—¡¿Te volviste loco, Garibaldi?! —rugió Emilio Rossi, dándose cuenta de que habían puesto su muerte como la más codiciada de todos los tiempos.—No, solo te doy una pequeña muestra de cómo se juega con la ´Ndrangheta, de cómo se juega conmigo —siseó Franco—. Tienes una hora antes de que todos los asesinos del mundo comiencen a rastrearte.—¿Y crees que no tengo doscientos millones para librarme de un asesino? —escupió Rossi.—Claro, la pregunta es si tienes para pagarles a todos, porque te garantizo que no se van a detener —sonrió Diego y Emilio los miró a todos como si se hubieran vuelto locos. Finalmente sus ojos terminaron en la persona que más cuerda esperaba que estuviera.—¿Vas a permitir esto? —increpó a Victoria—. ¿Vas a permitirles jugar con la vida de Massimo?La muchacha se adelantó, metió una mano en su bolsillo y sacó una píldora de cianuro.—Yo estoy lista para seguir a mi hijo en cualquier momento —susurró con firmeza mostrándole la pastilla—. La pregunta es si tú lo es
Victoria parecía una estatua en aquella habitación, mientras seguía atentamente con Amira la transmisión del rastreador que ella misma le había puesto a Emilio. Mateo se había apostado en un edificio de departamentos cerca del restaurante para poder programar mejor el aparato, y allí habían llegado ella, su Ejecutora y el resto de los De Navia.Por suerte a Mateo no se le había ocurrido decirle es tenía un auricular en el oído por el que estaba escuchando todo el asalto, porque sabía que eso solo alteraría más a la Mamma. En cambio prefirió esperar hasta que pudo girarse hacia ella y sonreír.—Creo que deberías asomarte por la ventana —le dijo y Victoria salió disparada, levantando el cristal y asomándose para ver cómo Franco se bajaba de la camioneta con su hijo en los brazos.Esos reflejos blancos en el cabello eran inconfundibles, y la Mamma sintió que se le aceleraba el corazón de la alegría. Corrió escaleras abajo sin atender a las advertencias de Amira y su respiración se detuvo
Exactamente como Victoria había ordenado, el doctor Hiyamoto estaba ya esperándolo, pero salir del auto pareció despabilar a Franco.—¿Puedes caminar? —le preguntó Victoria, que entendía mejor que nadie la importancia de no parecer débil.—Sí… sí puedo, niña —respondió él intentando sonreírle para tranquilizarla.Aceptó solamente la ayuda de Archer, que pasó un brazo bajo su hombro bueno y lo ayudó a llegar a la clínica.Victoria se limpió la mano con una toalla que alguien le pasó, y levantó a su hijo para encaminarse con determinación hacia la clínica.Se notaba que Massimo estaba cansado, debía haber pasado muchas horas de estrés y sin dormir por no estar con ella; y como la muchacha ya lo conocía, fue acunándolo y cantándole hasta que empezó a quedarse dormido sobre su hombro. Mientras, hacía que Archer le explicara cómo diablos le habían dado un balazo a Franco.Abrió la puerta de la pequeña habitación donde el doctor ya estaba atendiendo a Franco, y tiró de una silla para sentar
Victoria sacó a Massimo de su sillita y dos minutos caminaba apurada junto con Franco hacia el salón de la casa, donde Amira daba vueltas como una leona enjaulada.—¿Estás bien? —preguntó Victoria mirándola de arriba abajo a ver si no traía ninguna herida, porque sangre sí llevaba encima y bastante, pero dudaba que fuera suya.La Ejecutora dejó de caminar y bajó la cabeza tratando de calmarse.—Sí, Mamma, estoy bien…—Emilio… ¿está vivo? —la interrogó Franco y Amira levantó una ceja sugerente.—Hazme una pregunta seria —respondió.—Lo tomaré como un «no» —murmuró el italiano—. ¿Lograste sacarle algo de información?Amira se abrazó el cuerpo y asintió.—Mucho más de la que quiso decirme —contestó—. Y lo primero que tienes que saber que lo que sea que estén buscando los Rossi en el Escudo de Pantellería… debe valer mucho como para que estén dispuestos a sacrificarse por eso.Franco arrugó el ceño, porque estaba seguro de que debía ser algo importante. Después de todo habían tenido secue
