Alejandro llegó de nuevo tarde a casa. Él tenía toda la semana evitando a Emilia, probablemente, no a propósito, pero Emilia sentía que lo mejor sería que él compartiera un poco de eso que le agobiaba con ella, por eso lo esperó despierta esta vez.Pero la castaña se arrepintió un poco cuando su marido no se mostraba tan agotado o angustiado como creyó que se vería, pues, en los días pasados, había sido más lo que lo había escuchado de él que lo que lo había visto; pero ese hombre había llegado molesto a su casa, y pareció molestarse mucho más al encontrarla despierta.—¿Acabas de despedir a las visitas? —preguntó Alejandro, evidentemente molesto, y Emilia le miró completamente contrariada.—Alejandro, son más de las once de la noche —señaló la castaña—. ¿Qué clase de visitas mal educadas se irían a esta hora? Además, te recuerdo que no tengo amigos que me visiten. Te estaba esperando. Me tienes preocupada, y pensé que tal vez sería bueno que hablaras conmigo.—¿Hablar de qué? —cuestio
—Tal vez no debimos casarnos —declaró Alejandro y Emilia sonrió de medio lado.Que ese hombre soltara esas palabras justo después de haberse casado tras meses de que él le hubiera insistido tanto, y de haberla incluso enamorado para que no se echara para atrás con el contrato, le sabía demasiado amargo.—Tal vez no debimos —concedió la castaña, rompiéndole el alma a ese hombre que, a decir verdad, no sabía la respuesta que había esperado de ella, pero la que recibió fue en serio desgarradora.Ella estaba cansada, había caminado mucho hasta que le apenó que ese hombre le siguiera lento en su auto, entorpeciendo el tráfico y provocando murmullos sobre una situación vergonzosa en la que Emilia no se quería ver envuelta, por eso decidió mejor subir al auto y tragarse un poco de su orgullo.Y ahora estaban ahí, a la vuelta de su casa, desde donde Alejandro pudo ver, de nuevo, el auto de su primo arrancándose en cuanto él dio vuelta hacia su calle.¿Qué significaba eso? No podía dejar de pen
—Emilia, yo no me casé contigo para tenerte en mi casa, encerrada, si as personas no nos ven juntos podrían sospechar que algo anda mal con nosotros —explicó Alejandro y Emilia suspiró.Eso era algo que Emilia no había visto porque, en realidad, no lo habían dejado claro antes de casarse; pero era obvio que ella debía de tener responsabilidades como esposa para, de esa manera, poder disfrutar de los beneficios que ese hombre le prometió en un inicio.—Alejandro, no puedo decirle que no a mi compañera a estas alturas —explicó la joven tras suspirar—, pero cenemos juntos... Ah, y, solo para evitarnos estas desavenencias de nuevo, deberías hacerme una lista con mis obligaciones como tu esposa.» Oh —hizo la joven, comenzando a caminar hasta su habitación—, y también me gustaría saber el tiempo exacto en que seremos esposos, necesito planear mi futuro como divorciada.Alejandro no supo qué decir, él solo se dejó caer en el sofá detrás de él, viéndola irse, pues, seguramente, ella estaba ca
—Emilia, alguien quiere verte —dijo una joven enfermera, llegando hasta el cuarto que decidieron usar como dormitorio de enfermeros y moviendo un poco a la joven que tenía, si acaso, una hora y media dormida.Ella se había ido a dar un baño rápido y luego cenó algo ligero y se recostó a dormir, porque sentía que ya no podía más. De ocho a doce horas había una diferencia significativa, pero estaba cansada porque ella jamás había movido aparatos tan grandes y pesados, y tampoco había levantado pacientes del piso o de la cama para moverlos.—¿Quién? —preguntó la joven en un gruñido, sin abrir los ojos siquiera, porque no tenía energías ni para eso, y sabía bien que debía aprovechar cada segundo que tuviera disponible para descansar.Esa había sido la lección número tres de Alejo, quien les advirtió a todos que, aunque cada uno tenía un turno, en caso de emergencia, si había déficit de personal, debían apoyar, aunque no estuvieran de turno.—Dijo que se llamaba Alejandro Darrell —informó e
