La sala estaba envuelta en una quietud tensa, el aire pesado entre Alanna y Leonardo. Ella, recostada en el sillón, aún con el rostro pálido por el dolor que sentía en su pierna, trataba de mantenerse tranquila mientras Leonardo, con una paciencia inquebrantable, le ayudaba a aliviar el malestar. La frialdad que Leonardo siempre transmitía parecía haber sido la única constante en su vida, pero hoy algo en su mirada mostraba una pequeña fisura, una humanidad que Alanna aún no sabía cómo interpretar.De repente, la puerta se abrió de golpe, rompiendo el silencio de la habitación. Esteban entró con paso firme, su rostro marcado por la furia que había estado acumulando desde el momento en que había llegado a la fiesta. Su mirada se fijó en Leonardo primero, luego en Alanna, y, antes de que alguien pudiera reaccionar, su voz llena de resentimiento y celos llenó el aire.—¿Qué estás haciendo aquí, Leonardo? —dijo Esteban, caminando hacia ellos con pasos pesados, claramente irritable—. ¿Ahor
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