Franco sonrió al ver aquella cajita, apoyó la espalda en un mueble y la tomó de manos de Victoria, rozándola apenas, pero lo suficiente como para provocarle un escalofrío.La vio apartar de nuevo la mirada y pasó saliva, pero se obligó a hablar.—Es una Caja de los Deseos, Archer debe haberla bajado con algunos juguetes míos del ático —murmuró abriéndola y Victoria la miró con curiosidad—. Bueno, era la mía, cuando éramos niños todos teníamos una.—¿En serio? —preguntó la muchacha—. ¿Y qué hacías, ponías tus deseos dentro para que se cumplieran?Franco levantó una ceja sugerente y asintió.—¡Y todos, todos se cumplían! —respondió como si le estuviera contando una historia de terror—. ¿Quieres que te muestre cómo funciona?Eran muy pocas las ocasiones en las que Franco Garibaldi se veía tan tierno, así que a pesar de todo Victoria decidió aprovecharlo.—Claro, enséñame.—Bien, lo primero que vamos a hacer es esto… —vació la cajita entre los dos y Victoria vio un montón de recortes de c
Franco no estaba muy seguro de qué creer, aunque en aquel momento la verdad era que no estaba muy seguro de nada. Era como si aquel deseo le nublara los pensamientos, como si lo único que fuera capaz de sentir fuera el sabor dulce de aquellos labios que se cerraban sobre los suyos.Victoria se apretó más contra él y Franco metió la lengua en su boca, besándola con una posesividad que no había planeado, pero así era exactamente como se sentía. La sintió tensarse primero y luego derretirse entre sus brazos mientras se apretaba contra su pecho. El italiano rozó sus muslos por encima del vestido, y fue tirando de él hasta que sus manos entraron en contacto con aquella piel suave y delicada.Victoria gimió con su tacto y se separó de su boca, aferrándolo con fuerza por las solapas de la camisa y apoyando la frente en la suya.—No… no quiero… No quiero que hagas esto porque yo lo quiero… —murmuró.Abrió los ojos y se encontró con la mirada clara de aquel hombre.—Y yo no quiero que lo hagas
Victoria caminó despacio hacia su cuarto, pero Franco tuvo que ayudarla a acostar a Massimo, y frunció el ceño cuando la vio hacer una mueca por el esfuerzo.—No me mires así, a ti también te dolió ese brazo —le dijo ella y el italiano suspiró.—Bien, entonces mañana compraremos un sillón cómodo y una… —Franco rodeó a Victoria con sus brazos y suspiró—. No, la verdad es que con todo lo que ha pasado sería cruel hacer que Massimo durmiera solito.—Mmmmm… —Victoria se mordió el labio inferior y él la miró embobado—. ¿Qué te parece esto? Compramos unos puff grandes y una tele, los acomodamos en el cuarto de Massimo, y nos quedamos ahí con él hasta que se sienta seguro durmiendo solito.—Esas vas a ser muchas noches de películas —sonrió Franco.—Ajá… creo que no tenemos apuro —murmuró Victoria y él se inclinó para dejarle un beso suave sobre los labios.—Nos vemos mañana, niña —le sonrió antes de salir y Victoria se acostó junto a Massimo mirando al techo.Ya no tenía el corazón acelerado
La luz tenue y amarilla de la lamparita del cuarto de servicio se encendió sobre ellos, y se quedó parpadeando.—¿Estás loco? ¿Qué haces aquí? —preguntó Victoria viendo el espacio reducido en que se habían metido.—No sé… estamos muy serios, creo que eso me preocupó —murmuró Franco pegándose a su cuerpo mientras sentía la respiración de la muchacha acelerarse.—Se supone que tenemos que estar serios, estamos haciendo una cena para La Santa —replicó ella cerrando los ojos y levantando los labios hacia él—. Tú solo querías escaparte y besuquearme en un closet como un adolescente. Confiésal…La boca de Franco se adueñó de la suya y Victoria se apretó contra él con un gesto inconsciente. Sintió su lengua invadiéndola, su beso haciéndose más profundo y demandante mientras subía su vestido hasta que sus manos entraron en contacto con aquel trasero pequeño y redondo.—¡Dios, no pude dejar de pensar en esto en toda la noche! —susurró metiendo los dedos por debajo de sus bragas y apretando sus
