El rugido del motor de la grúa resonó en la autopista cuando el conductor presionó el acelerador a fondo. Con un estruendo metálico, la pesada máquina embistió la parte trasera de la camioneta de Dante, haciéndola sacudirse violentamente. El impacto empujó el vehículo hacia adelante, haciendo que las ruedas traseras se despegaran del suelo por un instante antes de volver a caer con un chirrido de llantas.Dante sintió el golpe en su espalda y apretó la mandíbula. Con movimientos rápidos, retiró el cargador vacío de su metralleta y encajó uno nuevo, dejando que el sonido metálico del mecanismo alistándose se perdiera en el caos.Sin perder más tiempo, sacó medio cuerpo por la ventanilla, sintiendo el viento azotarle el rostro, y abrió fuego contra la grúa que los perseguía.Las balas impactaron contra el parabrisas blindado de la grúa, dejando grietas en el vidrio pero sin atravesarlo. El conductor, un hombre de rostro curtido y manos firmes, apretó los dientes y apartó una mano del v
Dante abrió los ojos con una sensación de pesadez en la cabeza y un sabor amargo en la boca. Su respiración era entrecortada, y un dolor punzante en las muñecas le hizo entender que estaba atado. Intentó moverse, pero los amarres en sus muñecas lo mantuvieron firmemente en su lugar. Su vista estaba borrosa, pero al parpadear varias veces, su entorno comenzó a definirse, una bodega fría y oscura, con un aroma rancio de humedad y óxido, y por supuesto a escremento, las ratas y cucarachas pasaban a su alrededor.Al girar la cabeza con dificultad, su mirada se posó en una figura inmóvil a su lado. Su corazón se detuvo por un instante al reconocer a Aurora. Ella estaba desmayada, con las muñecas igualmente atadas, su cabello cayendo sobre su rostro pálido. Dante sintió un escalofrío recorrerle la espalda mientras luchaba por soltarse. Todo, absolutamente todo lo volvía al día que se suponía que se iba a casar, ese trágico día donde tuvo que luchar por mantenerse con vida, ese día donde
El aire en la habitación era denso, impregnado de un olor rancio a humedad y metal oxidado. Dante sentía la opresión de las ataduras en sus muñecas, la cuerda áspera clavándose en su piel. Frente a él, Aurora yacía inconsciente sobre una silla de madera desvencijada, su respiración pausada y tranquila contrastando con la tensión que cargaba el ambiente. El hombre gordo, de manos gruesas y movimientos torpes, se inclinó lentamente hacia ella con una sonrisa ladina, sus dedos gruesos deslizándose peligrosamente sobre sus piernas de Aurora, pero ella aún seguía dormida, ajena a lo que estaba sucediendo. Dante, que estaba atado y amordazado, se sintió lleno de rabia y desesperación al ver a Aurora en esa situación.Dante forcejeó con más fuerza, sintiendo la sangre hervirle en las venas. Su instinto de supervivencia y su rabia se fusionaron en un solo impulso. Con un esfuerzo sobrehumano, Dante movió sus manos con más fuerza, la cuerda cedió apenas un poco, pero suficiente para que su d
La camioneta negra avanzó por la carretera desierta, con los faros iluminando los restos de una persecución que había terminado en tragedia. El motor rugía con un sonido grave mientras la lluvia ligera mojaba el parabrisas. Dentro del vehículo, Vittorio observaba en silencio los rastros de destrucción, autos destrozados, casquillos de bala dispersos y manchas de sangre sobre el asfalto.Cuando la camioneta se detuvo, uno de sus hombres se acercó con el rostro tenso.—Jefe, en la camioneta todavía hay un hombre con vida —dijo con tono suave.Vittorio no perdió tiempo. Bajó del vehículo y caminó rápidamente hacia los restos de la otra camioneta accidentada. Su mirada gélida se posó sobre el cuerpo malherido dentro del automóvil. Sus facciones se endurecieron al reconocer a Alonzo, por lo visto quien fuera que hubiera hecho eso, habían fallado en su objetivo.—Llévenlo a un hospital de inmediato —ordenó Vittorio con voz firme, sin apartar de Alonzo tratando de buscar entre los escombro
