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23 chapters
Declaraciones
La noche en el club prometía ser una de esas que dejan huella. Apenas cruzamos la entrada, Vincent me guió con su mano firme en la parte baja de mi espalda. Era un gesto de control absoluto, posesivo, pero que en mí solo encendía un fuego que no sabía si quería apagar.Las luces del club titilaban con destellos dorados y escarlatas, la música vibraba en el aire y el murmullo de conversaciones se mezclaba con risas y promesas susurradas. Este lugar era un mundo aparte, un rincón de la ciudad donde la realidad se distorsionaba y las reglas se escribían en deseo.—Te ves hermosa esta noche —murmuró Vincent en mi oído, su aliento cálido enviándome un escalofrío delicioso por la columna.—Lo sé —respondí con una sonrisa traviesa, disfrutando del modo en que sus ojos se oscurecieron levemente.—Presumida.—Realista.Se rio bajo, un sonido grave y seductor que me hizo apretar los muslos instintivamente. Vincent tenía ese poder sobre mí, el de convertir incluso el acto más simple en algo eléc
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Encuentros familiares
Desperté envuelta en el calor de Vincent. Su brazo rodeaba mi cintura con posesividad, como si temiera que me desvaneciera en la bruma del amanecer. Sentí su respiración contra mi cabello, pausada, tranquila, como si por primera vez en mucho tiempo él pudiera relajarse por completo.Giré lentamente para mirarlo. Aún dormido, su rostro se veía más joven, menos marcado por la dureza del mundo en el que se movía. Con la yema de mis dedos recorrí su mandíbula, su pómulo, memorizando cada detalle como si fuera la primera vez.—Si sigues tocándome así, no podré seguir durmiendo —murmuró con voz ronca sin abrir los ojos.Sonreí, sin retirar la mano. —Tal vez esa es la idea.Un suspiro bajo salió de sus labios antes de que abriera los ojos y me atrapara con esa mirada suya que siempre lograba desarmarme.—¿En qué piensas?—En ti —confesé sin reservas.Sus labios se curvaron en una sonrisa ladeada. —Qué peligroso, Havana.—Lo sé —respondí antes de besarlo, un roce lento y perezoso que se fue i
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Vigilados
Cuando llegamos a la mansión de la madre de Vincent, el aire se sintió denso. No porque fuera incómodo, sino porque era de esos lugares en los que podías oler el dinero en las cortinas y en la vajilla de porcelana. La mujer nos esperaba en la sala, sentada con una copa de vino en la mano, observándome como si intentara descifrar qué demonios hacía yo ahí.—Tú eres Havana —dijo, entrecerrando los ojos.—En efecto —respondí, con la misma energía de una entrevista de trabajo para un puesto que no había solicitado.La madre de Vincent, elegantísima y con un aire de reina, entrelazó los dedos sobre su regazo.—Eres escritora.—Así es.—Interesante —murmuró, y el juicio en su tono era más fuerte que un golpe de martillo de juez.Vincent intervino, apoyando una mano en mi espalda, con una sonrisa que delataba que estaba disfrutando de la situación.—Madre, no la interrogues. Havana es increíble. Y además, sabe más de literatura que cualquier persona que conozco.Eso pareció darle una excusa
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