—Es una sorpresa verte por aquí. Hace años que no te veía.Mi medio hermano se acerca con una sonrisa confiada y prácticamente resplandece. Su dicha es casi palpable. La chica a mi espalda contiene el aliento mientras que yo me debato entre matarlo o explorar esta extraña sensación. La intensidad de esos ojos colmados de preocupación siguen golpeándome y hace que mi pecho se sienta apretado, no me agrada esa sensación.—Me enteré de tu boda, así que decidí pasar a felicitarte —respondo estirando mi mano para responder al saludo.—Me alegra. Te envié razón con don Noé, pero él tampoco pudo asistir a la boda.¿Cómo puede verse tan despreocupado a mi lado? Es verdad que no sabe que somos hermanos, pero el tiempo que compartimos de niños fue tan corto que me es imposible entender el motivo del aparente cariño que me tiene. Nunca fui afectuoso ni nada parecido con él.—Manda sus excusas. Tiene gripe y por mi parte he llegado hoy mismo de viaje y apenas me enteré de tu boda decidí pasar a f
—Dime que no cometiste una barbaridad —dice don Noé con el ceño fruncido y los ojos llenos de sospecha cuando aparezco nuevamente en su puerta.—Cálmese, me he dejado llevar al antojo de todos —paso por su lado, llego a su minibar y sirvo un par de tragos—. Han pasado cosas, cosas que me tienen ofuscado y malditamente confundido.Su expresión se suaviza un poco, aunque sigue sin bajar la guardia. Rechaza el vaso que le ofrezco, así que lo vacío de un solo trago, dejando que el licor caliente mi garganta y despeje, aunque sea un poco, el nudo en mi pecho.—No tengo idea de qué pasó, pero no sabes cuanto me alegra lo que escucho. Alcancé a imaginarme lo peor —se sienta al frente mío— cuéntame qué pasó.—Está usted hablando con el nuevo capataz de la flamante hacienda Ortega.Por unos segundos solo frunce el ceño como si lo que le acabo de decir fuera difícil de entender.—¿Qué? —balbucea al fin, y yo suelto una risa amarga al ver su expresión de desconcierto.Le relato lo que acaba de p
En esa hacienda, no soy bienvenido por muchos. Ahora entiendo que no solo es la señora Enola quien me desprecia; También el antiguo capataz parece inconforme con mi llegada. Pero eso no me afecta. Conozco bien al viejo amargado al que voy a reemplazar, y debo coincidir con Iván Felipe: no es alguien en quien confiar.—Esta sección de la casa es para el administrador —anuncia con voz áspera el hombre regordete—. El señor Ortega desea que lo acompañe a cenar.—¿A su mesa? —pregunto, desconfiado—. ¿No debería comer en la cocina, como el resto del personal?—Esas fueron sus órdenes. Nunca había sucedido antes —dice con un dejo de rencor.Debe ser frustrante dedicarle años a algo y ver cómo llega otra persona a ocupar tu lugar, y fuera de eso es invitado a la mesa con la familia.—Quiero conocer al personal mañana, temprano. Reúnelos antes de la jornada —ordeno, disfrutando el momento—. Puedes retirarte, Rodrigo.—Como usted diga, patrón —responde, pero su expresión revela algo muy distint
Al abrir los ojos, me sorprende la cantidad de personas que me rodean. La mirada preocupada de mamá y de mi suegra es lo primero que encuentro, seguida por los brazos firmes de mi marido, envolviéndome con una calidez que, por reflejo, correspondo, aunque estoy confundida.-Denme espacio -dice un hombre de edad avanzada, cuya voz resuena con calma y autoridad. Saca un estetoscopio de un maletín de cuero desgastado y se acerca a mí con pasos medidos. Toma mi presión, escucha mi corazón con aquel aparato frío, mientras mis pensamientos se dispersan como hojas en el viento.¿Está embarazada? -pregunta Iván Felipe con un dejo de emoción, sus ojos brillando como si la idea encendiera un fuego en su interior.El doctor sonríe, paciente, y niega con suavidad.-Es muy pronto para saberlo. No lo descarto, pero es improbable que sea la causa. Lo más lógico es un golpe de calor: dictamina con confianza.-¿Recuerda qué estaba haciendo antes de desmayarse? -me pregunta con seriedad.¿Me desmayé? L
