que había vuelto a verla.Se levantó, haciendo que enredara las piernas a su alrededor y la llevó consigo al baño. Victoria estaba cansada, estaban los dos agotados por todo lo que estaba sucediendo, pero no había mejor forma de enfr
Victoria sintió que se le ponía el corazón en la boca. Franco estaba asustado, pero lo que más le daba miedo a la muchacha era que sabía que no estaba asustado por él mismo sino por ella. Sabía que si tenía quedarse allí y sacrificarse para que ella pudiera escapar, lo haría sin dudarlo dos veces.—¡No puedes hacerme esto, Franco! —balbuceó con los ojos llenos de lágrimas—. ¡No puedes dejar que te maten por mí…!El italiano la atrapó en un abrazo poderoso y le dio un beso urgente y apasionado, saboreando aquellas lágrimas que le llegaban al alma.—No voy a dejar que me maten. Créeme que tengo mucho por qué vivir, pero separados tenemos más posibilidades de escapar —trató de convencerla—. Por favor vete, yo iré justo detrás de ti. Te lo prometo.—¡No podemos separarnos, Franco por favor…! —sollozó ella aferrando su playera con fuerza.—¡Escúchame, niña, escúchame! —la sacudió él, tomándola por los hombros—. Solo voy a quedarme unos minutos. Voy a activar la defensa de la casa y luego t
Cuatro días antes.Victoria supo que estaba llegando al final del túnel cuando las luces se hicieron menos tenues. Salió por una trampilla idéntica a la que había en la casa y se encontró delante de tres autos. Todos tenían las llaves en las guanteras, así que la muchacha optó por el menos llamativo, aunque los tres eran bastante sencillos.Apenas la puerta del garaje se abrió, cuando el sonido de los disparos a dos calles de allí podía escucharse con claridad. Y para su sorpresa, las sirenas de policía no aparecieron con tanta rapidez como había esperado. Se dirigió al puerto tal como le había dicho a Franco, y se limpió la cara, porque le había prometido que sería fuerte.Llegó al muelle pesquero y detuvo a la primera persona que vio.—Disculpe, ¿dónde puedo encontrar a Nico? —preguntó.—¿Nico el tuerto? ¿El capitán de La Sirena coja? —preguntó el hombre.—Sí, ese —confirmó Victoria.—Está al final del muelle, durmiendo la borrachera como siempre… —le dijo el hombre, y antes de que
Victoria ni siquiera sabía cómo se llamaba aquella ciudad, solo sabía que tenía un puerto y en ese puerto había barcos.—Siga circunnavegando la isla, no se detenga, yo lo encontraré en uno de los puertos cuando lo necesite —le había dicho a Nico y el hombre no se había molestado en protestar o preguntar.Victoria había crecido en un pueblito frente al mar Balear, y había hecho toda clase de locuras con sus amigos desde que era una adolescente. No podías crecer en un lugar así sin saber manejar al menos un barco pequeño, así que paseó alrededor de los muelles y vio algo que ya conocía. Una pequeña Bayliner, una lancha rápida de diecisiete pies, compacta, eficiente. Y si en su adolescencia le había parecido buena para correr, ahora le parecía buena para escapar.Fue a la tienda de conveniencia más cercana y compró comida y agua suficiente, y luego le alargó la mano al dueño de aquella lancha y le dijo sin rodeos que se la quería comprar. Podía parecer una locura, pero cuando se llevaba
Franco cerró los ojos mientras buscaba desesperadamente los labios de Victoria y su respiración se hacía pesada y superficial. El miedo actuaba sobre él de una forma extraña, tanta desesperación por perderla, lo hacían querer todo de ella, en ese mismo momento, como si fuera un espejismo y de un momento a otro fuera a desaparecer.Le sacó la blusa de un tirón y la escuchó ahogar un jadeo, pero si era sorpresa o excitación pronto lo sabría, porque su suéter cayó a varios metros cuando ella se lo quitó. Las manos del italiano aferraron sus caderas con fuerza y entonces todo se descontroló. Quitarse el resto de la ropa fue un acto mutuo de violencia, como si les molestara demasiado. Se besaban entre gruñidos urgentes y jadeos entrecortados.—¡Dios, niña, creí que iba a volverme loco!—Tienes mi permiso para ponerte loco ahora… —suspiró ella y Franco bajó por su cuello, dejando un rastro de besos sobre sus senos hasta que se metió uno de sus pezones en la boca.La escuchó gemir con ansied
Victoria abrió los ojos y arrugó la nariz, porque le dolía todo el cuerpo, pero en un segundo aquella voz la hizo sonreír.—¿Estás bien, nena?—¿Desde cuándo estás despierto? —murmuró acurrucándose más con su italiano.—Creo que no dormí en toda la noche.—¡Porque te la pasaste haciéndome el amor! —se rio ella—. Pero igual después tenías que cerrar esos ojos hermosos y descansar.Franco la besó con suavidad y se obligó a levantarse.—Tengo la cabeza demasiado ocupada, nena. No podría dormir ni queriendo —murmuró—. Además tenemos que salir de aquí. Es peligroso quedarnos demasiado tiempo en el mismo lugar.Victoria se sentó, cubriéndose con una de las sábanas, y lo admiró mientras se vestía. Él le regaló una mirada coqueta y dos minutos después la muchacha sentía cómo el yate comenzaba a avanzar. Tenía bastante potencia para remolcar la pequeña lancha, y era bueno conservarla por cualquier emergencia.Se levantó, se dio el primer baño decente en días y se alegró de tener un cocina equi
Franco la miró detenidamente. Con su gorra y sus lentes, Victoria andaba entre los turistas de la isla con naturalidad, como si no tuviera nada que temer. Mientras, él se quedaba dos pasos atrás, vigilando que nada pasara.Victoria compró mapas, folletos de curiosidades, habló con algunos vendedores de excursiones y por último entró en una pequeña librería y compró algunos libros de historia.Echó todo en una mochila que llevaba y se fue a comprar cuanta chuchería o dulce se le antojó.Una hora después Franco acortaba la distancia y la alcanzaba en una de las salidas del pueblito, asegurándose de que nadie los siguiera.—¿Todo bien, nena? —le preguntó.—Perfecto, amor. ¿Viste algo raro? —murmuró Victoria tomando su mano.—Nada. ¿Tú?—No, todo estaba más tranquilo que la casa de un caracol. Pero de todas formas me sentía muy segura contigo cuidándome la espalda.Franco pasó un brazo sobre su hombro y la estrechó sin dejar de mirar atrás de vez en cuando. Caminaron unos tres kilómetros
El primer disparo resonó por encima de su cabeza y Victoria se recogió sobre sí misma, intentando protegerse. De repente no era solo el sonido de los balazos, sino también el humo que se levantaba de los barcos, porque parecía que todos se estaban incendiando.Intentó llegar a la puerta y solo sintió el dolor horrible en una pierna mientras una bala la atravesaba. Dolía como el demonio, pero Victoria sabía que no podía quedarse allí o se asfixiaría.Se echó sobre la cubierta y se arrastró tanto como pudo, pero sintió la mano de un hombre sobre su cabello, tirando de él y haciéndola levantarse.Gritó con todas sus fuerzas. El nombre de Franco salía de su boca desesperadamente, y no entendía por qué él no había estado con ella.Sus gritos retumbaron en el pequeño barco y el italiano soltó cada mapa que estaba revisando con Mateo para salir corriendo y encontrársela en el suelo junto a la cama, peleándose con la manta.—¡Victoria! ¡Nena! ¡Victoria! —Franco la sacudió y la muchacha abrió