El sol de la mañana filtraba su luz suave a través de las cortinas de la habitación, iluminando el espacio con una calidez que acompañaba el momento perfecto que vivían Leonardo e Isabela. El recién nacido dormía plácidamente en la cuna al lado de la cama, y Isabela, en el sillón junto a la ventana, lo amamantaba con ternura, rodeada por el silencio de su nueva realidad. Su corazón latía en paz, en una calma que solo podía brindar la llegada de su hijo. El pequeño Leandro Arriaga, un ser tan diminuto, pero que ya ocupaba todo su mundo.Leonardo, de pie cerca de la ventana, observaba con una sonrisa llena de orgullo a su esposa. Nunca imaginó que ver a Isabela en ese momento, con su bebé en brazos, lo haría sentir tan completo. Había sido un viaje lleno de angustia, temores y retos, pero ahora, con su familia en sus brazos, sentía que todo había valido la pena.Isabela, al ver a Leonardo, sonrió, aunque el cansancio aún la invadía. Con una delicadeza que solo ella podía tener, miró al
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