Eran solo las ocho de la mañana cuando Massimo bajó corriendo y cayó en sus brazos con el mejor saludo del mundo.—¿Y tú cuándo vas a decirme «papá», jovencito? —le preguntó Franco—. ¿No ves que mi corazoncito ya no puede esperar? Yo soy pa-pá. A ver… pa-pá, pá-pá.Lo sentó en su sillita de la cocina para desayunar y vio entrar a Victoria, que por supuesto no estaba a menos de tres metros de su hijo. La muchacha pasó junto a él con la barbilla levantada, sin saludarlo ni mirarlo. Pero apenas se levantó en punta de pies contra la encimera para alcanzar un bol, sintió el cuerpo del italiano apretándose contra su espalda.—¿Y eso qué fue? —susurró Franco en su oído y la sintió estremecerse.—Eso fui yo ignorándote, porque sería muy poco digno de una Mamma sacarte la lengua —replicó Victoria, pero la respiración se le cortó al sentir la ingle de Franco clavándose contra sus nalgas.—¿Y por qué razón querría la Mamma sacarme la lengua? —preguntó Franco haciéndose el desentendido y Victoria
Victoria pasó saliva, asustada, y sacó ese miedo de la única forma en que Amira la había enseñado a hacerlo: enojándose.—¡Maldición! ¡Para un día que queremos salir tranquilos! —gruñó mientras Franco la mantenía a su espalda.El italiano seguía apuntando a la puerta y por el manos libres escuchó la voz de Archer dando órdenes.Alguien había estado siguiéndolos pero por lo visto no tenía intención de meterse tras ellos a la tienda.Franco se quedó pensativo por un segundo. Durante todo el trayecto saliendo de la propiedad hasta que habían llegado al centro de la ciudad no había visto que nadie los siguiera.—¿De dónde salió este hombre? —murmuró en voz baja.—¿Y si alguien en la casa le advirtió que veníamos? —preguntó Victoria.—No, nadie en la casa sabía a dónde íbamos —replicó Franco—. Ni siquiera le dije a Archer porque exactamente a dónde iríamos…—¿Y si es un espía de oportunidad? —preguntó Victoria y el italiano la miró como si hubiera tenido una epifanía.«Se está yendo, voy a
—¡Dios, esta es la gloria! —suspiró Franco cerrando los ojos y Victoria sonrió con malicia.—¿Qué cosa? ¿Las ostras o yo? ¡Porque te advierto que si solo son las ostras, eres un hombre muy fácil de complacer! —murmuró mientras le daba otra y el italiano hacía un puchero.—Yo no soy fácil de complacer, ¡pero es que tú eres perfecta, condenada! Y que conste que las ostras tienen lo suyo solo porque tú estás aquí —replicó acariciando sus muslos por debajo del vestido. Estaba sentada a horcajadas sobre él mientras le daba de comer, y Franco estaba al borde del colapso nervioso solo por sentir su calor tan cerquita—. ¿Dónde aprendiste a cocinar así? —preguntó solo por cambiar de tema.La muchacha sonrió con nostalgia y respondió:—Nací en un pueblito de Valencia, un pueblito de mar. Mis abuelos paternos tenían un pequeño restaurante, así que antes de saber multiplicar ya estaba metida en una cocina…—¿Me enseñas? —preguntó Franco y ella levantó los ojos.—¿A cocinar? ¿Quieres… que te enseñ
Victoria se miró al espejo. Llevaba un vestido de un celeste muy claro que rozaba el suelo, y sobre el antebrazo una mantilla del mismo color, para cubrirse la cabeza en la iglesia. Había preparado aquel día a la perfección, y Franco también lo había hecho.La mansión había sido cableada hasta la última habitación, había más micrófonos que en un karaoke y más cámaras que en el Pentágono; pero eso garantizaba que el plan de Franco diera resultado donde quiera que se vieran obligados a llevarlo a cabo.La misa transcurrió sin inconveniente, y el bautizo de Massimo fue sencillo pero muy lindo. Vitto se notaba hinchado de orgullo y su esposa Antonella no quería soltar a Massimo, y lo paseaba entre los invitados como si fuera el primero de sus nietos.—Creo que va a ser una madrina consentidora… —se rio Victoria.—No tienes idea —le aseguró Vitto, mirando a su esposa con amor—. Nuestras mujeres son duras, Mamma, están obligadas a serlo, pero por dentro son tan madres como cualquier otra mu
