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Narrado por Lena: El aroma a hotcakes ya inunda la cocina. Doraditos, esponjosos, con carita feliz hecha de chispas de chocolate. Me felicito mentalmente por ser una madre responsable, amorosa... y altamente calificada en el arte de alimentar a una niña exigente y a mi yo interior ansiosa de azúcar. Sirvo dos platos y me preparo mi taza de chocolate caliente con el mimo que una merece. Me apoyo en la encimera, abro TikTok por costumbre... Ahí está, me quede dormida después de ese magnifico live de el. @anon_mask me sigue. —¡No puede ser! —susurro, apretando los labios para no gritar como adolescente en concierto. Después de ver tres videos seguidos de @anon_mask —sí, tres, no me juzguen— decidí que no era momento para ver ese tipo de contenido tan temprano. El tercero ya era prácticamente soft p**n con música sensual de fondo y yo estaba a nada de necesitar una ducha fría y un exorcismo. Respira, Lena. Tienes una hija, no puedes andar toda cachonda a las ocho de la mañana. Así que, como buena ciudadana responsable de su equilibrio hormonal, me salgo de TikTok y abro I*******m. Notificación nueva: Jaxon Black quiere seguirte. —¿Quién...? Miro su foto de perfil. Blanco y negro. Sencilla. Pero el tipo es... wow. Tiene ese aire misterioso y sexy que uno no espera a esa hora de la mañana. Lo acepto y le doy follow de vuelta, obvio. Porque soy educada. Y visualmente agradecida. Justo cuando iba a revisar su perfil con calma, como buena agente del FBI aficionada... Videollamada entrante de Amy. —¡Amy, nooo! —me quejo en voz baja mientras acepto la llamada. —¿¡Estás viva Lena!? —salta Amy apenas se conecta la videollamada—. Pensé que te habías ido a vivir al mundo de TikTok con tu nuevo amor virtual. —Estoy viva... apenas. Aunque no te voy a mentir, estuve a punto de dejarlo todo y escaparme con un tipo enmascarado que sube videos con voz ronca y mirada asesina. —¡Ay, no! Vas directo al infierno. —Ya estoy ahí, amiga. Me mandaron sin juicio previo —me río mientras llevo un bocado de hotcake a la boca—. Pero bueno, ¿Qué plan tienes para el fin de semana? —Eso te iba a preguntar yo. ¿Tú qué harás? ¿Cita caliente con el CEO sexy o noche de películas con tu mini roomie? —Noche de películas con mi hija, porque... —pongo voz dramática— el glorioso padre de Cora volvió a cancelar su fin de semana justo dos días antes. ¡Sorpresa! —¡Qué raro! Jamás lo hace... —dice ella con tono sarcástico—. ¿Y qué excusa usó esta vez? —Una emergencia laboral. O lo que yo traduzco como: "me salió algo más interesante que mi hija de siete años". —Qué asco. Bueno, ni modo, toca noche de chicas. Me llevo el vino, tú pon las películas y los snacks. —Trato hecho. Pero que no sean de miedo, que la última vez casi hago pipí del susto. —Lena, era Coraline... —¡Tenía ojos de botón, Amy! ¡OJOS DE BOTÓN! Ambas estallamos en carcajadas mientras Cora entra a la cocina arrastrando su mochila. —Mamá, ¿otra vez hablando sola? —No, amor, hablando con Amy. Y, vamos a hacer noche de chicas este fin de semana porque papá volvió a fallar. Cora solo levanta una ceja y se sirve más chocolate. —¿Otra vez? ¿Ya van cuántas? ¿Cómo quinientas? Amy suelta una carcajada al otro lado de la pantalla. —Cora va a necesitar terapia. Pero por ahora, le llevare helado. Sigo hablando unos minutos más con Amy mientras Cora termina de comer, sentadita en la mesa, organizando sus crayones como si estuviera por firmar un contrato millonario. Amy es mi mejor amiga, mi persona favorita, la más leal y real que tengo en este planeta. Es mi ancla cuando todo parece tambalear. Si no fuera por ella, creo que hace rato me habría dejado caer al abismo con moño incluido. Desde que me separé del papá de Cora -hace ya cuatro años- pensé que iba a ser