Veinticuatro horas. Poco más de veinticuatro horas era todo lo que había pasado desde que se había celebrado el bautizo de Massimo hasta que el celular de Franco había comenzado a vibrar con aquel mensaje. Victoria lo vio arrugar el ceño, entre aliviado y preocupado, y acarició la cabeza de Massimo, que ya dormía tranquilamente en su camita.Tomó el teléfono que Franco le extendía, pero solo aparecía una serie de números raros que la muchacha no entendía para nada.—¿Qué es esto? —preguntó.—Es un cifrado. Uno muy básico que hicimos Amira y yo pero es excelente para lo que necesitamos.—¿Esto qué quiere decir? ¿Está en peligro? —se asustó Victoria pero él negó.—No lo sé, supongo que vamos a averiguarlo. Ven, necesito que tú también lo aprendas.El italiano dejó a Archer cuidando de Massimo y la muchacha lo siguió hasta el estudio.—Este es nuestro libro base —dijo Franco tomando de su caja fuerte un cuaderno de catorce por veinte centímetros que debía tener solo unas cincuenta página
—Tenemos veinte minutos, debemos movernos —siseó Franco colgando al teléfono y tomando la mano de Victoria.—Yo me voy con ellos —le dijo Amira adelantándose—, yo los voy a proteger hasta que todo pase.—No, no Amira, sabes que Archer es más que capaz y a donde van… A donde van no necesitan ni a Archer. Pero lo que hiciste esta noche… tu ayuda nos salvó la vida —le dijo Franco—. Sé que es mucho pedir, pero necesito que vuelvas allá.Amira negó con un gesto que pretendía tranquilizarlo.—Igual iba a volver, lo sabes. ¿Nos seguimos comunicando de la misma forma? —le preguntó.—Claro que sí.Franco y Victoria la abrazaron y salieron corriendo hacia la oscuridad de la calle. Los dos tenían la adrenalina a tope, y la muchacha tenía ganas de echarse a llorar, pero sabía que no podía. ¡Un contrato sobre Franco! ¡Era impensable!Se subió al auto apenas el italiano abrió la puerta y salieron dejando un largo dibujo de llantas aceleradas en el pavimento.—¿A dónde vamos? —preguntó Victoria nerv
Franco le dio la mano a Victoria y aceleró, perdiéndose en las calles oscuras de la ciudad. Tenía muy bien establecido los protocoles para cuando sucediera algo como aquello, porque desde el mismo día que había decidido vengarse de Santo Garibaldi, había asumido que algo como aquello podía pasar.Volvió a tomar su teléfono y marcó un número, poniendo el teléfono en altavoz. Sabía que era de madrugada, pero también estaba seguro de que aquel hombre no dejaría de responder y en efecto, dos repiques después una voz severa y profunda le contestó.—¿Garibaldi?—Hellhound… necesito un favor —dijo Franco y sabía que con Eric Hellmand no se necesitaban demasiadas explicaciones.—Escúpelo.—Tengo un contrato sobre mi cabeza, necesito esconderme por un tiempo.—Sabes que puedes venir cuando quieras, nadie va a tocarte aquí —replicó Eric con voz amenazante.—No, yo voy a quedarme a arreglar esto, pero estoy mandándote a mi hijo —dijo Franco y casi pudo leer la sorpresa en el tono del Hellhound.
