El avión aterrizó en Sídney el 10 de enero, con un traqueteo suave, y el caos estalló antes de que las ruedas tocaran el suelo. Darcy presionaba la nariz contra la ventanilla, gritando sobre canguros, mientras Marc y Eric peleaban por un paquete de galletas, migas volando por el pasillo. Ariadna intentaba calmarlos, la bufanda gris torcida, y Camila, sentada al fondo, reía con Ricardo, que murmuraba sobre cómo no había firmado para tanto ruido. Víctor, en cambio, estaba en su elemento, recogiendo mochilas, guiñando un ojo a Ariadna y prometiendo a todos una semana inolvidable.Estaba demasiado emocionado de tenerlos a todos allí, era una buena manera de darle un cierre a la vida en Australia. ¿Qué mejor que con su nueva familia?—Bienvenidos a mi mundo —dijo, cargando el conejo gris de Darcy mientras bajaban del avión, el aire cálido de Australia golpeándolos como un abrazo.La primera parada fue la casa de Víctor, un bungaló sencillo cerca de la playa, con un porche lleno de tablas d
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