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Narrado por Lena: La alarma suena a las cinco de la mañana. Ese sonido infernal que me recuerda que no tengo escapatoria. Bienvenidos a otro episodio de "la vida de Lena Harris: madre, secretaria y víctima del capitalismo". Me arrastro fuera de la cama con la gracia de un zombi en su tercera semana sin café. Me meto al baño, me lavo la cara, los dientes, y me meto en la ducha esperando que el agua caliente derrita mis pecados y mi cansancio. Spoiler: no lo hace. Frente al espejo, me aplico lo que yo llamo "maquillaje de funcionalidad": base para parecer viva, corrector para fingir que duermo, y rímel para que mis pestañas salven lo que mi existencia no puede. Mientras el café se prepara como el elixir sagrado que es, me meto en la cocina a preparar el desayuno de mi hija. Tostadas, jugo, y algo que parezca saludable para que las mamás perfectas de sus compañeros de su clase no me miren raro. A las seis en punto subo las escaleras hasta su cuarto. Abro la puerta con cuidado. Mi pequeña está hecha un ovillo entre peluches y sábanas, como si viviera en un comercial de suavizante. —Cora, amor... es hora de levantarse. —¿Ya? —responde con voz de ultratumba, medio abierta de ojos y con el cabello como una versión infantil de Medusa. —Sí, ya. El mundo no se va a destruir solo, cariño -digo mientras la levanto—. Además, hoy es viernes. Eso significa que mañana podemos dormir hasta el mediodía... o al menos intentarlo. La llevo al baño mientras se deja arrastrar como si cada paso fuera una tragedia griega. —No quiero ir al colegio, mami. —Y yo no quiero ser adulta. Pero aquí estamos, ¿ves el patrón? Le mojo la cara, le paso el cepillo por el cabello con cuidado —más por mi cordura que por ella—, y la visto mientras ella sigue murmurando cosas ininteligibles sobre deberes y monstruos debajo de la cama. Bajamos a desayunar. Le sirvo su plato y me siento frente a ella, sosteniendo mi taza de café como si fuera un talismán contra la depresión. —¿Lista para otro día de sabiduría obligatoria? —¡Claro! Soy la mejor del salón, ¿te acuerdas? —Jamás lo olvidaría —le sonrío—. Aunque eso implique que tengo que levantarme a las cinco de la mañana todos los días por los próximos... ¿diez años? Ella se ríe, y por un momento todo vale la pena. Mi rutina puede ser aburrida. Monótona. Absurda, incluso. Pero esta pequeña humana que mastica sus tostadas con la boca abierta como un gremlin adorable... es lo mejor que tengo. Y aunque mi vida se sienta como una secuencia de tareas repetidas, algo dentro de mí -muy en el fondo- aún espera que pase algo que lo cambie todo. Cora termina su desayuno con la misma energía que un huracán en miniatura. Me termino el café de un solo trago, agarro mi cartera, su bolso escolar, su lonchera con dibujitos de sirenas y, con todo colgando de mis brazos como árbol de Navidad, salimos al estacionamiento. Vivimos en Whitewood Hills, un suburbio tranquilo a las afueras de Nueva York, donde las casas tienen patios perfectamente recortados, vecinos que espían tras las cortinas y demasiadas banderas en las puertas. Nuestro hogar es modesto, con una fachada beige, muchas plantas falsas y una decoración que grita madre soltera con P*******t y presupuesto. El cielo está teñido de un gris elegante, y el frío de la mañana se cuela entre los botones de mi abrigo mientras nos subimos al auto. —¿Lista para arrasar con segundo grado? —le pregunto mientras le abro la puerta. —Solo si tú arrasas con tu jefe sexy — responde con una sonrisa maliciosa. —¡Cora! —Lo dijiste tú ayer, no me mires así. Genial. Mi hija de siete años ya es mejor archivando mis secretos que yo. En cuanto arrancamos el auto, conecto el Bluetooth. Suena Taylor Swift. Subo el volumen. No hay reglas en esta cabina. Solo cantamos y movemos la cabeza como si estuviéramos en un video de TikTok. —¡You belong with me! —gritamos al unísono, con la pasión de dos artistas que no tienen nada que perder. Después de dejarla en la escuela con un beso en la frente, una promesa de que voy a sobrevivir el día y una advertencia de que no repita lo del jefe sexy frente a sus maestras, vuelvo al