Mi Alfa percibe mi reacción y su burla me golpea de inmediato.Rosalba desciende la escalera junto a Luna Rebeca, y no puedo evitar maldecir mi decisión de quedarme. Se ve hermosa, incluso si trata de esconderse bajo ese enorme chal.Se acompleja por las marcas en su piel, sin sospechar ni siquiera que son lo de menos. No imagina todo lo que despierta en mí. Si tan solo pudiera acercarme y recorrer su cuerpo con mi lengua, ese sería un obstáculo ya superado por su mente. Le haría entender, una y otra vez, que aunque la deseo con una urgencia abrasadora, nuestros cuerpos son solo el puente que unirá nuestras almas.Su cabello oscuro cae en una trenza larga, ladeada, con un lazo rosa atado en la punta. Cuando se acerca, mi Alfa toma la mano de su Luna y la ayuda a subir al carruaje. Yo aprovecho la oportunidad y extendiendo la mía hacia Rosalba. Ella vacila, dudando por un instante antes de aceptarla.Es la primera vez que mi forma humana la tocará, y ya me preparo para el impacto en mi
Su mirada se torna dorada, y por un instante, juro que veo en sus ojos a mi querido lobo. Su mano aprisiona la mía con firmeza, evitando que caiga de la escalinata del carruaje. Debería sentir miedo, pero lo que se agita en mi pecho es una emoción distinta, salvaje y desconocida. Me asusta... y, sin embargo, también la disfruto.¿Acaso por fin enloquecí? Talvez. Después de todo, mis noches transcurren en compañía de un gran lobo negro que me lleva en su lomo a paisajes de ensueño. ¿Es solo una fantasía? No lo sé. Pero sí sé que esa ilusión me ha dado la fuerza para intentar volver a conectarme con el mundo.Subo al carruaje y me acomodo junto a la señora Rebeca, incapaz de apartar la vista del señor Alan. La puerta se cierra, pero su imagen sigue grabada en mi mente. No puedo negar que, desde el primer momento en que lo vi, deseé ser una muchacha normal, de esas que suspiran y se ruborizan ante los misterios y peligros que encierra un hombre como él. Pero en su lugar, soy esta versión
Pedro se burlará de mí sin piedad, estoy seguro. Me encuentro deleitándome en detalles tan pequeños, tan efímeros, que hasta yo me sorprendo. ¿Siempre he sido así de sentimental? No, claro que no. Es solo por ella.¿Cómo no tener la mayor paciencia y cuidado con la dueña de la otra mitad de mi alma?«Sí, por favor», tres palabras cortas y simples para cualquiera, pero que para mí son la prueba de que mi paciencia comienza a ser recompensada. Poco a poco, ella se abre a mí.—No he traído un carruaje lujoso ni mucho menos un cochero que nos lleve —le digo, señalando la carreta—. Prefiero algo más simple y ser yo quien lleve las riendas. Espero que sea lo suficientemente cómodo.La verdad es que, en mi prisa por encontrarla, tomé solo un caballo, pero a última hora recordé que no es habitual ver a una mujer montando, y menos acompañada. Además, "Se ve mejor en mi lomo", pienso, recordando nuestras escapadas nocturnas.Me estoy volviendo codicioso. Cada vez quiero más de ella. En las noch
—¿Por qué puedes confiar en el lobo, pero no en mí?Me congelo ante esas palabras. Mis manos quedan en su pecho y entonces siento que afloja ligeramente su agarre.—¿Cómo sabes de mi lobo? —pregunto con mi cabeza escondida en su pecho.Lo escucho reír con sarcasmo.—¿Tu lobo? ¿El lobo puede ser tuyo pero yo no? ¿Cuándo se trata del lobo si puedes hablarme bien? —hace una pequeña pausa anteS de seguir hablando, pero ahora con un tono más íntimo— ¿Acaso no lo merezco?Un hormigueo recorre mi cuerpo. Mi mente grita que no es eso. Soy yo quien no está a la altura de él.—Acabas de cometer un error —susurro, sintiendo el ardor de las lágrimas al brotar sin permiso—. Te arrepentirás cuando veas mi cuerpo. Aun a tiempo... Habla con mi padre, dile que esto fue un error.Mis palabras tiemblan entre nosotros. No quiero que lo haga, pero sé que es lo mejor para él.Sus dedos secan mi llanto con una ternura que me estremece de otra manera, distinta... peligrosa.Levanto el rostro y su mirada se c
