Todas las Biblias y códigos sagrados son responsables de los siguientes errores:
Pero los siguientes contrarios de éstos son verdad:
William Blake
No podré escribir esta historia por mucho tiempo. Me encuentro internada en una clínica psiquiátrica privada, mientras una torrencial tormenta eléctrica azota las atalayas góticas del viejo edificio, repicando sonoramente sobre los cristales enrejados de los cuartos. Mi propia habitación, de paredes blancas, es un vergel pletórico de demencia ilimitada; una especie de tributo a la más irracional locura.
Los alienistas pensaron que, como en ocasiones anteriores, mi proceso terapéutico se vería mejorado si me permitían escribir y me proporcionaron un cuaderno escolar y una pluma. Hace tres horas, en la madrugada, atravesé las palmas de ambas manos con la pluma provocando así un torrente sangriento que brotó de inmediato. No sentí dolor realmente, sino un gozo extraño y estimulante que nunca había percibido. Contemplé mi propia sangre, tan simbólica, tan repleta de malignos significados, y con ella comencé a escribir en las paredes. Escribí innumerable cantidad de frases en todos los idiomas que hablo; español, inglés, francés, arameo, hebreo bíblico, egipcio, sumerio, babilonio, enociano, asirio, nabateo, etc., haciendo que una colección de jeroglíficos de lenguas muertas acompañaran frases incoherentes con conjuros y sellos esotéricos que he estudiado. En el centro de la habitación, un corazón trazado con sangre encierra los nombres de Helen y Draken, en alusión al gran amor de mi vida; mi único amor, y mi gran perdición. Esa sombra siniestra y satánicamente seductiva que me llevó candorosamente al dolor y la muerte.
Recuerdo cuando llegué a este hospital por primera vez hace una semana. Mi condición social me permitió internarme en una cara clínica psiquiátrica privada. Mientras me encontraba recostada en la cama, con los ojos cerrados como si estuviera inconsciente, y ya vestida con el uniforme de los pacientes, dos psiquiatras charlaban de mi caso tranquilamente, despreocupados y suponiendo que yo no los escuchaba:
—El nombre de la paciente es Helen Orleans Aguirre, nacida en Heredia, Costa Rica en 1990. Psicóloga de profesión, es doctora en la materia y ha escrito varios libros académicos, siendo una autoridad mundial en psicología. Soltera de nacimiento, ambos padres muertos, hija única. Su familiar más cercano vivo es su prima materna llamada Karina Saldívar. Tiene una hija llamada Aradia, hija de padre desconocido, que actualmente tiene dos años de edad y está bajo la custodia de su madrina, la ya mencionada prima Karina, el pariente más cercano de la menor después de la madre.
—¿Hay algún indicio de quien sea el padre?
—Ninguno. La madre jamás ha registrado el nombre del padre de su hija, pero bajo condiciones de demencia ha dicho que el padre es un demonio.
—¿Cuáles son los padecimientos de la paciente?
—De acuerdo al historial médico, la paciente ha sufrido ya varios internamientos psiquiátricos. Muestra un Trastorno Límite de la Personalidad con algunos elementos propios del Trastorno Esquizotípico y Paranoide, desconexión con la realidad, alucinaciones, pesadillas recurrentes, terror nocturno y trastornos como paranoia y depresión. No parece ser esquizofrénica pero si es depresiva y paranoica con rasgos psicóticos.
—Es una verdadera lástima. Una mujer tan hermosa e inteligente. Mírela, en verdad es una belleza.
—Gracias –dije sonriendo, rompiendo así el silencio sepulcral que mantuve férreamente mientras escuchaba los dictámenes de mi expediente médico.
—¿Estuvo despierta todo el tiempo, Dra. Orleans? –preguntó el psiquiatra elogiador.
—Una buena parte.
—Discúlpeme por el comentario… yo…
—Descuide.
—Nuestra intención –dijo el otro psiquiatra— es curarla. Aliviarla. Tratar de que recupere su vida normal.
