MaxEntré en la cocina por rutina. Un espacio amplio y cálido. Magda estaba en la encimera, cortando fruta como de costumbre. Ya era parte del paisaje.Pero lo que no era parte del paisaje… lo que me sacudió el pecho… fue verla a ella después de tantos días encerrada.Paulina.De pie.Fuera de su habitación.Con el cabello trenzado sobre los hombros y un suéter que le quedaba un poco grande. Pero estaba de pie... Fuera de su habitación. Se movía por la cocina como si estuviera… buscando su lugar.El aire me cambió en los pulmones.Casi sonreí.Casi.No supe qué hacer o decir.¿Debía saludarla?¿Fingir que nada pasaba?¿Decirle que me alegraba de verla así?¿O simplemente hacerme el indiferente y seguir caminando?Opté por quedarme quieto. Siempre fue más fácil no moverme que arriesgarme a arruinar algo.Entonces, cuando notó mi presencia, la vi tensarse... pero enseguida tomó una taza, sirvió café… y caminó hacia mí.Tuve que apretar el mentón para no traicionarme con una sonrisa.Me
PaulinaEstaba sentada en mi lugar favorito de la habitación, ese que da justo a la ventana. Amaba la vista. El patio estaba muy bien cuidado. El verde del césped y las flores parecían brillar bajo la luz del sol. Tenía las piernas cruzadas y una manta sobre los hombros. "Hubiera traído una taza de té..." pensé arrepentida de haber salido corriendo de la cocina."Deberías haberte quedado... La comida se veía deliciosa... Y ni que hablar nuestro anfitrión..." Y ahí estaba otra vez mi conciencia. Hacia apenas unos días había vuelto a hablarme... Y aunque era un poco dura y pervertida... la extrañaba.Estaba tranquila. Ya no me sobresaltaba cada crujido de la casa. Bueno… casi.Tres golpes suaves sonaron en la puerta.Me puse tensa. El corazón se me apretó como un puño cerrado."Calma Popi..." —¿Paulina? —dijo una voz grave, pero tranquila—. Soy Max. ¿Puedo pasar?Respiré. Al menos no era un extraño. Y había preguntado antes de entrar. Me pareció un gesto pequeño, pero... me dolió e
MaxCerré la puerta despacio, con miedo de destruir la ilusión de lo que acababa de pasar.Apoyé la espalda contra la madera unos segundos. Respiré hondo. Me pasé una mano por la nuca y me di cuenta de que estaba transpirando."Dioses… me habló."Me pidió algo. A mí.Era solo un favor, nada más. Pero para mí… fue como si me hubiera dado las llaves de una parte de su mundo. Y eso… eso me descolocó.No sabía qué hacer con eso.Bajé las escaleras más lento de lo usual. Los pies pesados, la mente todavía colgada en esa habitación. Esa voz suave. Esa mirada que, por primera vez, no estaba llena de miedo. No del todo.Entré a mi oficina y cerré la puerta con llave. Me dejé caer en la silla frente al escritorio, abrí la computadora y la pantalla se encendió con mi sistema.Tecleé su nombre. No sé porque no lo hice antes...Paulina Salazar.La barra de búsqueda cargó con eficiencia. En segundos, apareció todo.Artículos de revistas. Portafolios digitales. Fotografías en eventos de moda. Entr
Paulina Golpearon la puerta. Una, dos veces. Luego la voz de Max, bajita y paciente.—Soy yo… ¿Puedo pasar?Me acomodé en el sillón donde había pasado las últimas horas. Me limpié rápido los dedos manchados de lápiz. Aún tenía el cuaderno abierto sobre las piernas, con líneas que no sabía si eran bocetos o cicatrices de heridas que tenía que sanar...—Sí —respondí con suavidad.La puerta se abrió despacio, y por un instante, pensé que venía con algo serio. Un problema, una noticia… Pero no. Entró como una especie de Santa Claus ejecutivo.Cargado hasta los dientes.Tenía una laptop bajo el brazo, una bolsa con revistas que sobresalían por los bordes, y… ¿era eso una caja de teléfono?Me puse de pie, un poco desconcertada.—Eh… esto es para ti —dijo, dejando primero la laptop sobre el escritorio—. Ya tiene tus portafolios. Pude recuperar casi todo.Casi todo.Esas dos palabras me estrujaron un poco el pecho.—Y esto —continuó, dejando la bolsa con revistas sobre la mesa auxiliar—. No