volante, lista para mi segunda identidad: Lena, la secretaria eficiente del hombre más estresante de Manhattan. •------•°•✿•°•------• Aparco frente a Redgrave Industries, un rascacielos de vidrio negro que refleja la ciudad con arrogancia. Todo en ese edificio grita poder y billetera. El lugar donde las corbatas cuestan más que mi renta y los egos no caben en el ascensor. Entro con paso firme, mis tacones resonando en el mármol como si fueran parte de la sinfonía corporativa. —Buenos días, Lena —dice el portero, Henry, con su eterna sonrisa. —¿Aún estamos en eso? —le devuelvo con un guiño. El ascensor me espera. Piso 35. El espejo me devuelve el reflejo de una mujer que lo tiene todo bajo control, aunque solo haya dormido cinco horas. Me termino de acomodar la blusa blanca con escote milimétricamente provocador, ajusto la falda lápiz que abraza mis curvas, y me repito mentalmente: "no te enamores del jefe, no mires TikToks en horario laboral, y no te mueras en el intento". —Vamos, reina. Que el imperio no se administre solo —murmuro justo antes del "ding". Saludo a las asistentes del piso, todas hiper maquilladas, demasiado despiertas para lo temprano que es. Me encierro en mi oficina, que está justo al lado de la del gran Richard Wexler, CEO de Redgrave Industries, multimillonario, perfeccionista, exigente... y dueño de la agenda más insufrible de la historia moderna. Enciendo la computadora, abro su agenda y suspiro. —Muy bien, señor "tengo-cero-vida-personal-pero-mil-compromisos", veamos qué tiene este fin de semana. Organizo reuniones, cancelo cenas, reprogramo conferencias, y me aseguro de dejarle espacio para su "actividad no disponible" de los sábados por la noche, que no está registrada pero que todas sabemos qué es. Y si no lo sabemos... al menos yo tengo una sucia teoría. Y mi sucia teoría es que ese espacio en blanco que tiene todos los sábados por la noche... probablemente lo usa para atar mujeres a su cama como si estuviera en un club exclusivo donde se firman contratos, se usan palabras de seguridad, y nadie juzga el uso excesivo del cuero. Ojalá me dominara a mí... y no solo en lo laboral. Perfecto, Lena. Son las ocho de la mañana y ya estás fantaseando con tu jefe. Necesitas ayuda. O buen sexo. Lo que llegue primero. Es que Richard Wexler no es cualquier jefe. Es el tipo de hombre que parece sacado directamente de Fifty Shades of Grey, pero en versión real, sin helicóptero, sin Christian Grey, y con más peligro en la mirada. Tiene 34 años y una presencia que impone. Alto, cabello oscuro peinado hacia atrás, mandíbula fuerte, ojos grises como tormenta y una forma de moverse que hace que hasta el elevador se detenga solo para verlo pasar. Y sí, todas aquí babean por él. Literal. Como si mis pensamientos lo hubieran invocado, escucho las puertas del ascensor se abren.... Me levanto de mi asiento y camino a la entrada para recibirlo, y ahí está. Richard, con su abrigo colgado del brazo, carpeta en mano y ese maldito traje gris que le queda como si hubiera nacido con él puesto. —Buenos días, Lena —dice con esa voz profunda que huele a café fuerte y decisiones importantes. —Buenos días, jefe —respondo con mi sonrisa de secretaria eficiente que disfraza perfectamente mis ganas de lanzarme a sus labios. Doy media vuelta para volver a mi oficina , voy directo a la cafetera —mi cafetera personal, la compré yo, gracias—, y le preparo su café como le gusta: negro, sin azúcar, tan fuerte como su carácter. Camino hasta su oficina, toco la puerta aunque sé que siempre está abierta. —¿Permiso? —Siempre tienes permiso, Lena. Ese tono. Ese maldito tono que parece inocente, pero trae doble sentido escondido. Entro, dejo la taza sobre su escritorio perfectamente ordenado y retrocedo un paso. Él sigue leyendo unos papeles sin mirarme. —Gracias. ¿Dormiste bien? —pregunta sin levantar la vista, pero con esa media sonrisa que ya conozco demasiado bien. —Dormí. No sé si bien —respondo, dejándolo abierto para la interpretación. Levanta los ojos. Me observa con calma, como si leyera entre líneas. Esos ojos suyos me atraviesan. —Te ves radiante esta mañana —comenta. Me río por lo bajo. No sé si