Saludos y gracias por leer el segundo volumen de esta serie.
¿Qué me pasa? Me prometí a mí mismo que mi regreso sería como un reseteo para mi vida y el inicio de una nueva. Un punto de partida para lo que será mi futuro de ahora en adelante. Sin embargo, ahora me doy cuenta de que no estoy listo para dejar ir a Giselle. Me detengo al pie de las escaleras, cierro los ojos e inhalo profundo. ¿Qué estoy haciendo? Maura no es culpable de nada de lo que sucedió. Estoy siendo injusto con ella. Me tomo algunos segundos para recuperar el control de mis emociones. No puedo ser tan irracional. Me doy la vuelta y camino de regreso, con el arrepentimiento dibujado en mi rostro. ―¿Qué te parece si llegamos a un acuerdo? Le sugiero con el objetivo de zanjar este tema de conversación. Ella me observa durante un rato y asiente en cuerdo. ―¿Qué propones, Sergio? Suelto el aire que he estado conteniendo dentro de mis pulmones. ―Tiempo ―una palabra tan sencilla como eso lo puede significar todo―. Necesito tiempo para asimilar la realidad que me toca vivir a
Esta vez y, no lo digo literalmente, hemos descendido al centro del inframundo. El hedor a mugre, moho y podredumbre perfora mis fosas nasales y me provoca náuseas. Me detengo a mitad de la escalera, asqueada por el repugnante olor. No puedo con esto. ―Voy a vomitar. Les informo al elevar la mano y apretarme la nariz con los dedos. Tengo el estómago revuelto. Si no salgo de aquí cuanto antes, voy a vomitar lo poco que encima de todos. ―Toma ―giro la cara y fijo la mirada en el rostro del demonio de ojos grises que me observa con curiosidad―. Esto te va a servir. Tomo el pañuelo de tela que me ofrece y cubro mi nariz. El olor a perfume costoso espanta el mal olor que se esparce en el ambiente de este mausoleo. El vómito se detiene a mitad de mi garganta y evita uno de los mayores desastres de mi vida y el más bochornoso. ―Te evitarías muchos problemas si me dejas ir ―le sugiero, mientras inhalo el aroma a hombre varonil y salvaje que emana de su pañuelo―. Solo soy un estorbo para t
Al abrir los ojos me doy cuenta de que ya no estamos en los calabozos. Me yergo rápidamente y examino el lugar en el que estoy. ¿Cómo llegué aquí? Lo último que recuerdo es… ―¿Por qué no dijiste nada sobre tu embarazo? Pego un respingo y dejo escapar un jadeo al ser sorprendida por aquella voz. Ese tono grave y poderoso es inconfundible. Giro la cara y dirijo la mirada hacia el sitio en el que se encuentra, pero la poca iluminación que hay en la habitación, apenas me permite ver su silueta. Sin embargo, el encendido de un fósforo me permite ubicarlo. Un denso escalofrío recorre mi espalda al ver aquellos ojos grises desprovistos de emociones. Su mirada es fría, perturbadora y peligrosa. Ahora entiendo el porqué de tantas historias aterradoras contadas en su nombre. ―¿Quién te lo dijo? Saco las piernas del sillón y me siento al borde. ―Acabas de confirmármelo. Cierro los ojos e inhalo profundo. Soy una tonta, acabo de car en su trampa. Este hombre es muy hábil. De ahora en adel
No puedo dejar de pensar en ella, por más que intento olvidar lo que sucedió entre nosotros, los recuerdos parecen aferrarse como un par de garras filosas y multiplicarse dentro de mi memoria. Incluso, puedo percibir su olor en todo mi cuerpo y, escuchar como si se tratara de una grabación, cada uno de los gemidos que salieron de su dulce boca, mientras me hundía en su interior y la devoraba con ferocidad y ansias locas. ¿Por qué no puedo sacarla de mi cabeza? ―¿Dónde estás, Cynthia? ¿Por qué huiste de mí de esa manera? Quizás esa no sea la pregunta correcta, sino, ¿de qué o de quién huyes? Bufo, resignado. Lanzo el bolígrafo sobre el escritorio y apago el ordenador. No he podido concentrarme en mi trabajo. Mi regreso a mi antigua vida está siendo más complicado de lo que esperaba. Abandono mi distracción al escuchar el timbre de mi teléfono. Observo la pantalla y sonrío al ver reflejado en ella el nombre de mi mejor amiga. ―Maura. Reclino la espalda en mi silla y espero a que re
