—Ahggg —se quejó Emilia mientras su cabeza se inclinaba al frente, como si quisiera esconderla en su pecho y, cuando la contracción que le erizó la piel completa y le heló el cuerpo pasó, ella dejó caer la cabeza atrás, resoplando el aire que había contenido mientras la contracción pasaba.—¿Estás bien? —preguntó Alejandro, que la seguía viendo sostenerse de cualquier cosa después de dar un par de pasos en esa pequeña habitación en que Emilia aguardaba a que su cuerpo dilatara suficiente para dar inicio con el parto.Le habían hecho montón de estudios los días pasados, y parecía ser que un parto natural no sería más riesgoso de lo normal, así que ella estaba pasando por unas contracciones inducidas en lo que su cuerpo terminaba de mostrarse preparado para dar a luz.—Si vuelves a preguntarme si estoy bien, voy a golpearte —declaró la joven castaña, jadeando y trasudando a pesar de qué escalofríos era lo que más sentía—. Se me nota que no estoy bien, Alejandro, así que no me hagas enoja
Cuando la joven llegó a una casa, en la que en realidad no tenía tan buenos recuerdos, sintió un tremendo impulso de irse de ahí, pero, cuando Alejandro la llevó hasta la habitación que había estado preparando para su hijo, Emilia se conmovió un montón.De alguna manera, esa habitación de bebé, de esas que de pronto se encontraba en comerciales de cunas y accesorios para bebés, le aseguraba que el pequeño Adrián era bienvenido en ese lugar.—Te llevaré a tu habitación —ofreció el joven que cargaba una pañalera y a su hijo, pues la castaña tenía una indicación de mínimo esfuerzo.La sangre que había perdido la mujer había sido por un desgarre que se dio al momento de que la placenta se desprendió, así que necesitaba más reposo que nunca y bastantes cuidados, por eso no podía irse a su casa aún, y por eso Alejandro le prometió que la cuidaría mientras ella lo necesitara, aunque en realidad tenía la intensión de cuidarla el resto de su vida.La puerta contigua era a su habitación, eso le
—Entonces, ¿qué es lo que vas a hacer? —preguntó Alejo, que visitaba a la castaña junto a un par de enfermeras, para saber de su salud y para conocer a su bebé—. Ya se comunicaron contigo, ¿verdad?—Sí —respondió Emilia, viendo como las dos mujeres que acompañaban a su gran amigo enloquecían con ese bebé que era tan guapo como su papá, así que se robaba cuanto corazón lo veía—. Voy a renunciar a la plaza en ese lugar, ellos necesitan una enfermera y yo no puedo irme aún.—¿Te encuentras mal? —preguntó Dalia, una de esas enfermeras que, aunque tenía la mayoría de su atención centrada en ese niño, estaba escuchando la conversación de los otros dos.—No —respondió la de cabello y ojos cafés—, pero siento que, si me voy a ese rincón del mundo con un niño llorón y sin más compañía, me podría poner muy mal. Y, ¿para qué arriesgarme?—Cierto —dijo Alejo, entendiendo la preocupación de esa joven que, a pesar de la felicidad que irradiaba, se notaba visiblemente agotada, aun cuando tenía tanta
—Me voy a volver loca —declaró la joven, que en realidad ya se sentía loca—. Si no consigo un empleo, no me podré ir de aquí, y no puedo conseguir un empleo sin tener que dejar a mi hijo al cuidado de alguien más. Entonces, trabajaré para pagar a quien cuide a mi hijo. Eso me sabe en serio mal.—Si suena mal —aseguró Alejo, que mecía en la cama al pequeño niño, que ahora que era un poco menos pequeño, se mantenía un poco más de tiempo despierto—. ¿Quieres irte a vivir conmigo?—¿Y que mi exmarido me quite a mi hijo? —preguntó Emilia, con los ojos muy abiertos—. Yo no lo creo.—¿Crees que lo haga? —preguntó Alejo, viendo como esa chica no podía apartar los ojos, ni siquiera por un segundo, de su hijo.—No lo sé —respondió la castaña, suspirando—. Te juro que ya no sé qué esperar de él, bueno, sí, daño, eso es lo único que sigo recibiendo de su parte... y por eso me quiero ir de aquí.—¿Por qué lo amas tanto? —preguntó el enfermero, que seguía siendo el paño de lágrimas de su amor no cor