es sarcasmo o flirteo... y eso es exactamente lo que me confunde tanto. —Tal vez es el delineador. O el café. O el hecho de que ya no tengo siete años y tengo que parecer adulta. —No finges nada, Lena. Eres la persona más competente de esta empresa. Y lo sabes. Uf. Richard, no me hables así que se me sube la presión. Y sí, él lo dice en serio. Porque aunque soy su secretaria, también soy su persona de confianza. Su aliada. Su cable a tierra en medio del caos empresarial. —Lo sé. Pero igual puedes decírmelo cada tanto. Sube mi autoestima y me hace más productiva. Él suelta una pequeña risa, discreta, como todo en él. Pero genuina. —¿La agenda del fin de semana está lista? —pregunta mientras deja la carpeta sobre su escritorio y se sienta con ese aire de superioridad que le sale natural. —Por supuesto, jefe. La revisé dos veces. No quiero tener que interrumpir su sábado con reuniones innecesarias... y tampoco quiero que usted interrumpa el mío con Cora —respondo con una sonrisa que es mitad profesional y mitad amenaza encubierta. Él alza una ceja, divertido. —¿Ese es tu modo de decirme que soy un jefe absorbente? -—No, es mi modo de decirle que necesito mi dosis semanal de dibujitos animados, chocolate caliente y pijamas rosados. Prioridades, señor Wexler. —¿Entonces estamos listos para el fin de semana? —pregunta Richard. Levanto la mirada y le sonrío con profesionalismo... y un poquito de picardía. —Agenda confirmada, correos programados, reuniones reubicadas y su reserva en el restaurante ese carísimo con nombre impronunciable también está hecha. —Impresionante, Harris. ¿Estás segura de que no quieres ser mi asistente personal los siete días de la semana? —¿Y renunciar a mis viernes de pizza con Cora y series infantiles que arruinan mi salud mental? Ni loca. Además, soy mejor secretaria cuando no tengo que escucharlo todos los días —le guiño un ojo, divertida. Richard se ríe. Tiene una risa grave que seguro funciona como afrodisíaco para el 98% de la población femenina. —Anda, vete antes de que te pida que me hagas un masaje en los hombros también. —Con gusto, pero le cobraría por hora —respondo mientras camino hacia la puerta—. Estaré en mi oficina intentando ser una persona funcional... aunque no prometo nada. Salgo de su despacho, con ese típico cosquilleo en el estómago que me deja cada interacción con él. Porque sí, puede ser mi jefe, pero no está prohibido apreciarlo estéticamente, ¿cierto? Y cuando ese "estéticamente" incluye fantasías poco laborales... bueno, tampoco es como que lo vaya a saber. Cierro la puerta tras de mí, respiro hondo y camino hasta mi escritorio. Me dejo caer en mi silla como si el mundo pesara demasiado hoy, y antes de que el cerebro me obligue a pensar en la montaña de correos por contestar, hago lo único lógico: abro TikTok. Una notificación me salta en la pantalla como si el universo supiera lo que necesito: @Anon_Mask acaba de subir un nuevo video. Mi corazón late un poquito más fuerte. No es normal, pero tampoco me importa. Le doy play, sin volumen al principio, por si acaso. Pero apenas veo su silueta, bajo luces tenues, el pasamontañas negro ajustado, y esos ojos... oh, Dios. Esos ojos. Verdes. Intensos. Hambrientos. Subo el volumen un poco. Su voz distorsionada me recorre como electricidad. —¿Te portaste bien hoy? —dice, directo a cámara-—Porque si no... ya sabes cómo me gusta corregir eso. Trago saliva. El hombre no hace nada más que hablar y mirar. Y, sin embargo, es lo más cercano a un orgasmo que he tenido en semanas. Dios mío, estoy enferma. El video sigue. Su dedo recorre su cuello cubierto, y luego baja lento por su pecho hasta perderse en las sombras. No muestra nada, pero la imaginación se encarga de todo lo demás. Y vaya que la mía trabaja tiempo extra. Cierro los ojos un segundo y lo imagino. Su voz, sus manos, su cuerpo dominando el mío... Riiing. El teléfono de la oficina suena como un maldito balde de agua fría. —¡Por el amor a todo lo sagrado! —me quejo mientras tomo el auricular y vuelvo a poner cara de "soy una profesional, no estoy viendo pornografía emocional en horario laboral". —Buenos días, oficina del señor Wexler, habla Lena Harris. Mientras la persona al otro lado me da un discurso eterno sobre horarios de entrega, solo una cosa pasa por mi mente: @Anon_Mask, si alguna vez nos cruzamos, juro que no respondo por mí.