imposible. Madre soltera, en los suburbios de Nueva York, lidiando con pañales, horarios de jardín, trabajo y ex con excusas... parecía una receta para el colapso. Pero la verdad, fue todo lo contrario. Encontré paz. Rutina. Amor real. Y todo eso potenciado gracias a Amy, que siempre estuvo ahí, en cada caos y cada logro, como una versión mucho más linda y sarcástica de la conciencia de Pinocho. —Bueno, amiga —dice Amy—, te dejo porque tengo una videollamada laboral con cara de "ojalá se corte el WiFi". Nos vemos esta noche, ¿sí? —Traé vino y chismes —le guiño un ojo. —Siempre. Besos a Cora. Cora le lanza un beso al aire como una mini diva. Corto la llamada y suspiro. El día recién comienza, pero ya siento que tengo todo bajo control... más o menos. Dejo el celular a un lado, resignada, y comienzo mi gloriosa rutina de ama de casa. Que nadie se engañe: no es como en los comerciales donde todo brilla, el sol entra por la ventana y las madres sonríen mientras limpian. No. Esto es la vida real. Recojo las tazas del desayuno, limpio el chocolate derramado que Cora juró no haber tocado, acomodo los cojines del sofá por décima vez aunque sé que en media hora van a parecer una escena post apocalíptica de nuevo, y empiezo a pensar qué voy a cocinar al mediodía mientras doblo ropa como si fuera una máquina. Todo esto con música de fondo: "Let It Go" porque, claro, mi hija la eligió como soundtrack oficial del día. Paso el trapo por la cocina como si fuera parte de una coreografía profesional de limpieza. Hasta canto. Mal, pero con convicción. Y ahí voy, entre trastes sucios, juguetes en el piso y una lavadora que parece tener vida propia. La rutina me absorbe, pero también me ordena. Tiene algo reconfortante, como un recordatorio constante de que puedo con esto, que todo está bien, incluso en el caos de lo cotidiano. Estoy terminando de doblar la última camiseta cuando escucho los pasos pequeños de Cora entrando a la sala con su cuaderno en mano. —Mami, tenemos tarea para el lunes—. Dice, mientras se sienta en la alfombra y abre su mochila. —¿"Tenemos"? —repito con una ceja levantada, cruzándome de brazos mientras la miro con falsa seriedad—. ¿Desde cuándo las dos hacemos la tarea? —Desde que la maestra manda ejercicios de matemáticas —responde ella, encogiéndose de hombros como si eso lo explicara todo0—. Sabes que las tablas del siete son malvadas. Suelto una risa mientras me siento a su lado y reviso su cuaderno. —Ok, veamos qué tan malvadas son estas tablas hoy. Pasamos unos minutos entre números, risas y pequeños berrinches matemáticos hasta que, de la nada, su tono cambia. —Mami... —dice bajito, mientras clava la mirada en su cuaderno—. ¿Por qué papá no vino otra vez? ¿No me quiere? Mi corazón se detiene un segundo. Siento ese pinchazo conocido, ese que me golpea cada vez que él falla, y aún así, me obligo a respirar hondo antes de responder. Porque no se trata de mí, se trata de ella. —Mi amor... tu papá sí te quiere —digo con voz suave, acariciándole el cabello—. A veces los adultos tenemos problemas, cosas que no siempre sabemos cómo manejar. Pero eso no significa que no te quiera. Solo... no siempre sabe cómo demostrarlo. —Pero dijo que vendría este fin de semana —responde bajito, con los ojitos brillosos. —Lo sé, corazón. Y yo sé que duele. A mí también me duele cuando te veo triste. Pero lo más importante es que tú no hiciste nada mal, ¿sí? Tú eres maravillosa. Eres la mejor parte de los dos. Ella asiente despacito y apoya su cabeza en mi brazo. Me la quedo abrazando ahí un rato, en silencio, sosteniéndola como si pudiera protegerla de todo lo que no puedo controlar. —¿Puedo ver una peli después de terminar la tarea? —pregunta al cabo de un rato. —Solo si es de princesas valientes que no necesitan príncipes —le guiño un ojo