Torre Faro abría las puertas al Estrecho de Mesina, por donde debía pasar cada carguero que la ´Ndrangheta quisiera ingresar a Italia. Teóricamente estaba en territorio de Sicilia, debía ser de La Cosa Nostra, pero Franco había negociado el mejor de los tratos con la mafia siciliana para tener el control total del Estrecho.Así que cuando la familia estaba bajo un ataque como aquel, no había mejor lugar para reunirse que un territorio completamente neutral y seguro fuera de sus dominios. El almacén de Torre Farro era enorme, y siempre había personal viviendo en él. La organización tenía más de cinco mil miembros, obviamente no todos habían podido reunirse tan rápido, pero todos los que vivían en Regio de Calabria, al menos unos trescientos hombres, estaban allí.Los murmullos se escuchaban en todo recinto principal. Las noticias sobre el ataque a la mansión del Conte se habían extendido como pólvora y por lo pronto, se les daba por desaparecidos a la familia principal de la organizaci
El rostro de Luciano se había convertido en una máscara de furia y tensión. Había esperado que funcionara el maldit0 ataque, los Rossi habían destinado innumerables recursos después de todo a acabar de una vez por todas con Franco Garibaldi.—¿Se te olvidó cuál es el castigo por traicionar a esta familia? —murmuró el Conte con el semblante ensombrecido.—¡Yo no sé de qué hablas! —gritó Luciano—. ¡Yo jamás he traicionado a la organización! ¡Yo soy un Aiello, no puedes juzgarme sin pruebas…!—¿¡Y de verdad creíste que iba a venir aquí hoy, a pararme delante de tu padre, que es uno de los hombres que más respeto en el mundo, que es el padrino de mi hijo, a decirle que su hijo es un traidor, si no tuviera pruebas!? —rugió Franco y Victoria se acercó a Paolo que todavía sostenía la tablet.Cliqueó en la pantalla algunas veces y comenzó a reproducirse aquel video de una de las cámaras de seguridad en el que Franco hablaba con Victoria sobre Emilio Rossi. La cámara tomaba perfectamente aquel
El rostro desencajado de Luciano emulaba con la rabia y la tristeza en el rostro de Vitto, pero antes de que pudiera hacer un solo movimiento, Enzo le quitó aquella hacha de las manos.—Yo lo haré… —murmuró y su padre accedió mientras bajaba la cabeza y daba un par de pasos atrás.Sobra decir que los gritos de Luciano parecía que se quedarían prendidos a las piedras de aquel almacén por muchos años, pero cuando Enzo terminó y lo metieron en una camioneta para llevarlo al hospital más cercano, el silencio era sobrecogedor.—Gracias, Mamma… —Fue lo único que murmuró Vitto—. Era menos de lo que merecía. —Y lo más que le dolía no era solo la traición de su hijo, sino el hecho de que estuviera planeando también matar a su hermano.—Lamento mucho esto, de corazón —murmuró Victoria—. Pero espero que sea un escarmiento para todos.—Esta es una vergüenza difícil de superar. La familia Aiello se retirará de La Santa de inmed…—No —lo interrumpió Franco—. No puedes retirarte cuando más te necesi
No era un viaje largo, Victoria no estaba preocupada precisamente por eso, pero estaba muy consciente de que los estarían persiguiendo hasta que lograran terminar con los Rossi.—Voy a darme un baño —murmuró—. Necesito sacarme todo esto de encima… me siento sucia.Franco asintió, acariciando su rostro.—¿Quieres que te bañe? —trató de sonreír él.—Me vendrían bien un par de brazos fuertes así como los tuyos…—¡Oye, oye…! —rezongó Franco.—Está bien, está bien, los tuyos específicamente… —rio ella abrazándolo.El italiano la besó despacio, le habría encantado decir que sentía por ella ese amor tierno que solo buscaba proteger, pero la realidad era que aquella pasión, aquella hambre que sentía por su cuerpo, por sus besos, por su piel, no se le pasaba desde que había vuelto a verla.Se levantó, haciendo que enredara las piernas a su alrededor y la llevó consigo al baño. Victoria estaba cansada, estaban los dos agotados por todo lo que estaba sucediendo, pero no había mejor forma de enfr
