Capítulo 31. Una lección de humanidad.
Los hombres se giraron hacia Stella, sus rostros reflejaban sorpresa y molestia. Era evidente que no esperaban ser interrumpidos.—No es asunto suyo, señorita. Estos perros son una molestia y deben irse de aquí —gruñó uno, con tono agresivo.Stella no vaciló. Se plantó frente a ellos, su postura firme y desafiante.—¿Molestia? —espetó, con una ceja arqueada—. Son seres vivos, no basura. Si tanto les incomodan, hay formas más humanas de alejarlos.El hombre frunció el ceño, claramente incómodo con las palabras de Stella. Pero antes de que ella pudiera responder, Guillermo dio un paso adelante, su figura imponente, añadiendo un peso silencioso pero efectivo a las palabras de Stella.—La señorita tiene razón. No hay necesidad de actuar con violencia —dijo Guillermo, su voz, aunque baja estaba cargada de autoridad.Uno de los perros, un cachorro con los ojos tristes y el pelaje lleno de lodo, avanzó hacia Stella con pasos cautelosos. Ella se inclinó y lo acarició con ternura, como si quis
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