“Me salvaste la vida una vez, y por eso dejaré pasar esto, pero no perdonaré jamás, y solo volveremos a vernos una vez: el día en que quieras divorciarte de mí.” Eso era lo que decía esa única cosa que encontró Alejandro Darrell de Emilia en su casa.Lo entendía, claro que sí; y es que, todo el tiempo, aunque actuó por el alcohol, su conciencia se lamentaba en un rincón de su cabeza por la atrocidad que estaba cometiendo con esa joven que no paraba de suplicarle que no lo hiciera.Quizá la culpa de estarla dañando tanto fue lo que le empujó a confesar su amor, creyendo que eso lo justificaba; pero no había manera de que el amor justificara un acto tan vil.—Maldición —gruñó el hombre y, en un arranque de ira contra sí mismo, destrozó todo lo que encontró a su paso, dejando ese lugar, que un día imaginó como su caja de sueños y que se convirtió en su mayor infierno, como si un huracán hubiera pasado sobre de él y destrozado todo ahí.Alejandro Darrell había hecho algo imperdonable, alg
Emilia sintió que el mundo debajo de sus pies se comenzaba a desmoronar cuando su cerebro entendió lo que significaba ese positivo en la hoja de sus resultados de laboratorio. Ella estaba embarazada, y nada preparada emocionalmente para esa noticia; eso sin contar con que económicamente tampoco pintaban las cosas para ir bien con ella.El embarazo le había tomado por sorpresa, porque ella ni siquiera se había sentido mal. Emilia no tuvo ningún mareo, ninguna nausea y ni siquiera un retraso en su menstruación, ella solo tenía ese cansancio crónico y el dolor de cabeza que atribuyó a su turno de noche.Pero, cuando el químico en prácticas le pidió su apoyo para realizar unos análisis generalizados, pensó que no estaba mal revisarse de vez en cuando, sobre todo si era gratis; y ahora estaba ahí, leyendo sobre sus cuatro meses de embarazo.La castaña suspiró casi con dolor, y es que ella no podía imaginarse lo que haría después de semejante noticia, sobre todo porque el periodo de asignaci
Emilia recibió el documento que avalaba la disolución de su divorcio y respiró profundo. El proceso no había sido largo, pero desde el inicio ella supo que no estaría tranquila hasta que tuviera el documento definitivo entre sus manos, y al fin lo tenía.Y sí, ahora se sentía menos temerosa, pero no por eso más feliz, y, para ser franca, tampoco se sentía más libre. Era extraño, porque era libre de verdad, así qué, ¿por qué rayos estaba tan sofocada? No lo entendía.Salió del registro civil y respiró profundo, pensando que tal vez todo lo mal que se sentía era por el embarazo, por eso decidió sentarse un poco en esa banca de pasillo que estaba a un lado de la puerta y, desde ese lugar, pudo ver a un par de jóvenes tomados de la mano y dándose besos de vez en cuando. Ellos habían ido a ese lugar a hacer lo opuesto a lo que había hecho Emilia: iban a casarse.—Siento que voy a vomitar de emoción —confesó una linda joven de vestido blanco, sandalias en el mismo color y con un adorno de ca
—¡No me responde! —gritó Alejandro, de verdad desesperado, volviendo a intentar que su llamada al teléfono de su exesposa conectara, y nuevamente la llamada entró al buzón y el hombre, desesperado, golpeó la pared con el puño—. ¡Maldita sea!Armando, que había estado esperando que algunas de las llamadas anteriores que hacía su nieto, conectara, exhaló lento el aire que había estado conteniendo en sus pulmones, sintiendo que se hundía en la desesperación.Esa mañana, aun de madrugada, más bien, a Alejandro lo había despertado una llamada de Emilia, en ella la joven se escuchaba mal, y le había pedido ayuda, luego ella no dijo más y, tras mucho insistir en una palabra más de ella, decidió cortar la llamada en intentar localizarla por su cuenta, sin éxito alguno.» ¡Maldita sea! —repitió el hombre, volviendo a cortar la llamada e intentar de nuevo.Él tenía así casi una hora, y no lograba contactarla, así que, tanto él como su abuelo, estaban por caer en la desesperación total.No sabían