MaxNo sabía qué hacer con ella.Estaba de pie, en medio de la habitación, mirándola. Mi pequeña Motita. Porque eso era para mí; frágil, pequeña, suave... casi etérea. Pero a pesar de eso resistía, se ponía de pie y flotaba... Estaba presente... Hasta ahora...Ella no paraba de gritar, llorar y temblar frente a la ventana. El aire era lo único que le quedaba... La única razón por la que seguía de pie. Y aún así, parecía que ni eso podía tolerarlo.Me acerqué un paso. Solo uno.Quería abrazarla. Decirle algo. Lo que fuera.Pero tenía miedo de romperla más.Tomé el teléfono con la mano temblorosa y marqué a Sofía.—Trae a Magda y vengan ya mismo a la habitación de Paulina —le dije, sin saludar—. No pregunten. Solo vengan.Colgué antes de que respondiera.Me pasé las manos por la cara, apretando fuerte los ojos. Necesitaba que alguien estuviera con ella. Alguien que pudiera tocarla sin que se encogiera. Una persona que ella no viera como una amenaza.Cuando escuché los pasos apresurad
PierreEstaba sentado en mi oficina, con las luces bajas y una copa de mi brandy favorito en la mano. Estaba esperando a mi chica de turno, esas que contrataba por un rato, para satisfacer mis más oscuras fantasias. Pero por alguna razón ese día todo me molestaba.No dejaba de mirar el celular. Ningún mensaje. Ninguna novedad. Y eso me ponía los nervios de punta.Paulina había desaparecido hacía días y ni uno solo de mis hombres había podido encontrarla. Desde que me la arrebataron, algo en mi interior no dejaba de hervir. No por ella, claro. Sino por la pérdida. Por la falta de control. Por la vergüenza.Y por esa maldita sensación de que alguien estaba jugando mejor que yo.Aníbal estaba muerto. Y si bien era lo de menos, me molestaba que lo hice por puro impulso. Me dejé llenar la cabeza por mi rubia hermosa. Sé que ella no tiene la culpa. Ella solo deseaba que yo mantuviera el control de la situación, pero... si hubiera visto la escena completa, me habría aprovechado de ese
PaulinaHacía mucho tiempo que no me despertaba en este estado: con los ojos hinchados y la garganta ardiendo. La poca luz que entraba por la ventana era suave, de esas mañanas grises que no sabes si son consuelo o castigo. Me quedé un buen rato mirando un punto fijo, sin moverme, escuchando mi propia respiración.No tenía energía.Ni siquiera para levantarme.Ni siquiera para seguir.Habían sido muchas muertes ya: mi bebé... Aníbal y ahora... mi abuela. Y no era solo dolor por su ausencia. Era por todo lo que significaba no haber estado. Todas esas vidas arrebatadas en un segundo. No pude abrazarlos. No pude despedirme. No podía salir de esta casa para ver por última vez a mi abu... si lo hacía, me ponía en peligro otra vez. A mí. Y a los que me estaban cuidando.Y con ella, Pierre había logrado eso: que incluso decir adiós a alguien que amaba se convirtiera en una amenaza.No sé cuánto tiempo estuve así, mirando la nada, hasta que el recuerdo de la noche anterior me volvió a la
PaulinaNunca me había sentido tan bonita y tan vacía al mismo tiempo. El vestido me quedaba perfecto, eso sí. Blanco, suave, de encaje fino… Pero por dentro... estaba muerta.Estaba en la sacristía, justo al lado del altar, y aunque sabía que la iglesia estaba llena, me sentía sola. —Popi... —la voz de mi abuela me sacó del trance.Me giré rápido. La vi en su silla de ruedas. Tenía esa mirada que siempre me daba fuerzas... aunque hoy no era suficiente.—Vuelvo en unos minutos...La enfermera la dejó un momento para darnos privacidad.Me agaché a su lado, y ella me tomó las manos entre las suyas. Miré nuestras manos unidas... Las de ella tan delgadas, arrugadas, pero seguían teniendo esa fortaleza que conocía desde niña.—Popi, hijita... todavía puedes irte. Podemos salir por atrás. Tengo el auto esperándonos, solo tenemos que decir que fue un mareo, que te sentiste mal... —susurró, casi sin aire.Sentí un golpe en el pecho. Por un segundo, me vi corriendo con ella, escapando, co