Debían ser las diez de la noche cuando la familia se despidió y comenzó a retirarse. Los niños estaban cansados y entre ellos, Massimo ya dormitaba sobre el hombro de su madre. Franco y Victoria suspiraron cuando el último de los coches desapareció por la verja de entrada y el Ejecutor del Conte se giró hacia Massimo. —Venga con el tío Archer, que tu padre y tu madre están demasiado remendados todavía —dijo tomándolo de las manos de Victoria y subiendo con él las escaleras. —¿Estás bien? —preguntó Franco y Victoria levantó una ceja y le sonrió de medio lado. —¿Es una pregunta seria o lo dices por…? —no se atrevió a seguir, pero el italiano entendió perfectamente la insinuación. —Eso lo resolveremos después, niña —le aseguró humedeciéndose los labios—, pero lo pregunto por la forma en que decidiste que hiciéramos el bautizo de Massimo tan pronto. Victoria se puso seria en un segundo, miró a todos lados y tomó la mano de Franco, arrastrándolo tras ella hasta su habitación. Se asegu
Victoria se estremeció con su tacto, era caliente, sensual y lo deseaba más de lo que podía comprender.—Bue… bueno… —balbuceó—. Se me enredó el cabello con el cierre…—Con el cierre, sí. Dame un segundo —murmuró Franco tratando de liberarlo y en cuanto lo hizo le corrió el cabello a un lado para terminar de ayudarla, pero sus ojos se quedaron fijos sobre aquel tatuaje que tenía sobre el omóplato izquierdo.Era bastante grande, la figura alada de un arcángel con una espada, y sobre su cabeza has iniciales FG.Franco lo repasó con las yemas de los dedos y Victoria cerró los ojos.—¿Te dolió? —preguntó.—No lo recuerdo bien. En aquel momento me dolían tantas cosas que durante un tiempo, antes de que Massimo naciera, todo parece envuelto en una niebla demasiado espesa —respondió la muchacha—. Solo sé que ese tatuaje me salvó de cosas peores a las que me pasaron.El italiano se inclinó despacio y la besó allí, sobre sus iniciales. La rodeó con los brazos y le acarició la oreja con la nari
Eran solo las ocho de la mañana cuando Massimo bajó corriendo y cayó en sus brazos con el mejor saludo del mundo.—¿Y tú cuándo vas a decirme «papá», jovencito? —le preguntó Franco—. ¿No ves que mi corazoncito ya no puede esperar? Yo soy pa-pá. A ver… pa-pá, pá-pá.Lo sentó en su sillita de la cocina para desayunar y vio entrar a Victoria, que por supuesto no estaba a menos de tres metros de su hijo. La muchacha pasó junto a él con la barbilla levantada, sin saludarlo ni mirarlo. Pero apenas se levantó en punta de pies contra la encimera para alcanzar un bol, sintió el cuerpo del italiano apretándose contra su espalda.—¿Y eso qué fue? —susurró Franco en su oído y la sintió estremecerse.—Eso fui yo ignorándote, porque sería muy poco digno de una Mamma sacarte la lengua —replicó Victoria, pero la respiración se le cortó al sentir la ingle de Franco clavándose contra sus nalgas.—¿Y por qué razón querría la Mamma sacarme la lengua? —preguntó Franco haciéndose el desentendido y Victoria
Victoria pasó saliva, asustada, y sacó ese miedo de la única forma en que Amira la había enseñado a hacerlo: enojándose.—¡Maldición! ¡Para un día que queremos salir tranquilos! —gruñó mientras Franco la mantenía a su espalda.El italiano seguía apuntando a la puerta y por el manos libres escuchó la voz de Archer dando órdenes.Alguien había estado siguiéndolos pero por lo visto no tenía intención de meterse tras ellos a la tienda.Franco se quedó pensativo por un segundo. Durante todo el trayecto saliendo de la propiedad hasta que habían llegado al centro de la ciudad no había visto que nadie los siguiera.—¿De dónde salió este hombre? —murmuró en voz baja.—¿Y si alguien en la casa le advirtió que veníamos? —preguntó Victoria.—No, nadie en la casa sabía a dónde íbamos —replicó Franco—. Ni siquiera le dije a Archer porque exactamente a dónde iríamos…—¿Y si es un espía de oportunidad? —preguntó Victoria y el italiano la miró como si hubiera tenido una epifanía.«Se está yendo, voy a