Victoria sintió que se le ponía el corazón en la boca. Franco estaba asustado, pero lo que más le daba miedo a la muchacha era que sabía que no estaba asustado por él mismo sino por ella. Sabía que si tenía quedarse allí y sacrificarse para que ella pudiera escapar, lo haría sin dudarlo dos veces.—¡No puedes hacerme esto, Franco! —balbuceó con los ojos llenos de lágrimas—. ¡No puedes dejar que te maten por mí…!El italiano la atrapó en un abrazo poderoso y le dio un beso urgente y apasionado, saboreando aquellas lágrimas que le llegaban al alma.—No voy a dejar que me maten. Créeme que tengo mucho por qué vivir, pero separados tenemos más posibilidades de escapar —trató de convencerla—. Por favor vete, yo iré justo detrás de ti. Te lo prometo.—¡No podemos separarnos, Franco por favor…! —sollozó ella aferrando su playera con fuerza.—¡Escúchame, niña, escúchame! —la sacudió él, tomándola por los hombros—. Solo voy a quedarme unos minutos. Voy a activar la defensa de la casa y luego t
Cuatro días antes.Victoria supo que estaba llegando al final del túnel cuando las luces se hicieron menos tenues. Salió por una trampilla idéntica a la que había en la casa y se encontró delante de tres autos. Todos tenían las llaves en las guanteras, así que la muchacha optó por el menos llamativo, aunque los tres eran bastante sencillos.Apenas la puerta del garaje se abrió, cuando el sonido de los disparos a dos calles de allí podía escucharse con claridad. Y para su sorpresa, las sirenas de policía no aparecieron con tanta rapidez como había esperado. Se dirigió al puerto tal como le había dicho a Franco, y se limpió la cara, porque le había prometido que sería fuerte.Llegó al muelle pesquero y detuvo a la primera persona que vio.—Disculpe, ¿dónde puedo encontrar a Nico? —preguntó.—¿Nico el tuerto? ¿El capitán de La Sirena coja? —preguntó el hombre.—Sí, ese —confirmó Victoria.—Está al final del muelle, durmiendo la borrachera como siempre… —le dijo el hombre, y antes de que
Victoria ni siquiera sabía cómo se llamaba aquella ciudad, solo sabía que tenía un puerto y en ese puerto había barcos.—Siga circunnavegando la isla, no se detenga, yo lo encontraré en uno de los puertos cuando lo necesite —le había dicho a Nico y el hombre no se había molestado en protestar o preguntar.Victoria había crecido en un pueblito frente al mar Balear, y había hecho toda clase de locuras con sus amigos desde que era una adolescente. No podías crecer en un lugar así sin saber manejar al menos un barco pequeño, así que paseó alrededor de los muelles y vio algo que ya conocía. Una pequeña Bayliner, una lancha rápida de diecisiete pies, compacta, eficiente. Y si en su adolescencia le había parecido buena para correr, ahora le parecía buena para escapar.Fue a la tienda de conveniencia más cercana y compró comida y agua suficiente, y luego le alargó la mano al dueño de aquella lancha y le dijo sin rodeos que se la quería comprar. Podía parecer una locura, pero cuando se llevaba
Franco cerró los ojos mientras buscaba desesperadamente los labios de Victoria y su respiración se hacía pesada y superficial. El miedo actuaba sobre él de una forma extraña, tanta desesperación por perderla, lo hacían querer todo de ella, en ese mismo momento, como si fuera un espejismo y de un momento a otro fuera a desaparecer.Le sacó la blusa de un tirón y la escuchó ahogar un jadeo, pero si era sorpresa o excitación pronto lo sabría, porque su suéter cayó a varios metros cuando ella se lo quitó. Las manos del italiano aferraron sus caderas con fuerza y entonces todo se descontroló. Quitarse el resto de la ropa fue un acto mutuo de violencia, como si les molestara demasiado. Se besaban entre gruñidos urgentes y jadeos entrecortados.—¡Dios, niña, creí que iba a volverme loco!—Tienes mi permiso para ponerte loco ahora… —suspiró ella y Franco bajó por su cuello, dejando un rastro de besos sobre sus senos hasta que se metió uno de sus pezones en la boca.La escuchó gemir con ansied