y ella sonríe por fin. Me dedico a terminar de recoger mientras Cora completa su tarea en la mesa. Doblo la manta del sillón, ordeno los cojines, y guardo los juguetes que quedaron desperdigados. Una vez todo está en su lugar, voy a la cocina y empiezo a preparar el almuerzo. Hoy haremos algo sencillo: arroz con pollo y un juguito de naranja natural. Mientras pico los ingredientes, escucho cómo Cora enciende el televisor en la sala. La oigo cantar bajito la canción de su serie favorita, y me dan ganas de ir a abrazarla otra vez, pero en lugar de eso, saco el teléfono. La verdad, no soy muy paciente cuando se trata de mi hija. Deslizo entre mis contactos y, sin pensarlo demasiado, abro la conversación con "El idiota del padre de Cora" —sí, así lo tengo guardado—. Aunque pensándolo bien, debería cambiarle el nombre a "Candidato al premio a la peor excusa de padre". Escribo sin filtro: Lena: Eres muy cabrón, de verdad. Tu hija acaba de preguntarme si no la quieres... ¿Te parece justo? Llevas tres fines de semana cancelándole. Veo los tres puntos aparecer. Tarda en responder. El idiota del padre de Cora: Se lo recompensaré. Respiro hondo, contengo las ganas de mandarlo a un lugar feo, y le contesto con los dedos temblando del coraje: Lena: No quiero que se lo "recompenses", idiota. Quiero que seas el papá que ella necesita. Uno presente. Para empezar. Silencio. Ni una palabra más de su parte. Dejo el celular sobre la encimera con más fuerza de la necesaria y vuelvo a enfocarme en la comida. El arroz ya está a punto y el jugo recién exprimido huele dulce. Sirvo dos platos, coloco todo en la mesa y llamo a Cora con una sonrisa que intento mantener firme, aunque por dentro esté temblando un poco. •——————•°•✿•°•——————• Por suerte, Amy llegó justo a tiempo esta noche, porque sinceramente, estaba a punto de colapsar mentalmente. Conozco a mi hija, y aunque no diga nada, sé que está triste. Es esa forma en que se le bajan los hombros, o cómo no termina su postre favorito. Y me rompe el alma. Tener a Amy acá es un alivio, porque logra subirnos el ánimo a las dos. Siempre trae alguna tontería graciosa bajo la manga, una bolsa de papas gigantes y una peli de terror que ni da miedo pero nos hace gritar igual. Es como tener una hermana loca que llega con su energía a remover todo lo gris del día. Aunque... si soy completamente honesta con ustedes, lo que yo necesito es una buena dosis de sexo. No les miento. Hace dos años que no hago absolutamente nada. Estoy seca. Tan seca que deben de haber telarañas ahí abajo. Capaz hasta volví a ser virgen, ¿eso es científicamente posible? Porque si es así, mi himen ya se regeneró y volvió con refuerzos. Suspiro mientras acomodo las bebidas en la mesita del living, y escucho a Amy reírse en la cocina porque Cora le está mostrando su coreografía inventada de TikTok. —¡Cora! ¡Esa patada casi me saca una muela! —grita Amy entre risas. Sí, definitivamente necesitaba esto. La noche de chicas resultó ser todo un éxito. Cora terminó muerta de risa, con la panza llena de palomitas y pegada a Amy como si fuera una segunda mamá. Ahora ya está dormida, roncando bajito en su habitación, y yo estoy en el sofá, en pijama y con una copa de vino en mano, poniéndome al día con mi mejor amiga. —Te juro que estoy emocionada, Lena —dice Amy con una sonrisa boba, de esas que solo aparecen cuando alguien te gusta de verdad—. Este chico es diferente, no sé, me trata bonito, me escucha, y no manda fotos de su bicho sin que se las pidan. —¿Y dónde lo conseguiste? ¿En un catálogo exclusivo o algo? —bromeo mientras le doy un sorbo al vino—. Me das envidia... de la buena, obvio. ¿Tiene un hermano? ¿Un primo? ¿Hasta un abuelo? No soy exigente, pero que respire y sepa sumar es un plus. Amy se ríe tan fuerte que casi derrama su