El rostro de Franco Garibaldi era una máscara de desprecio. Se había acostumbrado a tener a sus enemigos muy cerca, pero aquel era otro nivel de traición.Lo había visto en la expresión de su padre. Santo Garibaldi había vendido a Victoria, pero no tenía ni idea de que ella había tenido un hijo. Pero alguien más sí lo sabía. Alguien había recolectado su ADN de alguna forma, y sabía que tenía un hijo que estaba en manos de los Rossi.Y lo peor de todo, era que pertenecía a la organización. Nadie más tenía acceso a su casa o a su vida. Eso también significaba que cada paso que diera podía ser—¿Franco?—Comprendo —fue todo lo que dijo él antes de ponerse de pie y abotonarse el saco.—¿Qué…? ¿Qué vas a hacer? —murmuró Victoria—. ¿Tienes idea de cómo recuperar a nuestro hijo…?—Sí —le aseguró Franco—. Tú misma lo dijiste, ellos quieren algo de mí, así que voy a hacer que me lo pidan.Victoria frunció el ceño y se abrazó el cuerpo. Había esperado durante tres años ser libre de nuevo, pero
El señor Mancini era un político respetable, tercera generación de políticos respetables que no se habían enriquecido totalmente con las arcas del país, pero tampoco lo habían ayudado en nada. Básicamente pertenecían a las escalas inferiores en el mundo de la política, sin embargo la mediocre carrera de Roberto Mancini había despegado repentinamente hacía un par de años, llevándolo en una espiral de inconcebibles éxitos electorales hasta situarlo como Primer Ministro del país.En su momento Franco recordaba haberse preguntado si estaría respaldado por los sicilianos o los napolitanos, pero la realidad era que en ningún momento había emitido un solo edicto contra la ´Ndrangheta, así que habían pasado por alto su nombramiento. Sin embargo, ahora que la existencia de los Rossi era una realidad incuestionable, ahora Franco veía el ascenso de Mancini con otros ojos.Debían ser cerca de las dos de la madrugada cuando Franco entró en aquella habitación completamente blanca, con luces blancas
Franco sentía que se le iba a salir el corazón. Hacía años que nada lo hacía correr y menos desesperarse, pero bastaba que se tratara de Victoria para que todo en su cerebro se desconectara.Lo tenía sin cuidado lo que pudieran decir sobre él. El Conte de la ´Ndrangheta corriendo detrás de una mujer… nada de eso le importaba. Lo único que tenía valor para él en aquel momento era saber que ella estaba mal.Se detuvo jadeando en la puerta de su habitación y la vio pegada al enorme ventanal, ahogada en llanto mientras las enfermeras y el doctor intentaban calmarla, pero todo parecía imposible.—¿Victoria…? —murmuró Franco caminando hacia ella y la vio temblar y llorar más fuerte—. ¿Qué pasa…?—¡Está lloviendo! —sollozó la muchacha—. ¡Está lloviendo mucho, está tronando!Y él no entendía nada pero aun así tiró de su mano para abrazarla.—¿Qué pasa con eso? —le preguntó con suavidad.—¡Él le tiene miedo! ¡Massimo odia las tormentas! —exclamó Victoria desesperada—. Le tiene mucho miedo a lo
Franco apoyó los codos en las rodillas, entrelazó los dedos y se llevó los pulgares al puente de la nariz. Estaba agotado, pero aquello estaba muy lejos de terminar, y no podía permitir que nada lo afectara.Hacía dos horas que veía a Victoria revolverse en la cama, tratando de dormir, pero lo único que había logrado era esa bruma de sueño en la que llamaba a su hijo inconscientemente. Y cada vez que escuchaba su nombre, a Franco le parecía que le estaban arrancando el corazón.Cuando por fin la tormenta pasó, salió de aquella habitación, solo para encontrarse a Amira de pie en la puerta, vigilante.La mujer vio su rostro cansado y solo se acercó.—¿Qué necesitas? —preguntó muy bajo y Franco apretó los dientes.—Un favor personal, muy personal, que no tiene nada que ver con tu trabajo como mi Ejecutora —murmuró Franco y Amira sonrió.Aquel hombre la había sacado con sus propios brazos de una zanja donde estaba muriéndose. La había curado, le había dado un propósito y aunque ella era s