Desde que tengo memoria, me han dicho que estoy comprometida con Iván Felipe Ortega, mi primo. Siempre me he sentido una joven afortunada, pues no solo es un hombre de gran fortuna, sino también increíblemente apuesto, al menos a mis ojos.Cada vez que me encuentro con mi madrina, su madre, me cuenta con una sonrisa que Iván me envía saludos especiales en cada carta que escribe desde Inglaterra. Mi corazón se llena de una calidez suave cada vez que escucho su nombre, como si estuviera cerca, aun estando a miles de kilómetros.Iván Felipe partió siendo apenas un niño, enviado a estudiar al extranjero, pero pronto volverá como todo un hombre. Tomará las riendas de los negocios familiares y, finalmente, estará listo para formar nuestro hogar.Nunca he mirado a otro hombre con interés. ¿Qué sentido tendría hacerlo, si mi destino ha estado atado a él desde siempre?Casi todas las noches abrazo el retrato que le pedí a mi madrina, el cual guardo como un tesoro. Sonrío al imaginar nuestro he
Amo la capital. Es un lugar tan entretenido: la cultura, las fiestas, la moda... Desde que comprendí el futuro monótono que me aguardaba, decidí aferrarme a todo eso. Si tenía la oportunidad de cambiar mi destino, sería aquí, en la capital, el lugar donde residen las mejores clases sociales del país.Soy la condesa Martha Isabel Gaona, y lo que tengo para ofrecer es mi título de nobleza, mi belleza, mi habilidad para entretener y, por supuesto, aquello que todas las mujeres tenemos: la capacidad de traer hijos al mundo. Sin embargo, las mujeres necesitamos más que eso para garantizar un futuro decente. En esta sociedad moderna, no solo es importantes procrear; sino pertenecer a una familia influyente que te pueda proveer de una dote para asegurar la consecución de un marido decente... o siquiera, un marido.Desgraciadamente, ese no es mi caso, y he tenido que enfrentarme a esa cruda realidad muchas veces. He sido blanco de innumerables galanteos acompañados de miradas cálidas que, tra
Hoy he llegado a la capital, donde permanecerá unos días mientras me presento ante mi comandante y recojo la documentación necesaria para regresar a mi hogar. Han pasado muchos años desde la última vez que puse pie en mi tierra natal. Aunque Inglaterra tiene paisajes bellísimos, ningún lugar se compara con la hermosura de mi patria. Fui recibido por un sol radiante y el alegre gorjeo de las aves, como si cantaran para celebrar mi regreso. He enviado un recado a un antiguo conocido para encontrarnos frente a la plaza principal de la ciudad. Hoy tengo el día libre, y, sin mucho que hacer, espero con paciencia en una de las pocas fuentes de refresco que comienzan a hacerse populares en este lugar. A mi alrededor, familias pasean de la mano, y grupos de jovencitas ríen con curiosidad mientras me observan, quizás atraídas por mi nuevo uniforme de oficial. Confiado, les devuelvo una inclinación de cabeza y una sonrisa.Mi amigo se está demorando, por lo que sin afán paseo la vista por uno
Ha llegado el momento de despedirme de la capital. Mi educación ha concluido y, aunque la tía Ruth sugirió a mi madre que podía quedarme un tiempo más para buscar pretendiente, ella insiste en que me quiere de vuelta en el pueblo.No tengo más opción que regresar como una mujer derrotada. Volver a ese pequeño y polvoriento lugar, sin una sortija en mi mano ni siquiera una promesa de matrimonio, es peor de lo que había imaginado. Sé que seré la comidilla del pueblo, porque allí nunca pasa nada interesante. Tal vez lo seré hasta el día que muera.Antes de partir, lloré desconsoladamente en brazos de la tía Ruth y mi prima, esperando que algún milagro me detuviera. Pero el milagro no llegó, y resignada inició mi viaje junto a mi tío. Tras horas de una incómoda y polvorienta travesía por las irregulares vías provincianas, llegamos a casa. Me ilusioné con la idea de que el cansancio me dejaría dormir, pero la inquietud me mantiene despierta.Luego de saludar a mamá e instalarme en pleno en