—¿Qué vas a hacer? —preguntó Armando Darrell a su nieto, que luego de escuchar que la joven se había ido de la sala, salió hasta donde su abuelo había quedado—. ¿Vas a dejar que se vaya? Alejandro, ¿no crees que es tiempo de que entres en razón y hagas lo correcto?Alejandro no dijo nada, solo se dejó caer en uno de los sillones de esa sala y miró a la nada con esa expresión afligida ensombreciéndole el rostro.» Hijo, deberías estar usando esta oportunidad que te da el tenerla cerca para reconquistarla —señaló el mayor—, pero no solo la estás desperdiciando, sino que la estás usando para herirla un poco más. Ella se va a ir porque está incómoda contigo, porque la sigues tratando mal.—Abuelo, es que no lo entiendes —aseguró el hombre, levantándose del sillón como si este fuera lava ardiendo—, necesito mantenerme lejos de ella, o si no me va a romper el corazón cuando se vaya.—¿Y no te rompe el corazón mantenerte lejos de ella? —preguntó Armando y Alejandro se detuvo al fin, pues, ant
—Sí eres un idiota —declaró la joven de cabello castaño y ojos cafés—... y tampoco entiendo qué es lo que quieres, nunca lo he entendido Alejandro.—Lo lamento —dijo el joven, de nuevo, y la joven alzó el rostro al cielo, respirando de verdad profundo.Podía recordar claramente, de un curso de primeros auxilios psicólogos, que había tomado porque era obligatorio en uno de los módulos que estudiaba, su pasión temporal por la psicología, esa que le invitó a ir a terapia, ver ponencias, conferencias y leer montón de artículos y libros sobre la personalidad, sobre el apego y, por supuesto, sobre el manejo de emociones.—¿De verdad estás yendo a terapia? —preguntó la joven tras suspirar, y su exmarido le miró contrariado, terminando por asentir.—Desde que nos divorciamos —explicó el hombre—. Debí ir antes, pero pensaba que no estaba tan mal, pero luego te fuiste y sí me puse muy mal, además, quería ser un buen padre para mi hijo, por eso comencé a ir.—Alejandro —dijo la joven, enderezándo
Emilia vio la pantalla de su teléfono y cerró los ojos con fuerza. Esa llamada no la estaba esperando, no, de hecho, ella la había pedido, pero se le había olvidado de eso, así que en serio la estaba tomando por sorpresa.La joven castaña se levantó de la cama, apesadumbrada, y dejó ese espacio que estaba compartiendo con su hijo y su exmarido, ahora novio de nuevo, y tomó la llamada.—Entiendo, sí, muchas gracias por el recordatorio —dijo la joven luego de escuchar en silencio las indicaciones de esa mujer con quien había hablado por última vez casi cuatro meses atrás—. Nos veremos pronto.Emilia se recargó a la pared, estaba un poco intranquila por lo que había ocurrido, así que no se sentía del todo bien, y ahí, apoyándose en un muro, respiró en serio profundo hasta que su esposo dejó también la habitación, sin que ella lo notara, y por eso la castaña se sobresaltó al escuchar su nombre.—¿Ocurrió algo? —pregunto Alejandro, que mecía a su bebé de un lado a otro ahora que lo tenía en
—No puedo creer que te vayas —declaró Armando, viendo cómo su nieto subía las maletas de esa joven a su auto—, me vas a hacer mucha falta, y los llantos de este niño ni te dijo.Armando, cuando mencionó al niño, le tomó la manita y el pequeño se aferró a ella con fuerza, intentando llevar esa mano a su boca, provocando sonreír a los dos que le veían.—Solo serán dos años —declaró la castaña, sintiendo llegar hasta ella al padre de su hijo, quien la abrazó por la espalda y se aferró a su cintura mientras colocaba su cabeza en uno de los hombros de esa joven mujer—. Se irán como agua; además, vendré en mis vacaciones y pueden ir siempre que quieran, no estaremos tan lejos.El anciano asintió porque, si bien era cierto que los años se iban como si no duraran los doce meses que prometían, la distancia siempre marcaba mejor el tiempo; a él solo le consolaba que no estarían tan lejos y que podrían ir y ella venir, algunas veces durante ese tiempo.—Ya es hora —declaró Alejando y la joven sus