Greta subió a la sala de terapia intensiva con una actitud decidida, dispuesta a evitar a toda costa que Armando pudiera decirle algo a Luis Fernando. Al llegar, una de las enfermeras de guardia la detuvo. —Señora, disculpe, pero no puede entrar. Esta es un área restringida. Greta, intentando disimular, hizo creer que era un descuido suyo, que no sabía que estaba prohibido. —Ay, perdón, pensé que podía pasar a ver a mi marido. Es que no sé mucho de estas cosas, estoy muy preocupada y quería verlo. Dijo esto entre unas cuantas lágrimas fingidas que le salieron con una facilidad que ni la mejor actriz podría haber logrado. La enfermera, conmovida por su aparente angustia, dudó un momento, pero la política del hospital era clara. —Lo siento, señora. Debe quedarse en la sala de espera. El doctor prohibió estrictamente las visitas al paciente después de la crisis que sufrió. Greta, sintiendo que su plan podría desmoronarse, sonrió con tristeza y asintió, aunque su mente
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