Vittorio se detuvo frente a las bodegas, sus ojos oscuros observaban el edificio con detenimiento. La información había sido clara, Aurora estaba ahí. Sin embargo, él sabía que en el mundo del crimen nada era seguro hasta que lo tenía entre sus manos. Sin titubear, llevó la mano a su cinturón y sacó la máscara de lobo. Se la colocó lentamente, sintiendo cómo el cuero se ajustaba a su rostro, transformándolo en la sombra de la muerte que sus enemigos temían.Con un ademán firme, ordenó a sus hombres prepararse. Nadie hablaba, nadie cuestionaba sus órdenes. Sabían lo que estaba en juego y que su líder no toleraría errores. Él avanzó primero, liderando la incursión. El eco de sus botas resonó en el suelo de cemento mientras la puerta se abría con un leve crujido.Apenas había dado unos pasos dentro cuando divisó a dos hombres corriendo con armas en mano. Sin dudar, alzó su pistola y disparó dos veces. Los proyectiles encontraron sus blancos con precisión. Uno cayó de narices con un g
La noche era fría en los viñedos. El viento soplaba entre las hileras de vides, removiendo las hojas y haciendo que el aroma de la uva madura se mezclara con el de la tierra húmeda. Dante y Aurora caminaban en silencio, sus pisadas amortiguadas por el suelo blando. Aurora se abrazaba a sí misma, tratando de conservar el calor en su cuerpo, mientras que Dante la observaba de reojo.—Maldición —murmuró Dante entre dientes, deteniéndose un momento y quitándose la chaqueta para colocarla sobre los hombros.—Gracias —susurró Aurora, ajustándose y sintiendo un poco de alivio.El crujir de ramas a sus espaldas los alertó. Dante detuvo su paso y giró lentamente la cabeza. A unos metros de distancia, dos sombras se movían entre las ramas acercándose con cautela. El instinto de supervivencia se activó en él de inmediato.—Escucha, tienes que esconderte —dijo Dante a Aurora en voz baja, tomándola por los hombros.—¿Qué? No, no te voy a dejar solo —respondió ella, con una mezcla de miedo en sus o
Dante y Aurora avanzaban con cautela por los viñedos, lanzando constantes miradas a su alrededor para asegurarse de que nadie los seguía. La oscuridad de la noche jugaba a su favor, ocultándolos entre las sombras de las ramas. Sus pasos eran rápidos, pero silenciosos. La tensión en el ambiente era palpable.A medida que se acercaban a la ciudad, sus movimientos se volvían aún más calculados. La avenida estaba iluminada, y sabían que cualquier descuido podría delatarlos. Se movieron entre los edificios hasta encontrar una casa donde pudieron pedir ayuda. Golpearon la puerta con urgencia, y un hombre de mediana edad les abrió con gesto desconfiado.—¿Qué necesitan? —preguntó con voz grave.—Necesitamos hacer una llamada —respondió Dante sin rodeos.El hombre los estudió por un momento antes de asentir y hacerlos pasar. Les indicó el teléfono sobre una mesa de madera y se mantuvo observándolos mientras Dante marcaba un número de memoria. La llamada se estableció rápido.—Soy yo. Necesito
Mientras tanto, en uno de los clubes de Antonio, él había decidió ir a celebrar la posible muerte de su querido primo. Antonio alzó su copa de whisky con una sonrisa satisfecha, disfrutando del sabor ardiente que le recorría la garganta. El club estaba en su punto elevado de la noche, con la música vibrando en las paredes y las luces tenues que le daban un aire de clandestinidad al ambiente. Sus ojos oscuros, llenos de júbilo y malicia, recorrían la pista de baile y se posaban en cada detalle con una placidez que rara vez se permitía.Sabía que esa noche era especial. Su estado de ánimo lo delataba, y la razón de su felicidad no era ningún secreto para él, Dante había desaparecido. Más que eso, lo habían arrastrado lejos, y si todo salía como debía, no volvería a ser visto con vida. Se imaginaba el miedo en los ojos de ese malnacido cuando fue rodeado por los hombres que se lo habían llevado, la forma en que suplicaría por una oportunidad que jamás llegaría. Solo de pensarlo, la son