—Mi vida nunca ha sido normal. Pero agradezco sus buenas intenciones.
—Por lo pronto le proporcionaremos algunos sedantes y medicamentos. Comenzaremos el tratamiento terapéutico mañana.
—De acuerdo. He estado en psiquiátricos antes, sé la rutina de drogar al paciente y que mañana hablaremos extensas horas sobre los azotes que me daban en el orfanato. Estoy ansiosa por comenzar… —dijo sarcásticamente mientras me tragaba unas pastillas y la enfermera preparaba una inyección de antipsicóticos.
Cuando amanezca, los enfermeros entraran rutinariamente a mi habitación donde encontrarán el caos sanguíneo que les he descrito. Seguramente suturaran mis heridas en las manos y nunca más me permitirán escribir, así que tengo hasta el amanecer para relatarles las avernales circunstancias que me llevaron a éste estado paupérrimo, sórdido, desgraciado…
Calle de la Amargura
Ciudad de San Pedro de Montes de Oca, Costa Rica
Un año antes.
—Es importante que te diviertas, Helen –me decía mi prima Karina mientras viajábamos en el vehículo conducido por mí. –Que socialices y te busques un novio. Creo que nunca has tenido novio... ¿verdad?
—No. Sin embargo, Karina, debes comprender que no me divierto como vos. Mi ambiente no es el ir a fiestas, ni a discotecas, ni a bares. No me gustan esas cosas...
—Bueno, creo que es importante que vivas la vida y respires un poco del aire fresco de la diversión juvenil antes que el polvo que normalmente aspiras como ratona de biblioteca que sos.
El famoso aire fresco correspondía al olor a b****a, cigarros y vómito de la Calle de la Amargura, uno de los principales centros de diversión nocturna del país. Un vergel de lóbregas callejuelas repletas de personas, con edificios en mal estado, y laberínticos corredores de bares, cantinas y clubes nocturnos estrepitosamente escandalosos.
Aunque crecimos juntas y éramos como hermanas, Karina y yo somos muy distintas una de la otra. Karina es tres años más joven que yo, fiestera y de espíritu alegre. Tiene muchos amigos y amigas, y ha tenido muchos novios y algunas novias a lo largo de su vida.
Mientras que yo, al otro extremo, soy sumamente tímida y retraída. Tengo muy pocos amigos, y jamás he tenido una relación de pareja formal. Acompaño a Karina para no desanimarla, pero haciendo un esfuerzo sobrehumano. Pues el ambiente ruidoso, apestoso y superficial de estas fiestas y de estos lugares, me provoca ansiedad, náusea y depresión.
Karina se topó pronto con sus amigos y amigas, todos estudiantes universitarios jóvenes al igual que ella. Además, se encontró con su nuevo “amigo especial”, a quien besó en los labios. Se trataba de Tom Wellington, un joven norteamericano estudiante de intercambio, de casi dos metros de alto, fornido y robusto, de piel muy blanca, barba incipiente de color rojizo, como sus largos cabellos, y ojos azules. Solo le faltaba el traje de vikingo para imaginarlo invadiendo Normandía.
—Helen, te presento a Tom. –Introdujo Karina, ambos estrechamos las manos.
—Karina me ha hablado mucho de usted –dijo el gigante teutón con un acento apenas perceptible.
—Gracias, igual. Habla muy bien español. –Halagué.
—Helen habla unos veinte idiomas –le dijo Karina a Tom— algunos de estos idiomas ya no se hablan desde hace miles de años; sumerio, arameo, egipcio...
—Ninguno de los cuales –dije sonriente— suele serme útil en las entrevistas de trabajo...
La velada discurrió como era usual; Karina compartía con sus amigos y me lanzaba miradas enfadadas cuando sacaba mi libro de “Etnias Pigmeas del África Subsahariana” para intentar distraerme. Sin embargo, la conversación con Tom fue bastante agradable, ya que el robusto germano se mostró como un hombre culto y estudiado, que parecía demostrar un genuino interés por la antropología.
