—Recuerde, Rebeca: yo también fui burlado. Mi honor también fue mancillado.Sus palabras se clavaron en mi mente, pero quizás fue su mirada la que realmente me desarmó. Esa mirada en la que, ingenuamente, creí vislumbrar fragmentos de su alma rota. No lo entiendo. Ese hombre me confunde, me intriga. Despierta en mí preguntas que jamás antes me había planteado y hace que mi pecho se sienta extraño, como si el aire se negara a entrar.Lo que dice es verdad. Me sentí una tonta al darme cuenta solo después de escucharlo. Pero Iván Felipe no sabe nada de lo que realmente ocurre. Y, ¿tiene sentido arrastrarlo al sufrimiento, a pesar de todo? Esa relación ya terminó. ¿O no?Quiero creer que mi hermana hará lo correcto, que cumplirá su promesa, tanto ante Dios como ante los hombres. Se ha comprometido con un hombre bueno, alguien que, sin ser perfecto, tiene un corazón justo. Y no lo digo movida únicamente por la imagen idealizada que siempre tuve de Iván Felipe, sino por lo que he llegado a
—Hoy tendremos un invitado muy especial para la cena —anuncia Iván Felipe esa tarde con una sonrisa amplia—. Es un gran amigo mío, un oficial de alta estimación en el regimiento. Además, viene acompañado por alguien que deberías conocer, Rebeca.Lo miro con curiosidad, aunque escéptica. No puedo imaginarme teniendo conocidos en común con mi primo.—Su nombre es Jaime. Me acabo de enterar de que es el hermano del nuevo diácono.Al escuchar ese nombre, una chispa de alegría ilumina mi rostro. El diácono Enríquez siempre me ha caído muy bien. Durante mi tiempo en el convento me brindó apoyo y, más tarde, en la hacienda Amanecer, me impresionó con su calidez humana. Es un hombre dedicado a su comunidad, con una paciencia para enseñar que admiro profundamente.— ¿Vendrá el reverendo Juan Benedicto aquí? —pregunto con entusiasmo.—Así es —responde Iván Felipe, observándome con una expresión que no puedo descifrar—. Y por lo que veo, le tienes mucho aprecio.—Por supuesto. Estoy encantada de
—Disculpa, hijo —dice la tía Leticia al entrar en mi despacho, con el ceño fruncido y las manos apretadas sobre el borde de su chal—, ¿has visto a Rebeca?—No, tía. ¿Por qué? —pregunto, sintiendo cómo un atisbo de inquietud se instala en mi pecho.—Dijo que necesitaba tiempo a solas, así que salió a caminar, pero ya hace mucho rato. Debería haber vuelto —su mirada, cargada de preocupación, busca consuelo en la mía.Me levanto de inmediato, dejando de lado los papeles que tenía frente a mí. Me acerco a ella con calma, intentando disipar su angustia.— ¿Hace cuánto salió? —pregunto, colocando una mano reconfortante en su hombro.—Unas dos horas. Rebeca no es de las que se demoran tanto, siempre es muy considerada con mis nervios —su voz tiembla ligeramente, pero su postura se mantiene erguida.—Estoy seguro de que está bien —le digo, intentando sonar más convencido de lo que realmente me siento—. Esta hacienda es segura. Iré a buscarla. Seguro que solo se le pasó el tiempo admirando el
«Es momento de hacer mi presentación y mostrarme como lo que soy, la nueva señora de esta casa», pienso esto mientras la sirvienta termina de arreglarme el cabello, colocándome el último broche con dedos cuidadosos. Afuera de esta habitación, no solo encontraré a mi marido y al resto de mi familia, sino a invitados muy distinguidos y obviamente a Pablo.Debo hacer gala de todos mis encantos para ganarme la simpatía de aquellos hombres y mostrarme como la digna esposa de Iván Felipe Ortega. Ya me imagino codeándome con las mejores clases sociales en alguno de los grandes bailes que organizan en la capital, en cuanto a Pablo, él es un gusto que puedo manejar.Es evidente que le interesa mi bienestar, y que quiere estar a mi lado sea como sea, si no no seguiría aquí, así que creo poder llegar a un acuerdo sumamente placentero para ambos. Me levanto del tocador, aliso mi vestido y avanzo hacia la sala, donde sé que ya están reunidos antes de la cena.—¿Qué es tanto bullicio? —pregunto al
