25. Eres mía… Serás mía. Me perteneces.
La cena transcurrió en un silencio tenso, interrumpido solo por el suave tintineo de los cubiertos y el crujir de la madera bajo el peso de la comida. Isolde observaba con atención cada movimiento de Damian, tratando de mantener una expresión neutral. Su estómago, sin embargo, no dejaba de revolverse. Había algo en la manera en que él la miraba, algo que le erizaba la piel.Damian se mantenía en su puesto, aparentemente calmado, aunque sus ojos nunca dejaban de vigilarla. Isolde sabía que estaba esperando el momento adecuado para hablar y no podía evitar preguntarse qué quería de ella, qué planes tenía. La duda la estaba consumiendo viva, pero también algo más. Algo peligroso.El plato principal llegó a la mesa, y el servidor se retiró en silencio, consciente de que nada debía interrumpir aquel momento.Damian, sin apartar la vista de Isolde, partió un trozo de carne, lo miró un instante y luego dejó el tenedor a un lado frustrado.—No quiero que vuelvas a escapar.— aseguró atreviéndo
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