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Todos os capítulos do Danza con el Diablo: Capítulo 11 - Capítulo 20
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En la mente del cazador
Si bien la tranquilidad que le caracteriza es un sello de su personalidad gélida, cada paso que da al abandonar el night club refleja una seguridad implacable, una cadencia medida con la exactitud de un depredador que nunca pierde el control. Su andar es pausado, firme, como si el mundo mismo se doblegara ante su voluntad, y sin embargo, algo en su interior amenaza con romper esa quietud calculada. Sin embargo, bajo la superficie de su compostura, algo arde en su interior. No es la muerte que acaba de otorgar sin remordimiento; eso es insignificante para él, un acto mecánico, una acción sin peso moral. Ha visto la vida extinguirse en demasiadas ocasiones como para que una más le provoque una agitación tan visceral. No, lo que lo altera, lo que le revuelve las entrañas con una intensidad desconocida, es ella. Alina.El recuerdo de su expresión aterrada se le clava en la mente como un anzuelo en carne viva. Su piel pálida, el temblor en sus labios, la vulnerabilidad en sus ojos. Todo en
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El beso del depredador
Las luces del centro comercial parpadeaban con su acostumbrado fulgor artificial, inundando los pasillos de un resplandor dorado a medida que el sol comenzaba a ocultarse. La gente caminaba sin prisa, sumergida en la rutina de sus compras y conversaciones intrascendentes, sin notar la sombra de la muerte deslizándose entre ellos con la precisión de un depredador calculador.Como una representación del caos acechando desde las sombras, Viktor avanzaba con la cadencia implacable de quien posee el control absoluto de cada movimiento, de cada respiración. El centro comercial, iluminado con luces cálidas y murmullos de conversaciones triviales, se convertía en el escenario perfecto para la ejecución de su plan. Nadie sospechaba que, entre los clientes absortos en sus compras y el bullicio del lugar, se movía un depredador que estaba a punto de desatar el infierno.Su objetivo estaba a solo unos metros: un empresario de renombre, envuelto en negocios turbios que habían sellado su destino sin
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Moldear la obediencia
El sabor de sus labios aún arde no solo en el cuerpo sino también en la memoria de Viktor, como una afrenta, una debilidad imperdonable que no puede permitirse, que se niega a darle cabida en su vida. Se siente amenazado, Alina Montenegro, con su dulzura inocente y su fuego latente, está logrando traspasar las barreras de su control por un fugaz instante, y eso lo enfurece. No es un hombre que se permita flaquezas, y menos por una chica que apenas entiende el mundo en el que comenzó a moverse. Para él, Alina es inexperta, una recién nacida en un universo donde la oscuridad impera en cada rincón. Ella jamás comprendería la magnitud de las sombras que la rodean ahora, ni la profundidad del abismo en el que ha caído.Se contempla en el espejo del retrovisor de su auto, su mirada afilada refleja el desprecio que siente por sí mismo. Sus puños se cierran sobre el volante, con los nudillos blancos por la presión. Se odia por haber permitido que un instante de debilidad lo doblegara, por hab
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Obsesión silenciosa
Cerca de la media noche se apareció en el moht club, no podía faltar. Llegó justo a tiempo para verla. Como el propio cazador de talentos observa con detenimiento cómo ella sale al escenario, cómo su postura se tensaba levemente al notar su mirada clavada en ella. Sonrió con arrogancia cuando sus ojos se cruzaron por una fracción de segundo antes de que ella los apartara con prisa. Sí, lo siente. Su presencia la inquieta.El juego había comenzado.Las notas sensuales de la música envolvían la atmósfera del club, pero para él solo existía Alina. Ella bailaba, con su gracia etérea, pero sus movimientos tenían un matiz distinto aquella noche. Más rígidos, menos entregados. Viktor disfrutó cada mínimo cambio, cada señal de su incomodidad. No necesitaba hablarle para que ella supiera que estaba ahí por ella.Y no sería la última vez.Desde esa vez, cada noche, como un reloj, Viktor tomaba asiento en el mismo rincón. No hizo alarde de su presencia, no intentó acercarse. Solo la mira. Se del
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Una propuesta peligrosa
Los días que siguieron transcurrieron en un vaivén de tensión constante para Alina. Aunque Viktor seguía asistiendo al club cada noche, se mantuvo a la distancia, observándola con aquella mirada obsesiva que le hiela la sangre. Ya no le envía obsequios, ni intenta acercarse a ella. Pero su mera presencia es suficiente para perturbarla.Desde la muerte del borracho, los hombres parecían haber recibido un mensaje silencioso pero claro: Alina Montenegro no estaba disponible para nadie. Era como si Viktor le hubiera marcado con un sello invisible, un aviso de peligro que solo él podía leer. Ningún cliente intentaba abordarla, ni siquiera aquellos que antes le susurraban promesas en el aire o le dejaban notas con números de teléfono. Ahora, las propinas llegaban a sus pies sobre el escenario, pero nadie se atrevía a entregárselas directamente. Siempre era otra bailarina la que recogía los billetes y se los entregaba después, con una mezcla de envidia y recelo en los ojos.El ambiente en el