Estoy inspeccionando los cultivos cuando un joven trabajador llega corriendo hacia mí, con el rostro empapado de sudor y la respiración agitada.—¡Patrón, patrón! Lo están buscando —dice, señalando con urgencia el camino hacia la casa.—¿Quién? —pregunto, intrigado, seguro de que no puede tratarse de Iván Felipe.—Don Noé. Dice que es urgente.Sin perder tiempo, tomo ese rumbo, con una sensación incómoda anidándose en mi pecho. Había pedido que me informaran si surgía algo grave con la manada, pero no esperaba que fuera tan pronto.—¿Qué sucede, don Noé? —inquiero al llegar, mi voz cargada de anticipación.El anciano, resguardado bajo la sombra de un frondoso árbol, me observa con gravedad.—Infortunadamente, algo serio. Raquel se escapó —responde, sus palabras tan pesadas como la tarde sofocante—. Alán ya la buscó por toda la manada e incluso se aventuró al pueblo, pero no la encuentra.—¡Maldición! Lo que me faltaba —gruño mientras paso la mano por mi cabello, echándolo hacia atrás
Tras terminar la cena, todos pasan al comedor, así que los sigo no queriendo ser el primero en retirarme, menos estando el tal Jaime aqui. Es un compañero de trabajo de Iván Felipe, puede que escuche algo que sea importante.—Sigo algo débil, me retiraré temprano —anuncia Marta con voz dulce pero firme. Su esposo, atento, se pone de pie y le ofrece su mano.—Como quieras, amor. No tardaré mucho —responde con una sonrisa cálida antes de besar delicadamente su mano.El gesto, tan cargado de ternura, me revuelve el estómago. ¿Cómo puede ella, después de haber sido mía, conformarse con otro? Luego pienso en que es algo hipócrita de mi parte tener ese pensamiento, cuando he fantaseado un par de cosas con su hermana.Rebeca. No me ha dado señales claras de que desee que me acerque, pero hay algo en ella, algo que no puedo ignorar. Su aroma cambia sutilmente cada vez que nuestras pieles se rozan, alejándose más del que la asociaba con Marta. La observo mientras sonríe a ese hombre durante
—Creo que el día de hoy ha sido un buen augurio para Rebeca —digo, convencida tras haber captado, en más de una ocasión, el disimulado interés del señor Jaime hacia ella.Cada vez que la observo, una punzada de culpa me atraviesa el pecho. Fuí yo quien organizó el compromiso y quien alimentó por años las ilusiones de esa joven para con mi hijo. La veo interactuar con aquel diácono cuya vocación parece pender de un hilo cada vez más fino por la dulzura e inocencia de mi sobrina, pero estoy convencida de que así ese hombre abandonara el camino de la fé, el porvenir social de Rebeca sería mucho más prometedor al lado de su hermano el militar.—Eso espero, prima —dice Leticia mientras avanzamos por el pasillo—. Espero que no desperdicie esta nueva oportunidad. Últimamente, las actitudes de mi hija me desconciertan. Se ha vuelto obstinada, ya no es la muchacha dócil que solía obedecerme sin reservas.No tengo necesidad de mirarla para conocer el rostro de congoja que está poniendo.—No te
¿Cómo pude alguna vez querer convertirla en mi luna?—Sal de aquí, Marta —digo con voz baja y tensa, sin apartar la mirada de la suya—. Antes de que alguien te descubra. Regresa a la cama de tu marido.Una vez dichas esas palabras el olor inconfundible de aquella mujer llega a mí. Lo que sea que le echaron a estas paredes hace que no sepa que tan cerca está o en que dirección, pero en definitiva debe estar muy cerca para poderla captar.—No puedes desechar todo lo que hemos vivido. Me extrañas y pronto te darás cuenta de que mi propuesta es la mejor forma de sacarle provecho a esta situación —dice casi suplicante.Abrir la puerta de la habitación fue suficiente para ahora sí saber con claridad que está al lado derecho del pasillo.—Regresa con tu marido —añado para que Marta salga de mi habitación. No me he decidido aún a atormentar a mi "hermanito", pero en definitiva aprovecharé cualquier oportunidad posible para hostigar a la madre.— ¿Qué es exactamente eso que han vivido? —exclam