La voz del hombre era grave y profunda, como el sonido de un instrumento de cuerdas, con un toque delicado. Con cada pregunta, parecía acercarse más a ella. Cuando habló del beso, sus labios ya estaban cerca de su oído, y su voz, con un tono seductor, pronunció su nombre con una ternura que resultaba irresistible. Clarissa se despertó de golpe, sentándose en la cama. Su cara ardía, sus oídos estaban calientes y su cuerpo se sentía débil. No le sorprendía la idea de que, si intentaba pararse, probablemente se caería al instante. —¿Me estoy volviendo loca…? ¿Por qué había tenido un sueño así por unas simples palabras? Avergonzada, mordió el cojín entre sus manos, golpeándola un par de veces con su cabeza. A su lado, Vittoria, medio dormida, se frotó los ojos con pereza. Los movimientos de Clarissa la habían despertado, y con voz medio dormida, murmuró: —Clarissa, no importa cuántas veces lo intentes, golpear la almohada no te va a hacer ningún cariñito. Clarissa se puso a
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