La luz tenue y amarilla de la lamparita del cuarto de servicio se encendió sobre ellos, y se quedó parpadeando.—¿Estás loco? ¿Qué haces aquí? —preguntó Victoria viendo el espacio reducido en que se habían metido.—No sé… estamos muy serios, creo que eso me preocupó —murmuró Franco pegándose a su cuerpo mientras sentía la respiración de la muchacha acelerarse.—Se supone que tenemos que estar serios, estamos haciendo una cena para La Santa —replicó ella cerrando los ojos y levantando los labios hacia él—. Tú solo querías escaparte y besuquearme en un closet como un adolescente. Confiésal…La boca de Franco se adueñó de la suya y Victoria se apretó contra él con un gesto inconsciente. Sintió su lengua invadiéndola, su beso haciéndose más profundo y demandante mientras subía su vestido hasta que sus manos entraron en contacto con aquel trasero pequeño y redondo.—¡Dios, no pude dejar de pensar en esto en toda la noche! —susurró metiendo los dedos por debajo de sus bragas y apretando sus
Debían ser las diez de la noche cuando la familia se despidió y comenzó a retirarse. Los niños estaban cansados y entre ellos, Massimo ya dormitaba sobre el hombro de su madre. Franco y Victoria suspiraron cuando el último de los coches desapareció por la verja de entrada y el Ejecutor del Conte se giró hacia Massimo. —Venga con el tío Archer, que tu padre y tu madre están demasiado remendados todavía —dijo tomándolo de las manos de Victoria y subiendo con él las escaleras. —¿Estás bien? —preguntó Franco y Victoria levantó una ceja y le sonrió de medio lado. —¿Es una pregunta seria o lo dices por…? —no se atrevió a seguir, pero el italiano entendió perfectamente la insinuación. —Eso lo resolveremos después, niña —le aseguró humedeciéndose los labios—, pero lo pregunto por la forma en que decidiste que hiciéramos el bautizo de Massimo tan pronto. Victoria se puso seria en un segundo, miró a todos lados y tomó la mano de Franco, arrastrándolo tras ella hasta su habitación. Se asegu
Victoria se estremeció con su tacto, era caliente, sensual y lo deseaba más de lo que podía comprender.—Bue… bueno… —balbuceó—. Se me enredó el cabello con el cierre…—Con el cierre, sí. Dame un segundo —murmuró Franco tratando de liberarlo y en cuanto lo hizo le corrió el cabello a un lado para terminar de ayudarla, pero sus ojos se quedaron fijos sobre aquel tatuaje que tenía sobre el omóplato izquierdo.Era bastante grande, la figura alada de un arcángel con una espada, y sobre su cabeza has iniciales FG.Franco lo repasó con las yemas de los dedos y Victoria cerró los ojos.—¿Te dolió? —preguntó.—No lo recuerdo bien. En aquel momento me dolían tantas cosas que durante un tiempo, antes de que Massimo naciera, todo parece envuelto en una niebla demasiado espesa —respondió la muchacha—. Solo sé que ese tatuaje me salvó de cosas peores a las que me pasaron.El italiano se inclinó despacio y la besó allí, sobre sus iniciales. La rodeó con los brazos y le acarició la oreja con la nari
Eran solo las ocho de la mañana cuando Massimo bajó corriendo y cayó en sus brazos con el mejor saludo del mundo.—¿Y tú cuándo vas a decirme «papá», jovencito? —le preguntó Franco—. ¿No ves que mi corazoncito ya no puede esperar? Yo soy pa-pá. A ver… pa-pá, pá-pá.Lo sentó en su sillita de la cocina para desayunar y vio entrar a Victoria, que por supuesto no estaba a menos de tres metros de su hijo. La muchacha pasó junto a él con la barbilla levantada, sin saludarlo ni mirarlo. Pero apenas se levantó en punta de pies contra la encimera para alcanzar un bol, sintió el cuerpo del italiano apretándose contra su espalda.—¿Y eso qué fue? —susurró Franco en su oído y la sintió estremecerse.—Eso fui yo ignorándote, porque sería muy poco digno de una Mamma sacarte la lengua —replicó Victoria, pero la respiración se le cortó al sentir la ingle de Franco clavándose contra sus nalgas.—¿Y por qué razón querría la Mamma sacarme la lengua? —preguntó Franco haciéndose el desentendido y Victoria