—Es un considerable desprendimiento de placenta —declaró el médico que atendió a Emilia y al ver a la joven fruncir el entrecejo, Alejandro se preocupó.—¿Eso es muy grave? —preguntó el hombre comenzando a sentirse aterrado.—Podría serlo, pero considero que, teniendo en cuenta la condición del feto y de la madre, el reposo nos ayudará a controlarlo —declaró el médico—, puede hacer reposo absoluto en su casa, pero, de preferencia, me gustaría que estuviera algunos días en el hospital, para un mejor monitoreo y poder reaccionar de mejor manera en caso de una emergencia.Alejandro asintió, y Emilia hizo lo mismo cuando él la miró como preguntando por su opinión, entonces el hombre cuestionó si podía ser trasladada a la ciudad, pues, de preferencia, le gustaría que ella estuviera en un lugar donde su abuelo la pudiera visitar.Luego de semejante declaración, ella no pudo negarse a lo que más bien parecía una petición, y se dejó trasladar al hospital que Alejandro eligió, a donde mandó lla
—Ahggg —se quejó Emilia mientras su cabeza se inclinaba al frente, como si quisiera esconderla en su pecho y, cuando la contracción que le erizó la piel completa y le heló el cuerpo pasó, ella dejó caer la cabeza atrás, resoplando el aire que había contenido mientras la contracción pasaba.—¿Estás bien? —preguntó Alejandro, que la seguía viendo sostenerse de cualquier cosa después de dar un par de pasos en esa pequeña habitación en que Emilia aguardaba a que su cuerpo dilatara suficiente para dar inicio con el parto.Le habían hecho montón de estudios los días pasados, y parecía ser que un parto natural no sería más riesgoso de lo normal, así que ella estaba pasando por unas contracciones inducidas en lo que su cuerpo terminaba de mostrarse preparado para dar a luz.—Si vuelves a preguntarme si estoy bien, voy a golpearte —declaró la joven castaña, jadeando y trasudando a pesar de qué escalofríos era lo que más sentía—. Se me nota que no estoy bien, Alejandro, así que no me hagas enoja
Cuando la joven llegó a una casa, en la que en realidad no tenía tan buenos recuerdos, sintió un tremendo impulso de irse de ahí, pero, cuando Alejandro la llevó hasta la habitación que había estado preparando para su hijo, Emilia se conmovió un montón.De alguna manera, esa habitación de bebé, de esas que de pronto se encontraba en comerciales de cunas y accesorios para bebés, le aseguraba que el pequeño Adrián era bienvenido en ese lugar.—Te llevaré a tu habitación —ofreció el joven que cargaba una pañalera y a su hijo, pues la castaña tenía una indicación de mínimo esfuerzo.La sangre que había perdido la mujer había sido por un desgarre que se dio al momento de que la placenta se desprendió, así que necesitaba más reposo que nunca y bastantes cuidados, por eso no podía irse a su casa aún, y por eso Alejandro le prometió que la cuidaría mientras ella lo necesitara, aunque en realidad tenía la intensión de cuidarla el resto de su vida.La puerta contigua era a su habitación, eso le
—Entonces, ¿qué es lo que vas a hacer? —preguntó Alejo, que visitaba a la castaña junto a un par de enfermeras, para saber de su salud y para conocer a su bebé—. Ya se comunicaron contigo, ¿verdad?—Sí —respondió Emilia, viendo como las dos mujeres que acompañaban a su gran amigo enloquecían con ese bebé que era tan guapo como su papá, así que se robaba cuanto corazón lo veía—. Voy a renunciar a la plaza en ese lugar, ellos necesitan una enfermera y yo no puedo irme aún.—¿Te encuentras mal? —preguntó Dalia, una de esas enfermeras que, aunque tenía la mayoría de su atención centrada en ese niño, estaba escuchando la conversación de los otros dos.—No —respondió la de cabello y ojos cafés—, pero siento que, si me voy a ese rincón del mundo con un niño llorón y sin más compañía, me podría poner muy mal. Y, ¿para qué arriesgarme?—Cierto —dijo Alejo, entendiendo la preocupación de esa joven que, a pesar de la felicidad que irradiaba, se notaba visiblemente agotada, aun cuando tenía tanta