—Siempre he pensado –decía entre el barullo de la discoteca— que el tronco étnico de los ugrofineses y uraloaltaicos no está tan alejado de las etnias indoeuropeas como se ha hecho pensar.
—Suficiente conversación sobre los “uraloquesean”, vamos a bailar... –dijo Karina y se llevó a Tom a la pista de baile.
Suspiré aburrida, así que decidí ir a caminar lejos del mundanal escándalo.
Eran como las tres de la madrugada, así que deambulé por entre las áreas enzacatadas que franquean la vieja línea del tren que atraviesa la Calle de la Amargura, observando la luna llena y las estrellas. Había pocos transeúntes por esa área.
Abrigada por mi gabardina negra, me senté en una de las ruinas pedregosas cuyos esquicios se sitúan aledaños a la línea férrea a contemplar sencillamente el ambiente nocturno.
Entonces observé a una presencia bastante extraña e inusual. Se trataba de un sujeto con el rostro maquillado de arlequín; una capa muy blanca de pintura sobre su piel, con los labios muy negros y con los ojos cruzados verticalmente por una línea negra. Una lágrima del mismo color se situaba en su mejilla derecha. El cabello era de tono púrpura, relamido hacia atrás y largo, sostenido en cola. Vestía una gabardina de color púrpura oscuro, hecha de terciopelo, con las mangas de buñuelos y abotonada en el vientre. Una camisa de seda roja, con una corbata de lazo negra. Utilizaba guantes blancos y zapatos negros más largos de lo normal, con pantalones bombachos.
—Hola –dijo haciendo una reverencia.
—¿Quién es usted? –pregunté extrañada— ¿Algún actor? ¿O un simple experimento publicitario?
—Me llamo Pagliacci, dulce musa, un trovador solitario, extraído del pasado remoto. Atraído por el brillo extraordinario que en ti noto.
—¡Vaya! ¡Que bonito!
Súbitamente, me invadió una sensación turbadora, que me retuvo embobada ante los acercamientos del extraño personaje. Prisionera de mi misma, incapaz de controlarme, cedí ante las caricias que el payaso hacía en mi piel y mi rostro. Y consentí sus besos licorosos en mi boca y mis mejillas.
Es hasta cuando siento el agudo dolor de dos agujas cortándome la piel del cuello y el sentimiento de succión que se hace de mi sangre, que reacciono.
—¡UN VAMPIRO! –grité reconociendo la naturaleza obscena del demonio arlequinado.
Para cuando mi mente recobró su control, noté que estaba con todo mi cuerpo recostado sobre la hierba húmeda de esa noche, detrás de un apropiado escondrijo cercano a la Calle de la Amargura, con el cuerpo del vampiro sobre el mío, succionándome la sangre.
—¡Basta! –grité— ¡Déjeme, maldito!
—En estos momentos en que expira tu existencia –dijo Pagliacci mostrando sus colmillos y su boca manchada de sangre, así como sus ojos enrojecidos— trata de no oponer resistencia. Recibe con paz el oscuro abrazo de la muerte, y deja que disfrute de mi suerte.
—Déjala, Pagliacci... –dijo una voz melodiosa y varonil que me pareció muy familiar. –A ella no la toques.
A regañadientes, Pagliacci se separó de mí. Observé al autor de la orden, pero se encontraba escondido entre las sombras lejanas. Sin embargo, su silueta mostraba un cabello largo y un gabán por vestimenta. La siniestra figura desapareció en las sombras tan súbitamente como lo hizo Pagliacci.
Cubriéndome el cuello con mi pañuelo blanco para retener el sangrado, corrí hacia el bar donde dejé a mi prima Karina.
—¡Helen! –preguntó Tom alarmado al verme herida, acompañado de la mirada asombrada de los amigos de mi prima. —¿Qué te ocurrió? ¿Necesitas un doctor?
—¿Dónde está Karina? –alcancé a decir.
—Fue al baño hace... hace bastante rato...
—¿Mucho? ¿Cuánto?