•——————•°•02•°•——————•Narrado por Jaxon:El sonido de la aguja contra la piel es casi terapéutico. Para algunos es un zumbido molesto, para mí, es arte en movimiento. Hoy el estudio huele a café fuerte y tinta negra. Como debe ser.—Respirá hondo —le digo al tipo que tengo frente a mí, recostado en la camilla con los ojos apretados como si estuviera pariendo en lugar de estar tatuándose una brújula en el pecho—. No te voy a mentir, va a doler. Pero el resultado va a hacer que se te olvide todo.Me mira como si quisiera creerme, y eso ya es algo.A diferencia de muchos, yo no odio los lunes. Ni los martes. Ni ningún día, en realidad. Cada uno es distinto. Nunca sé quién va a entrar por esa puerta, qué historia va a querer grabarse en la piel, qué idea loca me van a pedir. Y eso... eso me encanta.Mi estudio es mi santuario. Paredes oscuras, cuadros con ilustraciones mías, luces cálidas, una playlist que mezcla desde Arctic Monkeys hasta The Weeknd. Mientras termino de repasar el cont
•------•°•03•°•------•Narrado por Lena:El aroma a hotcakes ya inunda la cocina. Doraditos, esponjosos, con carita feliz hecha de chispas de chocolate. Me felicito mentalmente por ser una madre responsable, amorosa... y altamente calificada en el arte de alimentar a una niña exigente y a mi yo interior ansiosa de azúcar.Sirvo dos platos y me preparo mi taza de chocolate caliente con el mimo que una merece. Me apoyo en la encimera, abro TikTok por costumbre...Ahí está, me quede dormida después de ese magnifico live de el.@anon_mask me sigue.—¡No puede ser! —susurro, apretando los labios para no gritar como adolescente en concierto.Después de ver tres videos seguidos de @anon_mask —sí, tres, no me juzguen— decidí que no era momento para ver ese tipo de contenido tan temprano. El tercero ya era prácticamente soft porn con música sensual de fondo y yo estaba a nada de necesitar una ducha fría y un exorcismo.Respira, Lena. Tienes una hija, no puedes andar toda cachonda a las ocho de
•------•°•04•°•------•Narrado por Jaxon:El café está pésimo, pero cumple su función. Me lo tomo sin quejarme mientras Erin organiza sus agujas como si fuera a operar a corazón abierto, y Nico entra desde el fondo con cara de haber peleado con el colchón. Afuera, Brooklyn suena como siempre: bocinas, gente apurada, pasos contra el asfalto, un perro ladrando sin razón.—¿Dormiste algo o estuviste otra vez de vampiro? —pregunta Erin sin siquiera mirarme.—Dormí. —Respondo, aunque sé que no me cree.—Ajá... claro. —Murmura, sarcástica.Nico se deja caer en la silla frente a mí, estirándose como si se estuviera desperezando después de un año hibernando.—Lo que me preocupa no es que no duermas, sino que no tengas vida fuera de acá, Jax. Literalmente. Estás entre este estudio y tu cueva, y nada más.—Y el baño —agrega Erin, alzando las cejas—. Donde todavía se escuchan los gemidos de Blair. Gracias por el show, en serio.—Exageran... —me encojo de hombros, tranquilo—. Solo pasó una vez es
¡Hola, futuras obsesionadas!Sí, tú. La que no puede resistirse a unas manos tatuadas, una voz profunda que suena a pecado y un pasamontañas que no deja ver nada… pero lo insinúa todo.La que se ha perdido durante horas en TikTok viendo a hombres enmascarados haciendo cosas que no deberían ser legales.La que suspira, guarda el video, lo vuelve a ver, y se pregunta si ese tipo existe de verdad.Spoiler: existe. Y puede que tenga nombre. Puede que incluso te haga perder la cabeza.Yo no me hago responsable de lo que estás a punto de leer. Este libro no es suave. No es seguro. No es un refugio tranquilo. Es una caída libre hacia lo oscuro. Hacia lo que te da curiosidad pero nunca te animaste a explorar del todo.Si buscabas un romance bonito, lleno de flores y promesas eternas… este no es tu libro.Aquí no hay caballeros de armadura brillante.Hay tatuajes, miradas sucias, palabras más sucias aún, y un juego peligroso de poder y deseo.Este libro está hecho para las que no tienen miedo