Victoria se miró aquel vestido inmaculado, con sus encajes finos y su pedrería. Debía haber costado una pequeña fortuna, y aun así ella no lograba encontrarle lo hermoso. Dentro de todo era sencillo, lo había pedido sin grandes vuelos ni colas, no era excesivo ni espectacular, solo discreto y muy elegante.Se tocó durante un brave segundo la faja apretada que llevaba debajo, sobre la herida, y la ajustó bien para que no se notara.Debían ser las seis de la tarde más o menos cuando los pocos invitados que iban a asistir a la ceremonia comenzaron a llegar. Solo estarían presentes los miembros de La Santa con sus respectivas familias y Ejecutores.—¿Estás lista?Victoria se giró en silencio hacia Amira y asintió.—Vamos.No llevaba flores ni adornos, ni siquiera un velo de novia, solo una pequeña mantilla de encaje de estilo español para no llevar la cabeza descubierta en la iglesia.No había música ni grandes pompas, solo ella al inicio de un pasillo y Franco al final de él.El italiano
Victoria respiró profundamente cuando aquel sacerdote le hizo una cruz sobre la frente, declarándola la Mamma de la ´Ndrangheta. Sentía el cuerpo entumecido y frío, como si se estuviera congelando despacito, pero sabía que eso solo era por el esfuerzo que estaba haciendo. Hacía muy pocos días había estado luchando por su vida, y ahora estaba allí, sacando fuerzas de donde no tenía para terminar aquella ceremonia.Cada uno de los hombres de La Santa los saludaron con una inclinación de cabeza cuando se giraron, y aquello ya era oficial. Vitto Aiello le hizo un gesto al sacerdote para indicarle que ya podía irse, y Victoria comprendió que el momento más difícil estaba a punto de comenzar.—Mamma… —Se acercó Vitto y tomó su mano con respeto—. Sabemos que usted no nació dentro de las familias, y por tanto que no ha sido adiestrada en nuestro modo de vida…—Sin embargo eso no me exime de cumplir sus normas, señor Aiello —replicó Victoria con educación y forzó una sonrisa fría y controlada—
Salir de aquella iglesia acompañada por Franco hizo que Victoria volviera a respirar. Pero a pesar de lo conmocionada que estaba, se aseguró de que su rostro no mostrara ni un solo cambio cuando tuvo que pasar por el salón donde estaban reunidos los invitados.Forzó una sonrisa bastante convincente mientras se encogía de hombros.—Con su permiso, iré a cambiarme por algo más apropiado. No quiero asustar a los niños.Todos rieron y la saludaron levantando sus copas, y lo tomaron como una broma, porque los niños de la ´Ndrangheta no se asustaban por algo tan simple como la sangre.Victoria se dirigió a la escalera, pero en cuanto salieron de la vista de la familia, Franco pasó un brazo bajo sus rodillas y la levantó mientras ella apoyaba la cabeza en su hombro.El italiano la sentó en el borde de la bañera y la oyó respirar con fuerza mientras aguantaba el dolor.—¡Maldición! —gruñó él al darse cuenta de que la sangre no paraba de salir—. ¡Ven, niña, levántate!Le dio la vuelta y le abr
Victoria caminó hasta donde estaba Franco y se detuvo a su lado.—Hace una semana recibiste la prueba de lo que somos capaces de hacer —continuó aquella voz—. Nos alegra que tu mujer sobreviviera… pero no seremos tan compasivos con tu hijo, a menos que hagas lo que te pedimos.—¿Qué quieren? —gruñó el italiano y a su alrededor se hizo un silencio sepulcral.—Mañana recibirás una dirección y una hora. Te encontraremos allí, para negociar la liberación de tu hijo —dijo la voz, y Franco miró a Victoria y la vio asentir.—Entendido —declaró y la llamada se cortó en un instante.Los miembros de La Santa callaban, pensativos, hasta que Paolo Alighieri se adelantó.—Esta es una clara situación de rehenes, ¡nada menos que contra nosotros! —siseó—. Tenemos equipos listos para esto…—¡No! —sentenció Franco—. No estamos negociando con cualquier secuestrador, sino con los Rossi. Y con ellos vamos a lidiar la Mamma y yo personalmente, porque alguien ha estado informándoles y todavía no sabemos qui