“Me salvaste la vida una vez, y por eso dejaré pasar esto, pero no perdonaré jamás, y solo volveremos a vernos una vez: el día en que quieras divorciarte de mí.” Eso era lo que decía esa única cosa que encontró Alejandro Darrell de Emilia en su casa.Lo entendía, claro que sí; y es que, todo el tiempo, aunque actuó por el alcohol, su conciencia se lamentaba en un rincón de su cabeza por la atrocidad que estaba cometiendo con esa joven que no paraba de suplicarle que no lo hiciera.Quizá la culpa de estarla dañando tanto fue lo que le empujó a confesar su amor, creyendo que eso lo justificaba; pero no había manera de que el amor justificara un acto tan vil.—Maldición —gruñó el hombre y, en un arranque de ira contra sí mismo, destrozó todo lo que encontró a su paso, dejando ese lugar, que un día imaginó como su caja de sueños y que se convirtió en su mayor infierno, como si un huracán hubiera pasado sobre de él y destrozado todo ahí.Alejandro Darrell había hecho algo imperdonable, alg
Emilia sintió que el mundo debajo de sus pies se comenzaba a desmoronar cuando su cerebro entendió lo que significaba ese positivo en la hoja de sus resultados de laboratorio. Ella estaba embarazada, y nada preparada emocionalmente para esa noticia; eso sin contar con que económicamente tampoco pintaban las cosas para ir bien con ella.El embarazo le había tomado por sorpresa, porque ella ni siquiera se había sentido mal. Emilia no tuvo ningún mareo, ninguna nausea y ni siquiera un retraso en su menstruación, ella solo tenía ese cansancio crónico y el dolor de cabeza que atribuyó a su turno de noche.Pero, cuando el químico en prácticas le pidió su apoyo para realizar unos análisis generalizados, pensó que no estaba mal revisarse de vez en cuando, sobre todo si era gratis; y ahora estaba ahí, leyendo sobre sus cuatro meses de embarazo.La castaña suspiró casi con dolor, y es que ella no podía imaginarse lo que haría después de semejante noticia, sobre todo porque el periodo de asignaci
Emilia recibió el documento que avalaba la disolución de su divorcio y respiró profundo. El proceso no había sido largo, pero desde el inicio ella supo que no estaría tranquila hasta que tuviera el documento definitivo entre sus manos, y al fin lo tenía.Y sí, ahora se sentía menos temerosa, pero no por eso más feliz, y, para ser franca, tampoco se sentía más libre. Era extraño, porque era libre de verdad, así qué, ¿por qué rayos estaba tan sofocada? No lo entendía.Salió del registro civil y respiró profundo, pensando que tal vez todo lo mal que se sentía era por el embarazo, por eso decidió sentarse un poco en esa banca de pasillo que estaba a un lado de la puerta y, desde ese lugar, pudo ver a un par de jóvenes tomados de la mano y dándose besos de vez en cuando. Ellos habían ido a ese lugar a hacer lo opuesto a lo que había hecho Emilia: iban a casarse.—Siento que voy a vomitar de emoción —confesó una linda joven de vestido blanco, sandalias en el mismo color y con un adorno de ca
—¡No me responde! —gritó Alejandro, de verdad desesperado, volviendo a intentar que su llamada al teléfono de su exesposa conectara, y nuevamente la llamada entró al buzón y el hombre, desesperado, golpeó la pared con el puño—. ¡Maldita sea!Armando, que había estado esperando que algunas de las llamadas anteriores que hacía su nieto, conectara, exhaló lento el aire que había estado conteniendo en sus pulmones, sintiendo que se hundía en la desesperación.Esa mañana, aun de madrugada, más bien, a Alejandro lo había despertado una llamada de Emilia, en ella la joven se escuchaba mal, y le había pedido ayuda, luego ella no dijo más y, tras mucho insistir en una palabra más de ella, decidió cortar la llamada en intentar localizarla por su cuenta, sin éxito alguno.» ¡Maldita sea! —repitió el hombre, volviendo a cortar la llamada e intentar de nuevo.Él tenía así casi una hora, y no lograba contactarla, así que, tanto él como su abuelo, estaban por caer en la desesperación total.No sabían