Franco cerró los brazos a su alrededor y la estrechó con fuerza, mientras Victoria abría su boca para él, y el italiano hundía la lengua en ella como si le pudiera besar hasta el alma.Todo el miedo, toda la ansiedad, toda la desesperación que habían pasado en las últimas dos horas… solo quería que aquello desapareciera. La nariz de Victoria recorrió su garganta y ella y lo sintió estremecerse, tensarse, mientras su respiración se hacía pesada y poderosa en un segundo.Ni siquiera lo pensó, metió las manos debajo de su playera y le recorrió el abdomen mientras se la subía, y sus labios fueron directo a recorrer esos músculos perfectos sobre su corazón. Mordió allí, y jadeó al sentir el sabor delicioso y salado en la piel del italiano… y cuando volvió a subir la mirada todo lo que encontró en sus ojos fue un deseo que rayaba en la desesperación.Ya no sabía si quería que fuera más despacio, más suave, más delicado… solo sabía que le ardía la piel si no estaba en contacto con la suya, y
El colchón podía ser de piedra y aun así Victoria no lo hubiera sentido. Tenía el cuerpo tenso, adolorido, la piel le ardía y juraba que tenía ganas de morder algo.—¿Por qué…? ¡Dios! ¿¡Por qué me duele!? —gimió cuando Franco se separó de su boca y la miró a los ojos.—¿Cuándo te duele? —preguntó aunque ya sabía la respuesta.—Cuando dejas de tocarme… ¡por favor no dejes de tocarme! —le rogó ella y el italiano hizo un puchero inconsciente mientras le abría las piernas y veía su sexo, oscuro y tenso, mojado, hermoso.Acarició el interior de sus muslos mientras descendía entre ellos y deslizó su miembro sobre su clítoris con una caricia tan perfecta que la hizo contraerse y gritar. Sentía como si alguien estuviera clavando agujas en la entrada de su vagina, como si aquella desesperación no fuera a terminar jamás, como si nunca más fuera capaz de respirar de nuevo… y cuando lo sintió presionar la punta de su miembro entre sus piernas ya no pudo soportarlo.—¡Por favor…! —sollozó en el mi
Victoria suspiró despacio mientras trataba de abrir los ojos, pero no podía. Le dolían hasta las buenas intenciones, apenas sentía las piernas y sentía que le había pasado un camión por encima… un camión lindo y sexi llamado Franco Garibaldi.Sonrió mientras se estiraba y sintió un beso suave sobre sus labios.—¿Soñando, recordando o deseando? —escuchó aquella voz sensual y abrió los ojos para ver a su italiano muy vestido.—¿Saliste? —le preguntó sorprendida, y Franco levantó la bolsita que llevaba en la mano para mostrársela.Victoria le hizo espacio en su lado de la cama y él se sentó.—Para empezar necesitabas esto —dijo entregándole una pequeña caja con una píldora del día después—. Y luego creí que debíamos decidir esto entre los dos.Sacudió la bolsa y de ella cayeron diez cajas de condones y una de parches anticonceptivos y Victoria estalló en carcajadas.—Voy a adivinar esa indirecta —sonrió ella tirando de su playera para besarlo—. Me lo vas a hacer tanto, tan duro y tan bie
Torre Faro abría las puertas al Estrecho de Mesina, por donde debía pasar cada carguero que la ´Ndrangheta quisiera ingresar a Italia. Teóricamente estaba en territorio de Sicilia, debía ser de La Cosa Nostra, pero Franco había negociado el mejor de los tratos con la mafia siciliana para tener el control total del Estrecho.Así que cuando la familia estaba bajo un ataque como aquel, no había mejor lugar para reunirse que un territorio completamente neutral y seguro fuera de sus dominios. El almacén de Torre Farro era enorme, y siempre había personal viviendo en él. La organización tenía más de cinco mil miembros, obviamente no todos habían podido reunirse tan rápido, pero todos los que vivían en Regio de Calabria, al menos unos trescientos hombres, estaban allí.Los murmullos se escuchaban en todo recinto principal. Las noticias sobre el ataque a la mansión del Conte se habían extendido como pólvora y por lo pronto, se les daba por desaparecidos a la familia principal de la organizaci
El rostro de Luciano se había convertido en una máscara de furia y tensión. Había esperado que funcionara el maldit0 ataque, los Rossi habían destinado innumerables recursos después de todo a acabar de una vez por todas con Franco Garibaldi.—¿Se te olvidó cuál es el castigo por traicionar a esta familia? —murmuró el Conte con el semblante ensombrecido.—¡Yo no sé de qué hablas! —gritó Luciano—. ¡Yo jamás he traicionado a la organización! ¡Yo soy un Aiello, no puedes juzgarme sin pruebas…!—¿¡Y de verdad creíste que iba a venir aquí hoy, a pararme delante de tu padre, que es uno de los hombres que más respeto en el mundo, que es el padrino de mi hijo, a decirle que su hijo es un traidor, si no tuviera pruebas!? —rugió Franco y Victoria se acercó a Paolo que todavía sostenía la tablet.Cliqueó en la pantalla algunas veces y comenzó a reproducirse aquel video de una de las cámaras de seguridad en el que Franco hablaba con Victoria sobre Emilio Rossi. La cámara tomaba perfectamente aquel