La sangre se calienta a altas temperaturas dentro de mis venas. Podrá ser un maldito Capo de la mafia y el más sanguinario de todos, pero no tiene derecho a decidir qué hacer con mi vida. ―¡¿Darte?! ―respondo con indignación―. Para ser el cabecilla principal de una organización de delincuentes, ¡eres bastante estúpido! ―pierdo la facultad de razonamiento―. ¡No eres Dios! ―le grito iracunda―. No puedes pretender decidir sobre la vida de los demás, como si se tratara de arrancarle las hojas a una margarita ―siseo entre dientes―. ¿A dónde fue a para la humanidad de la gente? ¿En qué clase de seres humanos nos hemos convertido? Camino de un lado al otro de la habitación, llena de frustración. ―¿Te das cuenta de con quién estás hablando? Menudo cabrón. ¡Esto es el colmo! Me doy la vuelta y me acerco a él para mirarlo a la cara. Ningún maldito Capo de pacotilla va a venir a ordenarme lo que debo decir o no. ―¡¿Con el imbécil más grande de este planeta?! Me mantengo en mis trece. Estoy
Son cerca de las cuatro de la madrugada y, a esta hora, no he logrado pegar ni un maldito ojo. Me paso las manos por la cara, debido a la gran tensión que me embarga desde que supe que mi semen había sido robado del centro de fertilidad y usado para inseminar a otra mujer que no era la mía. ¡Maldita sea! Frustrado y lleno de coraje, saco las piernas de la cama y me siento al borde del colchón. Apoyo los codos sobre mis rodillas y dejo caer el peso de mi cabeza en las palmas de mis manos. Mi cabeza no ha parado de darle vuelta a asunto desde que me enteré de todo. ―¡Joder! ¿Qué voy a hacer si descubro que hay una mujer embarazada de mi hijo? Peor aún, ¿qué pasará si descubro que está casada y que ese niño ya es una realidad, tiene vida y unos padres que lo aman? Sacudo mi cabello con desesperación. La situación es más que compleja y complicada de lo que esperaba, sobre todo, porque hay una víctima inocente de por medio que será el más afectado y que nada tiene que ver con las equivo
Le tiendo mi mano y una sonrisa amigable. ―Ven conmigo, Abigaíl, tengo muchas cosas que contarte. Ella la toma con toda confianza. Me sorprende notar que el tacto ya no provoca el mismo efecto que antes. Lo que sentí aquella vez por ella, ya no existe. Quiero a Abigaíl, pero de la forma en que lo haces por una buena amiga. Sin embargo, con Cynthia… Hago desaparecer el pensamiento tan pronto como este surge. Entramos a mi despacho y la convido a sentarse en uno de los sillones individuales. La imito, ocupando el más próximo a ella. ―Fui a buscarte después de lo que sucedió con el hombre que se hizo llamar mi padre ―comenta con amargura―. Lamento haberte involucrado ―niega con la cabeza―. Sabía que era peligroso, pero nunca imaginé que se atreviera a tanto. Extiendo uno de mis brazos y apoyo la mano sobre una de las suyas. ―No tienes que disculparte por los errores cometidos por otro ―le doy un apretoncito cariñoso en la mano―. Además, ese hombre ya ha comenzado a pagar por sus pec
Las piernas me tiemblan y siento que mis rodillas traquetean la una contra la otra, sin embargo, pongo todo mi esfuerzo para verme valiente y osada. Mi vida y la de mi bebé dependen de ello, así que haré lo que sea para librarme de esta y alejarme de estos asesinos. ―Eres una mujer valiente, decidida e inteligente, Cynthia ―indica, risueño, mostrando esa dentadura perfecta y blanca que parece irradiar destellos de luz―. Lástima que eso no te sirva para nada. Me desinflo como el globo que es pinchado con una aguja, sin embargo, no pienso rendirme. ―¡Es injusto! ―grito alterada―. No puedes culparme ni condenarme por lo que otros hicieron ―los latidos de mi corazón se desatan desbocados―. Mi única culpa fue la de abrir mi bocota con quien no debía ―me justifico―. ¿Cómo iba a saber que eras el maldito capo de una organización criminal? Cuelga el teléfono y se aproxima a mí. Mi desconfianza en él me obliga a retroceder. ―La vida siempre ha sido injusta ―encoge sus hombros como si inten