La noche en la mansión Arriaga era tranquila, con una brisa suave que entraba por las ventanas abiertas, trayendo consigo la fragancia de las flores del jardín. En la habitación principal, Isabela se acomodó en un sillón junto a la cuna, con Leandro en sus brazos. El pequeño comenzó a moverse inquieto, buscando el calor de su madre, y ella, con una ternura infinita, lo acercó a su pecho. Leonardo, que acababa de salir del baño con el cabello ligeramente húmedo, se detuvo en seco al ver la escena. Isabela tenía el rostro sereno, su mirada llena de amor mientras su hijo se alimentaba de ella con avidez. Su piel se iluminaba con la tenue luz de la lámpara de la mesita de noche, dándole un aire casi etéreo. Leonardo se acercó en silencio, sin querer interrumpir ese momento tan sagrado. Se sentó en la orilla de la cama y apoyó los codos en las rodillas, simplemente observando. Había visto muchas cosas en su vida, había conquistado empresas y vencido rivales, pero nada… absolutamente na
El sol de la mañana se filtraba por los ventanales de la Mansión Arriaga mientras Isabela amamantaba a Leandro en la tranquilidad de su habitación. El pequeño se aferraba con fuerza a su madre, mientras ella acariciaba su cabecita con ternura. Todo parecía en calma, hasta que el sonido del timbre interrumpió la armonía del momento. La ama de llaves se apresuró a abrir la puerta y se encontró con un grupo de hombres vestidos de traje negro, con placas de identificación reluciendo en sus solapas. —¿Podemos hablar con la señora Isabela Arriaga? —preguntó uno de los oficiales con tono serio. La ama de llaves palideció y sin saber qué hacer, titubeó por un instante. —¿Puedo saber de qué se trata? —Tenemos una notificación oficial. La señora Isabela Arriaga está acusada de fraude y necesitamos que nos acompañe para esclarecer la situación. En ese momento, uno de los guardias de la mansión, alarmado por la situación, sacó su teléfono y marcó rápidamente el número de Leonardo, quien se
Leonardo Arriaga caminaba de un lado a otro su habitación, sus manos temblaban de furia e impotencia. Había dinero, poder, conexiones, pero en ese momento nada de eso le servía. Isabela no estaba. No había rastro de su esposa. Sus investigadores estaban rastreando cada posible ubicación, pero hasta ahora, todo era un callejón sin salida. Tomó su teléfono y marcó el número de su hermano. Darío contestó al segundo timbrazo. —Leonardo, dime que la encontraste. —No hay rastro de ella, Darío —su voz sonó quebrada por primera vez en años—. Necesito que vengas. Ahora mismo. —Estoy en camino —respondió su hermano sin dudar. Leonardo cortó la llamada y miró hacia la cuna de su hijo. Leandro dormía, pero su respiración era agitada. Como si también sintiera la ausencia de su madre. Leonardo pasó una mano por su cabello y suspiró con rabia contenida. "Voy a encontrarte, Isabela. No importa lo que cueste." Mientras tanto, a kilómetros de distancia, el auto negro que transportaba a Isabela di
Los días sin Isabela se habían convertido en un tormento constante para Leonardo. Siete días. Siete interminables días desde que ella había sido arrebatada de su lado. Y aunque su mundo parecía desmoronarse, su hijo era la única razón por la que aún se mantenía en pie.Cada mañana, Leonardo se despertaba con la esperanza de que ese fuera el día en que su equipo trajera noticias sobre el paradero de su esposa. Sin embargo, cada amanecer solo traía silencio y frustración. Leandro, en sus apenas días de vida, había empezado a percibir la ausencia de su madre. Sus llantos eran más continuos, su pequeño cuerpo buscaba con desesperación el calor y el aroma de Isabela. Y Leonardo, con el corazón en un puño, hacía lo posible por suplir esa ausencia.El hombre que una vez fue temido en el mundo de los negocios ahora se veía torpe, inseguro y completamente desarmado ante un bebé que dependía completamente de él. Sus noches eran una constante vigilia. Dormía con el monitor del bebé a su lado, pe
