El aire en la habitación era denso, impregnado de un olor rancio a humedad y metal oxidado. Dante sentía la opresión de las ataduras en sus muñecas, la cuerda áspera clavándose en su piel. Frente a él, Aurora yacía inconsciente sobre una silla de madera desvencijada, su respiración pausada y tranquila contrastando con la tensión que cargaba el ambiente. El hombre gordo, de manos gruesas y movimientos torpes, se inclinó lentamente hacia ella con una sonrisa ladina, sus dedos gruesos deslizándose peligrosamente sobre sus piernas de Aurora, pero ella aún seguía dormida, ajena a lo que estaba sucediendo. Dante, que estaba atado y amordazado, se sintió lleno de rabia y desesperación al ver a Aurora en esa situación.Dante forcejeó con más fuerza, sintiendo la sangre hervirle en las venas. Su instinto de supervivencia y su rabia se fusionaron en un solo impulso. Con un esfuerzo sobrehumano, Dante movió sus manos con más fuerza, la cuerda cedió apenas un poco, pero suficiente para que su d
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