Victoria siguió a Amira por todo el corredor, hasta que llegaron a una ventana en el pasillo del segundo piso, casi al otro lado de la mansión. Abrió apenas el cristal y el sonido que entró por la abertura fue entonces consistente con la imagen que tenían delante.En un pequeño jardín en la plata baja, Franco destruía golpe a golpe algo que había sido una placa de mármol rodeada de flores de color claro.—¿Qué es eso? —preguntó Victoria sin comprender.—Es tu tumba —respondió Amira y Victoria se cubrió la boca, ahogando un grito.—¿Cómo…? ¿Cómo que mi…?—La otra diferencia entre tú y yo, es que mientras a mi esposo no le importó que yo me muriera, Franco ha estado llorándote durante tres años —murmuró Amira—. Lo vi detenerse frente a esa lápida cada mañana sin falta y rezar por ti. Y sé que todo lo que hizo hasta hoy, lo hizo por tu recuerdo.A Victoria se le hizo un nudo en la garganta al verlo atacar aquel pedazo de mármol con fiereza. El martillo se movía en sus manos con una preci
Victoria rastrilló la pistola como Amira le había enseñado. Era un arma pequeña y manejable para ella, pero mataba exactamente igual que una grande. Sin embargo el esfuerzo, repetido más de diez veces, la hizo inclinarse hacia adelante, sosteniéndose la herida sobre el abdomen. —¡Hey, hey… no puedes estar haciendo esto! —escuchó una voz tras ella y sintió el cuerpo de Franco pegarse a su espalda sosteniéndola. Le quitó el arma para dejarla sobre la mesa y pasó un brazo a su alrededor para sujetarla por un instante.A Victoria no le quedó más remedio que apoyar la cabeza en su pecho mientras aquellas náuseas momentáneas pasaban. Podía sentir que estaba tenso y nervioso incluso por la forma en que la sostenía, siempre era así cuando la tocaba.Respiró pesadamente y se separó de él, pero en cuanto quitó la mano de su lugar, se encontró un pequeño rastro de sangre en ella.—¡Voy a llamar al doctor! —exclamó Franco asustado y ella negó.—No es nada.—¡Claro que es algo… voy…!—¡Franco, po
Victoria se miró aquel vestido inmaculado, con sus encajes finos y su pedrería. Debía haber costado una pequeña fortuna, y aun así ella no lograba encontrarle lo hermoso. Dentro de todo era sencillo, lo había pedido sin grandes vuelos ni colas, no era excesivo ni espectacular, solo discreto y muy elegante.Se tocó durante un brave segundo la faja apretada que llevaba debajo, sobre la herida, y la ajustó bien para que no se notara.Debían ser las seis de la tarde más o menos cuando los pocos invitados que iban a asistir a la ceremonia comenzaron a llegar. Solo estarían presentes los miembros de La Santa con sus respectivas familias y Ejecutores.—¿Estás lista?Victoria se giró en silencio hacia Amira y asintió.—Vamos.No llevaba flores ni adornos, ni siquiera un velo de novia, solo una pequeña mantilla de encaje de estilo español para no llevar la cabeza descubierta en la iglesia.No había música ni grandes pompas, solo ella al inicio de un pasillo y Franco al final de él.El italiano
Victoria respiró profundamente cuando aquel sacerdote le hizo una cruz sobre la frente, declarándola la Mamma de la ´Ndrangheta. Sentía el cuerpo entumecido y frío, como si se estuviera congelando despacito, pero sabía que eso solo era por el esfuerzo que estaba haciendo. Hacía muy pocos días había estado luchando por su vida, y ahora estaba allí, sacando fuerzas de donde no tenía para terminar aquella ceremonia.Cada uno de los hombres de La Santa los saludaron con una inclinación de cabeza cuando se giraron, y aquello ya era oficial. Vitto Aiello le hizo un gesto al sacerdote para indicarle que ya podía irse, y Victoria comprendió que el momento más difícil estaba a punto de comenzar.—Mamma… —Se acercó Vitto y tomó su mano con respeto—. Sabemos que usted no nació dentro de las familias, y por tanto que no ha sido adiestrada en nuestro modo de vida…—Sin embargo eso no me exime de cumplir sus normas, señor Aiello —replicó Victoria con educación y forzó una sonrisa fría y controlada—