Franco apoyó los codos en las rodillas mientras veía a Victoria atravesar las últimas dos horas antes del amanecer en medio de aquel sueño intranquilo. Llamaba a su hijo dormida, y eso le rompía el corazón.Lo único, lo único que lo mantenía cuerdo sabiendo que había sido vendida en esos años, era saber que nadie más la había agredido, así que al menos solo llevaba sobre sus hombros la culpa de sus propios actos.Estaba apenas amaneciendo cuando ella abrió los ojos y lo vio allí, sentado y taciturno.—Tienes que descansar… —murmuró Victoria, pero sabía que para él también era imposible.—No sabría cómo —aseguró Franco y ella solo alargó una mano que él tomó.Victoria tiró de él hacia la cama y lo hizo acostarse a su lado. Franco se tensó cuando sintió su cuerpo caliente y la forma suave en que ella apoyaba la cabeza en su hombro.—Solo cierra los ojos —pidió la muchacha y el italiano obedeció solo para ocultar aquellas reacciones que su cuerpo tenía sin su permiso.Victoria acarició e
—¿En serio me estás amenazando? ¿A mí? ¿Al hombre que tiene a tu hijo? —replicó Emilio Rossi y Franco pudo ver cómo la expresión de Victoria se crispaba—. ¿Acaso no te quedaron claras las cosas cuando te mandamos a Victoria Hidalgo en un ataúd?—¡Sí, muy dramático eso, pero es Victoria Garibaldi ahora! —gruñó Franco—. Y el mensaje fue claro pero fue unilateral, porque tú no escuchaste el mío. Yo no negocio con segundones. Si quieres algo de mí, reúnete conmigo, si no… bueno, sigue enviándome carne de cañón.El hombre al otro lado de la línea bufó con rabia. Se notaba que no estaba acostumbrado a ser desobedecido y menos desafiado.—¿Quieres que te envíe un ataúd más pequeño? —lo amenazó.—Claro, y puedes ir despidiéndote de Pantellería —replicó Franco y el silencio absoluto que se hizo del otro lado fue suficiente para confirmarles que eso era exactamente lo que estaban buscando.—¿Cómo sabes…?—¿Del Escudo? ¿Crees que soy tan estúpido como para no averiguar lo que quieres de mí? —sis
Victoria sintió sus labios, tentativos, ansiosos, salados por las lágrimas. Nada que ver con la violencia con que la había besado hacía tres años. Aquella boca se corrió hasta dejar un beso suave en su mejilla, otro en su frente, y Victoria se acurrucó contra su pecho y se permitió liberar toda aquella tensión.Su cabeza se convirtió en una fuente de ruido blanco y no supo cuándo el italiano la levantó en brazos y la acostó en la cama mientras el cansancio y la tensión acumulada la vencían.Franco se quedó mirándola un rato hasta que le pidió a Amira que lo sustituyera. Se puso lo más presentable que podía y fue a esperar a los De Navia, que no debían demorar demasiado.Para aquellos completamente inocentes de los bajos círculos de Europa, este es el resumen técnico del trío De Navia:Diego, el mayor. Abogado. Titiritero silencioso de los negocios familiares. Poco conocido, mucho menos visto, pero con una habilidad especial para sacar y meter en problemas a quien fuera necesario.Rodr
—¡¿Te volviste loco, Garibaldi?! —rugió Emilio Rossi, dándose cuenta de que habían puesto su muerte como la más codiciada de todos los tiempos.—No, solo te doy una pequeña muestra de cómo se juega con la ´Ndrangheta, de cómo se juega conmigo —siseó Franco—. Tienes una hora antes de que todos los asesinos del mundo comiencen a rastrearte.—¿Y crees que no tengo doscientos millones para librarme de un asesino? —escupió Rossi.—Claro, la pregunta es si tienes para pagarles a todos, porque te garantizo que no se van a detener —sonrió Diego y Emilio los miró a todos como si se hubieran vuelto locos. Finalmente sus ojos terminaron en la persona que más cuerda esperaba que estuviera.—¿Vas a permitir esto? —increpó a Victoria—. ¿Vas a permitirles jugar con la vida de Massimo?La muchacha se adelantó, metió una mano en su bolsillo y sacó una píldora de cianuro.—Yo estoy lista para seguir a mi hijo en cualquier momento —susurró con firmeza mostrándole la pastilla—. La pregunta es si tú lo es