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El susurro del depredador
La lluvia caía en un murmullo constante sobre las calles de la ciudad cuando Viktor salió del interior de la casa donde dejó a Alina. No solo ella había quedado perturbada con ese encuentro obligado, también él. Algo en su interior se removía con furia, como una bestia que había sido despertada contra su voluntad.Se detuvo bajo el techo en la entrada de la casa. La lluvia insistente tamborileaba sobre el suelo y las barandas de hierro. Alzó el cuello de su chaqueta en un gesto reflejo, pero no era el frío lo que lo afectaba, sino el torbellino de sensaciones que hervía dentro de él. Su chaqueta no podía protegerlo de la tormenta interna que Alina había desatado.Cerró los ojos por un momento, respirando hondo, como si intentara disipar el peso de su propia inquietud. Pero la imagen de ella volvió a su mente con una claridad punzante: esos ojos aterrorizados pero desafiantes, la tensión en su cuerpo delicado, la manera en que su respiración temblaba entre el miedo y la resistencia, el
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El castigo: El club en llamas
La brisa helada de la ciudad le mordía la piel, pero el frío no era nada comparado con la incomodidad que la carcomía por dentro. Esa noche su función había cambiado de horario, es una alteración inesperada en su rutina que la afectaba más de lo que quería admitir. No solo la exponía a las noches más frías y peligrosas, sino que trastocaba esa frágil estabilidad que con tanto esfuerzo había construido. No tenía opción. Si quería cumplir su sueño, si quería salir de la miseria y la desesperanza que siempre la habían perseguido, debía aceptar los cambios.El peso del sacrificio era algo con lo que había aprendido a convivir. Su ansiedad se enroscaba en su pecho, recordándole con cruel insistencia que todo lo que hacía, todo lo que soportaba, tenía un propósito mayor. No quería el destino de su madre, una existencia llena de privaciones, conformismo y malos tratos. No quería verse atrapada en la misma jaula, resignándose a una vida que nunca la haría feliz.La noche anterior, cuando le i
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Su maldición y su única redención
El humo aún impregnaba la ciudad, un recordatorio fantasmal de la tragedia. Para muchos, el incendio del night club fue solo un accidente, un desafortunado evento que se llevó vidas y destruyó un negocio. Pero Alina sabía la verdad. Y el peso de ese conocimiento la asfixiaba.Encerrada en su habitación, abrazó sus rodillas y hundió el rostro entre ellas. La voz de Laura resonaba aún en su mente, trayéndole la noticia que le había quitado toda paz: Renata no sobrevivió.«No pudieron sacarla a tiempo» recordó con dolor que le había dicho Laura con la voz entrecortada. «No lo logró, Alina… Renata se fue»El dolor la atravesó como un puñal. Renata, la única otra persona con la que había sentido una verdadera conexión en ese lugar, ahora era solo un recuerdo. Se cubrió la boca con la mano para ahogar un sollozo. Y lo peor de todo era que no podía hablar, no podía gritar la verdad. No podía decir que sabía quién había sido. Porque ese monstruo aún estaba suelto. Y la quería solo para él.Vi
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El peso de la obsesión
La noche avanzaba y la conversación en la cafetería había adquirido un tono relajado hasta que Alina, repentinamente, decidió levantarse de su asiento.—Bueno, ya me voy —anunció, incorporándose con un suspiro.Antoine y Laura la miraron con extrañeza.—Pero si él apenas acaba de llegar. ¿Por qué esa decisión tan repentina? —reclamó Laura con el ceño fruncido.—Estoy agotada, pasé casi todo el día en la academia y necesito descansar. Tal vez nos podamos ver luego —se excusó, aunque en realidad solo quería estar sola. Forzó una pequeña sonrisa y miró a Laura—. ¿Te parece?Giró hacia Antoine y le dedicó una sonrisa cordial, pero efímera, como si su mente ya estuviera en otro lugar.—Ay, qué aguafiestas eres —se quejó Laura con fingida indignación—. Y yo que imaginaba que nos quedaríamos aquí un buen rato para hablar tontadas mientras tomábamos unas cervezas. ¿Te imaginas cuánto tiempo tenemos sin hacerlo?Alina suspiró, sintiéndose culpable por desairar a su amiga, pero su agotamiento p
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El primer acto del destino
Recién salía del área de los lockers cuando giró su cuerpo para dirigirse al salón de calentamiento antes de que el instructor la llamara para la siguiente clase. Vestía un conjunto de práctica sencillo pero elegante: un leotardo azul marino que se ajustaba a su silueta como una segunda piel, acompañado de unas mallas color crema y un cárdigan ligero que mantenía sus músculos cálidos. Su cabello estaba recogido en un moño pulcro, dejando expuesto su cuello alargado y delicado.Su mente, sin embargo, estaba en otra parte. La propuesta de Laura la tenía inquieta desde hacía dos días. Desde entonces, había procurado evitarla para que no la presionara, pues Laura era insistente hasta el agotamiento. Si se lo proponía, repetiría el tema hasta desgastarla y obtener una respuesta por mera fatiga. Pero Alina no quería tomar una decisión apresurada. Necesitaba evaluar sus opciones.—Alina —escuchó su nombre y giró hacia donde venía la voz.—Ah, señora Grescol. —Era una de las representantes de
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