La imponente iglesia estaba decorada con ramos de rosas blancas y candelabros que iluminaban el altar con un brillo dorado. Isabela Montiel, con un vestido de encaje perlado y un velo que parecía flotar a su alrededor, temblaba ligeramente mientras esperaba frente al sacerdote. Sus manos estaban heladas, aunque trataba de mantenerse firme. Ese día debía ser el inicio de un nuevo capítulo en su vida, uno lleno de amor, o al menos eso quería creer.Leonardo Arriaga, por otro lado, estaba rígido y ausente. Vestía un impecable traje negro que resaltaba su porte elegante, pero su expresión era fría. Sus ojos no se fijaban en la mujer que estaba a punto de convertirse en su esposa, sino que buscaban a alguien más entre los invitados: Camila Beltrán.Camila, sentada en una de las primeras filas, le sonrió con esa mezcla de ternura y complicidad que solo ella sabía usar. Era la única capaz de romper la fachada impenetrable de Leonardo. Él le devolvió la mirada por un segundo, como si estuvier
La recepción continuaba con la música de una orquesta en vivo y los invitados disfrutaban de un banquete exquisito. Sin embargo, Isabela, parada en una esquina con su vestido blanco perfectamente ajustado, era una silueta solitaria en medio de la multitud. Intentó disimular su incomodidad mientras buscaba a Leonardo, quien había desaparecido hacía más de media hora.Leonardo no estaba perdido, sino exactamente donde quería estar: en uno de los pasillos del lugar, junto a Camila. La mujer, enfundada en un vestido rojo que dejaba poco a la imaginación, lo miraba con una sonrisa seductora.—¿Qué haces aquí, Leo? Esto es tu boda. ¿O es que ya no puedes estar lejos de mí? —preguntó Camila con un tono que mezclaba burla y provocación.Leonardo pasó una mano por su cabello, frustrado.—¿De verdad crees que quiero estar ahí con ella? Esto es un teatro ridículo que no pedí.Camila se acercó más, colocando una mano en su pecho.—Entonces no lo hagas. Vete conmigo. Deja de fingir por los demás.
El amanecer trajo consigo una tormenta mediática que Isabela no estaba preparada para enfrentar. Mientras el sol apenas asomaba en el horizonte, su nombre ya estaba en boca de todos. En televisión, radio y redes sociales, las imágenes de Leonardo y Camila abandonando la ceremonia se repetían una y otra vez, cada titular más cruel que el anterior: “La esposa abandonada: ¿Merecía Isabela Montiel este trato?”“Camila Beltrán, la verdadera mujer de Leonardo Arriaga”“La dulce pero débil Isabela: ¿una elección impuesta?” Isabela permanecía encerrada en la suite nupcial, ahora vacía de toda alegría. Había pasado la noche en vela, leyendo los comentarios llenos de burlas en internet. Su teléfono no paraba de vibrar con mensajes y llamadas de conocidos, familiares, e incluso desconocidos que no dudaban en opinar sobre su vida privada. —"Si ni su esposo la quiere, por algo será."—"Debe de ser una mujer muy aburrida."—"Pobre Leonardo, atrapado en un matrimonio obligado." Incluso su propia
En el exclusivo hotel donde Camila y Leonardo se refugiaron tras abandonar la boda, la atmósfera era una mezcla de lujo y descaro. La suite presidencial era un oasis de mármol, cristales y vistas panorámicas de la ciudad, pero el verdadero espectáculo estaba ocurriendo en las redes sociales y los medios, donde Camila movía los hilos a su favor. Con una copa de champán en la mano y su teléfono en la otra, Camila revisaba con satisfacción las noticias. Las fotografías de ellos dos habían logrado exactamente lo que ella quería: acaparar la atención de todos. Mientras Leonardo permanecía sentado en el sofá con una expresión de cansancio, ella se inclinó hacia él con una sonrisa seductora. —¿Lo ves, amor? Ahora todos saben lo que siempre hemos sido: tú y yo contra el mundo. Isabela no tiene lugar en esta historia. Leonardo la miró, dudando por un momento. Sabía que lo que había hecho era cruel, pero Camila tenía una habilidad única para justificar lo injustificable.—¿Crees que esto era