copa. —Estás idiota. Pero bueno, si el abuelo es guapo, te paso el contacto—. Dice aguantando la risa. —Dame lo que tengas, amiga. Estoy a un mal día de volver a descargar Tinder y arriesgarme a que me salgan puros tipos con fotos en el baño del gimnasio y frases como "busco una mujer que sepa lo que quiere". Amy hace un gesto dramático. —¡No, Lena, no vuelvas ahí! Mejor, el viernes que viene salimos tú y yo. Noche de bar, copas, música alta y cacería. —¿Cacería? ¿Tipo con lanza y taparrabos? —Tipo con vestido ajustado, labios pintados y actitud de "hoy no me voy sola" —responde guiñándome un ojo. Nos reímos como dos adolescentes, y luego, inevitablemente, la conversación gira hacia los hombres de nuestras vidas... o bueno, los que hacen acto de presencia.—¿Y Richard? —pregunta Amy de repente, con esa mirada de "sé que me vas a negar lo obvio". —¿Qué con Richard? —respondo yo, fingiendo desinterés mientras me acomodo en el sofá. Amy alza una ceja, claramente no se cree ni una palabra. —Amiga, por favor... ese hombre te mira como si fueras el postre que se le olvidó pedir. ¿Qué estás esperando para follártelo en su oficina? El escritorio se ve resistente. —¡Amy! —grito entre risas, cubriéndome la cara con las manos—. ¡Es mi jefe! —¿Y eso qué? Si el hombre te desea y tú también lo deseas, eso es lo único que importa. Y mira que tú necesitas... actividad física intensa. —Gracias por recordarme que mi vida sexual está más muerta que el fax de la oficina. —Más razón para revivirla. Yo digo que el próximo viernes salimos, pero si entre semana te pasa algo con Richard... no me llames, mándame una selfie desde su escritorio y un audio con fondo de jadeos. —Estás enferma. —No, solo soy una amiga preocupada por tu salud... sexual. Además recuerda que yo tuve un jefe como Richard. Ya sabes cómo terminó eso. —Sí, pero el tuyo no parecía un maniquí de traje perfecto. Además, Richard no se fija en mí, soy su asistente, no una modelo de Victoria's Secret. Amy rueda los ojos con fuerza. —A veces te vendes tan por debajo de lo que vales que me dan ganas de darte un coscorrón. Eres joven y guapísima, Lena. Y sexy. Y tienes ese rollo de poderosa que derrite. —Ajá, poderosa con ojeras, jugo de naranja en el pijama y una niña de siete años que baila regguetón a las ocho de la mañana. —Ya en serio, Lena —dice Amy mientras se acomoda la cobija en las piernas—. Te mereces ser feliz, amiga. Y no lo digo solo en lo sexual, aunque sí, también importa. Me refiero a que necesitas desconectarte un poco, conocer a alguien que realmente quiera estar contigo. —Estar conmigo es estar con Cora —digo en voz baja, como si necesitara recordármelo a mí misma. —Y la persona que te quiera va a querer a Cora también. Es una niña hermosa, inteligente, súper dulce. ¿Quién no la querría? —No puedo estar con cualquiera, Amy. Hay mucha gente loca por ahí afuera, y yo soy mamá. No puedo darme el lujo de arriesgar a mi hija. —Lo sé, y está bien que seas cuidadosa. Ser mamá implica pensar en la seguridad antes que nada. Pero tampoco digo que te lances con el primer tipo que conozcas. —¿Entonces? —Entonces te digo que te des la oportunidad de conocer a alguien. No por redes, no solo viendo perfiles. Conocer de verdad: hablar, salir, tener citas, llamadas, reírte, tener sexo si te nace. Disfrutar de la vida. Porque sí, eres mamá, pero también eres mujer. Y mereces sentirte viva. Nos quedamos en silencio unos segundos, hasta que las dos soltamos una risa al mismo tiempo. —Hablas como una mezcla entre terapeuta, tía intensa y sexóloga —le digo riendo. —Y aún así, tengo toda la razón. —Lamentablemente... sí.