—Ya lleva como 30 minutos... es extraño...
Corrí hasta el baño de mujeres donde el ruido de la música era un leve zumbido. En uno de los habitáculos de inodoros, se escuchaban entrelazados, los gemidos orgásmicos de dos mujeres.
—Yo no las interrumpiría si fuera vos –dijo una de las clientas del bar que se maquillaba frente al espejo cuando me observó de pie al frente de la puerta.
Abrí la puerta y me encontré a mi prima Karina, cuyo cuello estaba siendo mordido por una mujer vampiro que aparentaba tener 20 años. De cabellos largos y lacios, vestía de negro, largas enaguas y una blusa sin mangas de tela tejida, como si se tratara de una cantante alternativa.
La vampira giró su cabeza para observarme, sus ojos eran rojos y su boca con colmillos chorreaba goterones de sangre.
—Deja a mi prima en paz –ordené.
—Fue un placer –dijo la vampira despidiéndose de mi prima y acariciándole la mejilla derecha. –Espero lo hayas disfrutado tanto como yo.
La mujer se lavó la sangre de la boca y salió del lugar. Atendí a Karina quien yacía casi desmayada por la pérdida de sangre sobre la tasa del inodoro. Así que llamé a una ambulancia por celular.
II—Tenemos reportes de ataques de vampiros en la Calle de la Amargura todo el tiempo –me dijo Samael Valenzuela. –Es muy usual. Es uno de sus lugares favoritos. Incluso hay un bar que es administrado por vampiros.Samael me hablaba en el Hospital Calderón, donde Karina y yo fuimos llevadas. Yo me encontraba mejor, y bastó con una sutura rápida y una gasa sobre mi cuello. Karina, sin embargo, había perdido mucha sangre y estaban aplicándole transfusiones mientras reposaba bajo observación en una camilla.—¿Por qué el gobierno no hace nada?—Hacemos lo que podemos. Pero los agentes policiales expertos en lo paranormal somos pocos y muy secretos.—No sabía que había vampiros en este país. ¿Qué sabe de ellos, don Samael?—Soy un cazador de vampiros experto, entrenado en Europa,
IV Algunas noches después, me interné en el bar de la Calle de la Amargura, que es conocido por ser un nido de vampiros.Caminé en medio de las brumas provocadas artificialmente por la máquina de hacer niebla, entre los muchos danzantes que se movían extasiados al ritmo de la música electrónica, iluminados por luces fosforescentes de discoteca.Para la ocasión me había vestido totalmente de negro, con chaqueta y una falda larga. Me recosté en una de las columnas del lugar en la espera de su llegada.Casi pude sentir su presencia a una gran distancia. Escuchando sus pasos cadentes y su mirada clavada sobre mí. Conforme la bestia se aproximaba más y más, pude sentirlo en mi piel erizada, y en mi corazón palpitante. Cerré los ojos...—Sabía que algún día volverías a mí, mi amad
No recuerdo bien los eventos durante aquella tarde en que ataqué Samael en mi departamento y le consumí la sangre clavándole mis colmillos en el cuello. Pero si sé, que poco después arribó Draken.—Bien hecho... Helen, muy bien hecho. Te felicito. –Dijo jactancioso. Se disponía a finiquitar a Wang consumiéndole cada gota de sangre, cuando una ballesta encendida lanzada por uno de mis cazadores guardaespaldas, casi lo hiere, huimos a toda prisa.Aunque nos perseguían en vehículos negros, Draken contaba con una fuerza sobrehumana propia de su identidad vampírica, por lo cual, mientras corría a una velocidad asombrosa, me cargaba sobre su espalda, bien aferrada a sus hombros. Así, con el tiempo, fuimos capaces de burlar a los cazadores.En la noche, llegamos al aeropuerto donde esperaba el jet privado. Allí estaban ya Fray Abraham, T
