Dorian avanzó con calma, pero Somali no bajó la jeringa. Su pulso se aceleró, pero su agarre seguía firme, lista para clavársela en cuanto estuviera lo suficientemente cerca. Y lo hizo.En cuanto Dorian estuvo frente a ella, Somali enterró la jeringa en su pecho con la mayor fuerza que su debilitado cuerpo le permitió. Sin embargo, la reacción que obtuvo no fue la que esperaba. Dorian ni siquiera frunció el ceño. No hubo una mueca de dolor, ni un quejido, ni un reflejo instintivo de rechazo. De todas las torturas, mutilaciones, desmembramientos y granadas explosivas que había sufrido, una jeringa en el corazón no era nada para él, así que simplemente la miró, como si aquel acto de agresión fuera tan insignificante como una leve brisa golpeando su piel.Entonces, con lentitud y una serenidad escalofriante, Dorian cerró sus dedos alrededor de la mano de Somali, la misma que todavía sostenía la jeringa clavada en su cuerpo. Su toque no fue brusco, ni violento, pero había una firmeza inqu
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