El aire en mi habitación era más espeso que nunca. Como si cada molécula supiera lo que estaba a punto de ocurrir. El silencio pesaba. La tensión, incluso antes de que entraran, ya me tenía el estómago revuelto.Mi abogado, Gustavo Molina, estaba junto a mí, de pie, con sus papeles organizados, el rostro severo pero sereno. Yo estaba en mi silla, con las manos apoyadas sobre los reposabrazos, las piernas inmóviles, pero el corazón latiendo como si fuera a salir disparado.La puerta se abrió puntual, a las diez en punto. Mi madre fue la primera en entrar, impecable, el perfume caro impregnando el aire. Luego mi padre, serio, frío como siempre. Cerraron la puerta con cuidado, como si esto fuera una escena demasiado delicada para permitir testigos.—Fernando —dijo mi madre en tono formal, tomando asiento—. ¿Por qué nos citaste?Gustavo carraspeó, tomando la palabra.—Gracias por venir. El señor Casteli ha solicitado esta reunión para comunicarles una decisión definitiva respecto a su sit
Leer más