Victoria pasó saliva, asustada, y sacó ese miedo de la única forma en que Amira la había enseñado a hacerlo: enojándose.—¡Maldición! ¡Para un día que queremos salir tranquilos! —gruñó mientras Franco la mantenía a su espalda.El italiano seguía apuntando a la puerta y por el manos libres escuchó la voz de Archer dando órdenes.Alguien había estado siguiéndolos pero por lo visto no tenía intención de meterse tras ellos a la tienda.Franco se quedó pensativo por un segundo. Durante todo el trayecto saliendo de la propiedad hasta que habían llegado al centro de la ciudad no había visto que nadie los siguiera.—¿De dónde salió este hombre? —murmuró en voz baja.—¿Y si alguien en la casa le advirtió que veníamos? —preguntó Victoria.—No, nadie en la casa sabía a dónde íbamos —replicó Franco—. Ni siquiera le dije a Archer porque exactamente a dónde iríamos…—¿Y si es un espía de oportunidad? —preguntó Victoria y el italiano la miró como si hubiera tenido una epifanía.«Se está yendo, voy a
—¡Dios, esta es la gloria! —suspiró Franco cerrando los ojos y Victoria sonrió con malicia.—¿Qué cosa? ¿Las ostras o yo? ¡Porque te advierto que si solo son las ostras, eres un hombre muy fácil de complacer! —murmuró mientras le daba otra y el italiano hacía un puchero.—Yo no soy fácil de complacer, ¡pero es que tú eres perfecta, condenada! Y que conste que las ostras tienen lo suyo solo porque tú estás aquí —replicó acariciando sus muslos por debajo del vestido. Estaba sentada a horcajadas sobre él mientras le daba de comer, y Franco estaba al borde del colapso nervioso solo por sentir su calor tan cerquita—. ¿Dónde aprendiste a cocinar así? —preguntó solo por cambiar de tema.La muchacha sonrió con nostalgia y respondió:—Nací en un pueblito de Valencia, un pueblito de mar. Mis abuelos paternos tenían un pequeño restaurante, así que antes de saber multiplicar ya estaba metida en una cocina…—¿Me enseñas? —preguntó Franco y ella levantó los ojos.—¿A cocinar? ¿Quieres… que te enseñ
Victoria se miró al espejo. Llevaba un vestido de un celeste muy claro que rozaba el suelo, y sobre el antebrazo una mantilla del mismo color, para cubrirse la cabeza en la iglesia. Había preparado aquel día a la perfección, y Franco también lo había hecho.La mansión había sido cableada hasta la última habitación, había más micrófonos que en un karaoke y más cámaras que en el Pentágono; pero eso garantizaba que el plan de Franco diera resultado donde quiera que se vieran obligados a llevarlo a cabo.La misa transcurrió sin inconveniente, y el bautizo de Massimo fue sencillo pero muy lindo. Vitto se notaba hinchado de orgullo y su esposa Antonella no quería soltar a Massimo, y lo paseaba entre los invitados como si fuera el primero de sus nietos.—Creo que va a ser una madrina consentidora… —se rio Victoria.—No tienes idea —le aseguró Vitto, mirando a su esposa con amor—. Nuestras mujeres son duras, Mamma, están obligadas a serlo, pero por dentro son tan madres como cualquier otra mu
Veinticuatro horas. Poco más de veinticuatro horas era todo lo que había pasado desde que se había celebrado el bautizo de Massimo hasta que el celular de Franco había comenzado a vibrar con aquel mensaje. Victoria lo vio arrugar el ceño, entre aliviado y preocupado, y acarició la cabeza de Massimo, que ya dormía tranquilamente en su camita.Tomó el teléfono que Franco le extendía, pero solo aparecía una serie de números raros que la muchacha no entendía para nada.—¿Qué es esto? —preguntó.—Es un cifrado. Uno muy básico que hicimos Amira y yo pero es excelente para lo que necesitamos.—¿Esto qué quiere decir? ¿Está en peligro? —se asustó Victoria pero él negó.—No lo sé, supongo que vamos a averiguarlo. Ven, necesito que tú también lo aprendas.El italiano dejó a Archer cuidando de Massimo y la muchacha lo siguió hasta el estudio.—Este es nuestro libro base —dijo Franco tomando de su caja fuerte un cuaderno de catorce por veinte centímetros que debía tener solo unas cincuenta página