La puerta del apartamento se cerró con un suave clic y la mujer del servicio de limpieza apareció en el umbral, con su bata de trabajo y una sonrisa radiante, como si fuera el momento más común del día. Su presencia era como un respiro, una figura de normalidad, y yo, con el consolador vibrando en mi mano, me sentí completamente fuera de lugar.—¡Oh, perdón! —dije rápidamente, guardando el juguete lo mejor que pude, aunque la caja dorada con el nombre de Vincent grabado seguía visible y era, sin duda, el centro de atención de toda la habitación—. Estoy... estoy organizando algo. Ya sabes, una... especie de... de experimento.La mujer me miró fijamente, una ceja levantada, pero, afortunadamente, no hizo más preguntas. A vece
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