67. EL PESO DE LA CULPA
El peso de su responsabilidad, de sus errores, de cada momento desperdiciado comenzó a aplastarlo. La rabia hacia sí mismo crecía como una bestia incontrolable en su interior, alimentada por siglos de remordimiento contenido… De repente, el Alfa se levantó de un salto, irguiéndose en toda su imponente estatura bajo el cielo nocturno. Su presencia se alzó majestuosa en la Colina de la Luna, donde la luz plateada del astro nocturno bañaba su figura con un resplandor sobrenatural. Sus ojos dorados brillaban con intensidad, contrastando con la penumbra de la noche. Amet, sin titubear un instante, se puso también de pie. La brisa nocturna agitaba sus ropas mientras enfrentaba la majestuosa presencia de su Alfa en aquel lugar sagrado para la manada. En sus venas corría la misma sangre sagrada, aunque en menor medida, y su propia aura, más sutil pero igualmente poderosa, se manifestó
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