•------•°•04•°•------•Narrado por Jaxon:El café está pésimo, pero cumple su función. Me lo tomo sin quejarme mientras Erin organiza sus agujas como si fuera a operar a corazón abierto, y Nico entra desde el fondo con cara de haber peleado con el colchón. Afuera, Brooklyn suena como siempre: bocinas, gente apurada, pasos contra el asfalto, un perro ladrando sin razón.—¿Dormiste algo o estuviste otra vez de vampiro? —pregunta Erin sin siquiera mirarme.—Dormí. —Respondo, aunque sé que no me cree.—Ajá... claro. —Murmura, sarcástica.Nico se deja caer en la silla frente a mí, estirándose como si se estuviera desperezando después de un año hibernando.—Lo que me preocupa no es que no duermas, sino que no tengas vida fuera de acá, Jax. Literalmente. Estás entre este estudio y tu cueva, y nada más.—Y el baño —agrega Erin, alzando las cejas—. Donde todavía se escuchan los gemidos de Blair. Gracias por el show, en serio.—Exageran... —me encojo de hombros, tranquilo—. Solo pasó una vez es
¡Hola, futuras obsesionadas!Sí, tú. La que no puede resistirse a unas manos tatuadas, una voz profunda que suena a pecado y un pasamontañas que no deja ver nada… pero lo insinúa todo.La que se ha perdido durante horas en TikTok viendo a hombres enmascarados haciendo cosas que no deberían ser legales.La que suspira, guarda el video, lo vuelve a ver, y se pregunta si ese tipo existe de verdad.Spoiler: existe. Y puede que tenga nombre. Puede que incluso te haga perder la cabeza.Yo no me hago responsable de lo que estás a punto de leer. Este libro no es suave. No es seguro. No es un refugio tranquilo. Es una caída libre hacia lo oscuro. Hacia lo que te da curiosidad pero nunca te animaste a explorar del todo.Si buscabas un romance bonito, lleno de flores y promesas eternas… este no es tu libro.Aquí no hay caballeros de armadura brillante.Hay tatuajes, miradas sucias, palabras más sucias aún, y un juego peligroso de poder y deseo.Este libro está hecho para las que no tienen miedo
•------•°•01•°•------•Narrado por Lena:La alarma suena a las cinco de la mañana. Ese sonido infernal que me recuerda que no tengo escapatoria. Bienvenidos a otro episodio de "la vida de Lena Harris: madre, secretaria y víctima del capitalismo".Me arrastro fuera de la cama con la gracia de un zombi en su tercera semana sin café. Me meto al baño, me lavo la cara, los dientes, y me meto en la ducha esperando que el agua caliente derrita mis pecados y mi cansancio. Spoiler: no lo hace.Frente al espejo, me aplico lo que yo llamo "maquillaje de funcionalidad": base para parecer viva, corrector para fingir que duermo, y rímel para que mis pestañas salven lo que mi existencia no puede.Mientras el café se prepara como el elixir sagrado que es, me meto en la cocina a preparar el desayuno de mi hija. Tostadas, jugo, y algo que parezca saludable para que las mamás perfectas de sus compañeros de su clase no me miren raro.A las seis en punto subo las escaleras hasta su cuarto. Abro la puerta
•——————•°•02•°•——————•Narrado por Jaxon:El sonido de la aguja contra la piel es casi terapéutico. Para algunos es un zumbido molesto, para mí, es arte en movimiento. Hoy el estudio huele a café fuerte y tinta negra. Como debe ser.—Respirá hondo —le digo al tipo que tengo frente a mí, recostado en la camilla con los ojos apretados como si estuviera pariendo en lugar de estar tatuándose una brújula en el pecho—. No te voy a mentir, va a doler. Pero el resultado va a hacer que se te olvide todo.Me mira como si quisiera creerme, y eso ya es algo.A diferencia de muchos, yo no odio los lunes. Ni los martes. Ni ningún día, en realidad. Cada uno es distinto. Nunca sé quién va a entrar por esa puerta, qué historia va a querer grabarse en la piel, qué idea loca me van a pedir. Y eso... eso me encanta.Mi estudio es mi santuario. Paredes oscuras, cuadros con ilustraciones mías, luces cálidas, una playlist que mezcla desde Arctic Monkeys hasta The Weeknd. Mientras termino de repasar el cont