—Tiene una llamada, señora Helen –me dijo un sujeto de cabello grasoso y rostro esquelético. Un esbirro humano de los vampiros que me llevó un teléfono inalámbrico a mi habitación, algunas horas después, cuando Draken no estaba.—¿Aló? –dije extrañada.—Hola Helen. Soy Samael.—¿Cómo me localizó?—Estoy en Rumania, querida. Sobreviví a tu ataque.—¡Déjeme en paz! –dije avergonzada.—¿Sabes que causa el vampirismo?—No.–A finales del siglo XIX, se descubrió en Chile al primer vampiro estudiado por la ciencia formal, que fue enviado a un zoológico en Santiago. Es en este sujeto que los médicos descubren el Virus V5, que se supone, causa la enfermedad conocida como vamp
En un antiguo castillo rumano, enclavado en lo profundo de la escarpada montaña, y donde era muy difícil llegar sin ayuda de vehículos doble tracción, se situaba la sede de la Asamblea. Caminé al lado de Draken entre los oscuros pasillos iluminados solo por candelabros y antorchas. Había cientos de vampiros de todos los tamaños y formas. Algunos eran nosferatus horribles y deformados, otros eran galanes de gran atractivo. La casi totalidad de la mujeres eran siempre hermosas y sexualmente provocativas, al punto de preguntarme el porqué no había vampiras feas.En medio de extensos salones donde se realizaban horripilantes festines de sangre, y donde decenas de inocentes personas, hombres y mujeres, eran torturados y se les extraía la sangre en medio de agasajo social, se vislumbraba una enorme puerta que daba entrada a una cámara.La Asamblea dio comienzo una vez terminado el
—Eres tan hermosa... me recuerdas tanto a mi amada Mina... –decía la voz de Drácula conforme me besaba.Al terminar la Asamblea de la Nación Wamphiri, se realizó una especie de banquete sangriento en los aposentos continuos, con música e incluso una exposición de arte presentada por Varnay que pintaba con sangre y realizaba esculturas abstractas con cuerpos humanos mutilados. Había una amplia cantidad de esbirros (humanos grotescos servidores de los vampiros), que ejercían como saloneros y verdugos.Pasé la mayor parte de la velada al lado de Draken, hasta que éste me dejó unos instantes para atender unos asuntos con su clan. Es entonces cuando Drácula, con su mágica seducción, se me aproximó y me pidió que conversáramos fuera. Salimos a uno de los balcones, donde gradualmente caí en las intrincadas redes de hipn&oa
Lalik, IrakTres días después.El Sigurat de Baal era un antiguo templo babilónico reducido a ruinas, donde según la leyenda, alguna vez se había erigido la famosa Torre de Babel. Ésta torre fue creada por el vampiro Nimrod, entonces rey de Babilonia, para fungir como una gigantesca antena parabólica que diera poder a la diabólica Puerta que traería de regreso a Lilith. Los eventos bíblicos narrados sólo cuentan parte de la historia, pues la confusión de las lenguas y la caída de la Torre fue resultado de la lucha por impedir el regreso de la oscura reina.Los vampiros habían sustituido el poder parabólico de la enorme torre por potentes radares electromagnéticos.Era bajo tierra, en unas horribles y oscuras catacumbas, donde se ubicaba la horrenda Puerta del Abismo Infinito. La puerta era una edificación con forma
Tus muertos vivirán; sus cadáveres resucitarán. ¡Despertad y cantad, moradores del polvo! porque tu rocío es cual rocío de hortalizas, y la tierra dará sus muertos.Isaías 26:19Rumania, 1938.En una fría noche, ventiscas heladas descendían de entre las pedregosas laderas de los Cárpatos rumanos, produciendo un sonido análogo a quejidos de ultratumba. Estas borrascas frívolas empujaban una espesa y blanca niebla que comenzaba a cubrir las inmediaciones del campamento gitano asentado entre un claro de los tenebrosos bosques que caracterizaban esas atávicas tierras dacias.Una serie de siete vagones colocados en forma de media luna, con coloridos dibujos y banderines, conformaban el núcleo de un clan romaní conocido como el Clan Vilani.En el interior d