Amelia regresó al pueblo con la frente en alto, sintiéndose más fuerte que nunca. Había algo en su semblante, una mezcla de paz y liberación, que rompía con todo a su paso como un eco ensordecedor en el aire tenso que rodeaba a los demás. Las miradas de los habitantes del pueblo se volvieron hacia ella mientras avanzaba con pasos firmes, con dirección al castillo, ignorando las susurrantes voces que intentaban desentrañar su transformación. Al llegar al castillo, los guardias les abrieron las puertas y con solo atravesar la entrada Seth la vio y, por un instante, su expresión vaciló. Había esperado encontrar a una mujer quebrada, consumida por la culpa y el dolor, pero lo que vio lo dejó inquieto. Amelia se había vuelto impenetrable, ya no le dolían las burlas, ni sentía celos por la cercanía entre Seth y Lilly.—Amelia. —Dijo Seth, acercándose a ella con una mezcla de incredulidad y preocupación. —Necesito saber la verdad. Sobre... nuestro hijo.Amelia lo miró, serena, pero distante,
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