—Recuerde, Rebeca: yo también fui burlado. Mi honor también fue mancillado.Sus palabras se clavaron en mi mente, pero quizás fue su mirada la que realmente me desarmó. Esa mirada en la que, ingenuamente, creí vislumbrar fragmentos de su alma rota. No lo entiendo. Ese hombre me confunde, me intriga. Despierta en mí preguntas que jamás antes me había planteado y hace que mi pecho se sienta extraño, como si el aire se negara a entrar.Lo que dice es verdad. Me sentí una tonta al darme cuenta solo después de escucharlo. Pero Iván Felipe no sabe nada de lo que realmente ocurre. Y, ¿tiene sentido arrastrarlo al sufrimiento, a pesar de todo? Esa relación ya terminó. ¿O no?Quiero creer que mi hermana hará lo correcto, que cumplirá su promesa, tanto ante Dios como ante los hombres. Se ha comprometido con un hombre bueno, alguien que, sin ser perfecto, tiene un corazón justo. Y no lo digo movida únicamente por la imagen idealizada que siempre tuve de Iván Felipe, sino por lo que he llegado a
—Hoy tendremos un invitado muy especial para la cena —anuncia Iván Felipe esa tarde con una sonrisa amplia—. Es un gran amigo mío, un oficial de alta estimación en el regimiento. Además, viene acompañado por alguien que deberías conocer, Rebeca.Lo miro con curiosidad, aunque escéptica. No puedo imaginarme teniendo conocidos en común con mi primo.—Su nombre es Jaime. Me acabo de enterar de que es el hermano del nuevo diácono.Al escuchar ese nombre, una chispa de alegría ilumina mi rostro. El diácono Enríquez siempre me ha caído muy bien. Durante mi tiempo en el convento me brindó apoyo y, más tarde, en la hacienda Amanecer, me impresionó con su calidez humana. Es un hombre dedicado a su comunidad, con una paciencia para enseñar que admiro profundamente.— ¿Vendrá el reverendo Juan Benedicto aquí? —pregunto con entusiasmo.—Así es —responde Iván Felipe, observándome con una expresión que no puedo descifrar—. Y por lo que veo, le tienes mucho aprecio.—Por supuesto. Estoy encantada de
—Disculpa, hijo —dice la tía Leticia al entrar en mi despacho, con el ceño fruncido y las manos apretadas sobre el borde de su chal—, ¿has visto a Rebeca?—No, tía. ¿Por qué? —pregunto, sintiendo cómo un atisbo de inquietud se instala en mi pecho.—Dijo que necesitaba tiempo a solas, así que salió a caminar, pero ya hace mucho rato. Debería haber vuelto —su mirada, cargada de preocupación, busca consuelo en la mía.Me levanto de inmediato, dejando de lado los papeles que tenía frente a mí. Me acerco a ella con calma, intentando disipar su angustia.— ¿Hace cuánto salió? —pregunto, colocando una mano reconfortante en su hombro.—Unas dos horas. Rebeca no es de las que se demoran tanto, siempre es muy considerada con mis nervios —su voz tiembla ligeramente, pero su postura se mantiene erguida.—Estoy seguro de que está bien —le digo, intentando sonar más convencido de lo que realmente me siento—. Esta hacienda es segura. Iré a buscarla. Seguro que solo se le pasó el tiempo admirando el
«Es momento de hacer mi presentación y mostrarme como lo que soy, la nueva señora de esta casa», pienso esto mientras la sirvienta termina de arreglarme el cabello, colocándome el último broche con dedos cuidadosos. Afuera de esta habitación, no solo encontraré a mi marido y al resto de mi familia, sino a invitados muy distinguidos y obviamente a Pablo.Debo hacer gala de todos mis encantos para ganarme la simpatía de aquellos hombres y mostrarme como la digna esposa de Iván Felipe Ortega. Ya me imagino codeándome con las mejores clases sociales en alguno de los grandes bailes que organizan en la capital, en cuanto a Pablo, él es un gusto que puedo manejar.Es evidente que le interesa mi bienestar, y que quiere estar a mi lado sea como sea, si no no seguiría aquí, así que creo poder llegar a un acuerdo sumamente placentero para ambos. Me levanto del tocador, aliso mi vestido y avanzo hacia la sala, donde sé que ya están reunidos antes de la cena.—¿Qué es tanto bullicio? —pregunto al