Veinticuatro horas. Poco más de veinticuatro horas era todo lo que había pasado desde que se había celebrado el bautizo de Massimo hasta que el celular de Franco había comenzado a vibrar con aquel mensaje. Victoria lo vio arrugar el ceño, entre aliviado y preocupado, y acarició la cabeza de Massimo, que ya dormía tranquilamente en su camita.Tomó el teléfono que Franco le extendía, pero solo aparecía una serie de números raros que la muchacha no entendía para nada.—¿Qué es esto? —preguntó.—Es un cifrado. Uno muy básico que hicimos Amira y yo pero es excelente para lo que necesitamos.—¿Esto qué quiere decir? ¿Está en peligro? —se asustó Victoria pero él negó.—No lo sé, supongo que vamos a averiguarlo. Ven, necesito que tú también lo aprendas.El italiano dejó a Archer cuidando de Massimo y la muchacha lo siguió hasta el estudio.—Este es nuestro libro base —dijo Franco tomando de su caja fuerte un cuaderno de catorce por veinte centímetros que debía tener solo unas cincuenta página
—Tenemos veinte minutos, debemos movernos —siseó Franco colgando al teléfono y tomando la mano de Victoria.—Yo me voy con ellos —le dijo Amira adelantándose—, yo los voy a proteger hasta que todo pase.—No, no Amira, sabes que Archer es más que capaz y a donde van… A donde van no necesitan ni a Archer. Pero lo que hiciste esta noche… tu ayuda nos salvó la vida —le dijo Franco—. Sé que es mucho pedir, pero necesito que vuelvas allá.Amira negó con un gesto que pretendía tranquilizarlo.—Igual iba a volver, lo sabes. ¿Nos seguimos comunicando de la misma forma? —le preguntó.—Claro que sí.Franco y Victoria la abrazaron y salieron corriendo hacia la oscuridad de la calle. Los dos tenían la adrenalina a tope, y la muchacha tenía ganas de echarse a llorar, pero sabía que no podía. ¡Un contrato sobre Franco! ¡Era impensable!Se subió al auto apenas el italiano abrió la puerta y salieron dejando un largo dibujo de llantas aceleradas en el pavimento.—¿A dónde vamos? —preguntó Victoria nerv
Franco le dio la mano a Victoria y aceleró, perdiéndose en las calles oscuras de la ciudad. Tenía muy bien establecido los protocoles para cuando sucediera algo como aquello, porque desde el mismo día que había decidido vengarse de Santo Garibaldi, había asumido que algo como aquello podía pasar.Volvió a tomar su teléfono y marcó un número, poniendo el teléfono en altavoz. Sabía que era de madrugada, pero también estaba seguro de que aquel hombre no dejaría de responder y en efecto, dos repiques después una voz severa y profunda le contestó.—¿Garibaldi?—Hellhound… necesito un favor —dijo Franco y sabía que con Eric Hellmand no se necesitaban demasiadas explicaciones.—Escúpelo.—Tengo un contrato sobre mi cabeza, necesito esconderme por un tiempo.—Sabes que puedes venir cuando quieras, nadie va a tocarte aquí —replicó Eric con voz amenazante.—No, yo voy a quedarme a arreglar esto, pero estoy mandándote a mi hijo —dijo Franco y casi pudo leer la sorpresa en el tono del Hellhound.
Franco cerró los brazos a su alrededor y la estrechó con fuerza, mientras Victoria abría su boca para él, y el italiano hundía la lengua en ella como si le pudiera besar hasta el alma.Todo el miedo, toda la ansiedad, toda la desesperación que habían pasado en las últimas dos horas… solo quería que aquello desapareciera. La nariz de Victoria recorrió su garganta y ella y lo sintió estremecerse, tensarse, mientras su respiración se hacía pesada y poderosa en un segundo.Ni siquiera lo pensó, metió las manos debajo de su playera y le recorrió el abdomen mientras se la subía, y sus labios fueron directo a recorrer esos músculos perfectos sobre su corazón. Mordió allí, y jadeó al sentir el sabor delicioso y salado en la piel del italiano… y cuando volvió a subir la mirada todo lo que encontró en sus ojos fue un deseo que rayaba en la desesperación.Ya no sabía si quería que fuera más despacio, más suave, más delicado… solo sabía que le ardía la piel si no estaba en contacto con la suya, y