La mirada de Victoria subió por el cuerpo de Franco hasta la herida, y apretó los labios, porque no sabía exactamente lo que le provocaba. No había vuelto a acostarse con ningún hombre después de estar con él, y durante mucho tiempo había jurado que no le quedarían ganas de volver a hacerlo… pero verlo allí, con aquella tensión latente bajo la piel…Por suerte él tenía los ojos cerrados con una mueca de incomodidad, y estaba demasiado cansado o demasiado aturdido como para darse cuenta de lo que pasaba por la cabeza de la muchacha.Ella alcanzó la venda y la quitó despacio, tratando de tocarlo lo menos posible, pero apenas lo tocó lo sintió contener la respiración.—¿Te duele? —preguntó, aunque sabía que casi ni le había hecho nada.—Emmm… sí —mintió él, porque las sensaciones que le provocaban las manos de Victoria eran de esas que no se podían revelar.—Solo va a ser un segundo —murmuró ella quitando la sangre y limpiando con un poco de alcohol. Franco gruñó involuntariamente y ella
Los De Navia se habían ido, Amira también, y la casa parecía más tranquila que de costumbre, pero para Franco eso solo era la calma que presagiaba a la tormenta.Consciente de eso, Archer no le perdía al Conte ni pie ni pisada, y siempre había dos Silenciosos alrededor de Victoria y Massimo.Los siguientes dos días a aquel fatídico beso, Franco se había metido de cabeza en los negocios para ocupar la mente y tratar de olvidar. No estaba bien, y ella no había reaccionado bien. ¿Cómo podía esperar que lo hiciera después de…?—¡Maldición! —gruñó levantándose de su escritorio y caminando hacia la ventana de su despacho.En el jardín trasero, Victoria jugaba con su hijo. El niño corría detrás de una pelota azul que Franco no tenía ni idea de dónde había salido y la muchacha lo acompañaba, corriendo descalza sobre la hierba mientras se sostenía las faldas del vestido de un azul claro.Él quería estar allí abajo, con ellos, pero ¿cómo podía mirarla siquiera?Se llevó una mano al puente de la
Franco sonrió al ver aquella cajita, apoyó la espalda en un mueble y la tomó de manos de Victoria, rozándola apenas, pero lo suficiente como para provocarle un escalofrío.La vio apartar de nuevo la mirada y pasó saliva, pero se obligó a hablar.—Es una Caja de los Deseos, Archer debe haberla bajado con algunos juguetes míos del ático —murmuró abriéndola y Victoria la miró con curiosidad—. Bueno, era la mía, cuando éramos niños todos teníamos una.—¿En serio? —preguntó la muchacha—. ¿Y qué hacías, ponías tus deseos dentro para que se cumplieran?Franco levantó una ceja sugerente y asintió.—¡Y todos, todos se cumplían! —respondió como si le estuviera contando una historia de terror—. ¿Quieres que te muestre cómo funciona?Eran muy pocas las ocasiones en las que Franco Garibaldi se veía tan tierno, así que a pesar de todo Victoria decidió aprovecharlo.—Claro, enséñame.—Bien, lo primero que vamos a hacer es esto… —vació la cajita entre los dos y Victoria vio un montón de recortes de c
Franco no estaba muy seguro de qué creer, aunque en aquel momento la verdad era que no estaba muy seguro de nada. Era como si aquel deseo le nublara los pensamientos, como si lo único que fuera capaz de sentir fuera el sabor dulce de aquellos labios que se cerraban sobre los suyos.Victoria se apretó más contra él y Franco metió la lengua en su boca, besándola con una posesividad que no había planeado, pero así era exactamente como se sentía. La sintió tensarse primero y luego derretirse entre sus brazos mientras se apretaba contra su pecho. El italiano rozó sus muslos por encima del vestido, y fue tirando de él hasta que sus manos entraron en contacto con aquella piel suave y delicada.Victoria gimió con su tacto y se separó de su boca, aferrándolo con fuerza por las solapas de la camisa y apoyando la frente en la suya.—No… no quiero… No quiero que hagas esto porque yo lo quiero… —murmuró.Abrió los ojos y se encontró con la mirada clara de aquel hombre.—Y yo no quiero que lo hagas