Eran las diez de la mañana y una mujer con una copa de vino tinto, sin poder dejar de sonreír una y otra vez ante el recuerdo que tenía en la mente. Todo había sido tan rápido, ni siquiera ella misma se había dado cuenta de que todo el día lo había pasado de la misma manera, pensando en la misma persona que no debía, lo que nadie sabía era que era una maldita desvergonzada, una mujer a la que no le importaba nada más que su nueva presa. Y ese era el caso de Leona en ese momento, esa sonrisa llena de vanidad, así se sentaba, así miraba la nada y al mismo tiempo el todo porque era en esa nada donde estaba su todo. Todo lo que ella vio como su único propósito. De repente, se levantó del lugar que se suponía que estaría usando su esposo a esa hora, pero siendo el hombre que era, Leona fue quien mejor ocupó ese lugar. Tenía una nueva idea en mente, ese hombre, nunca olvidaría el impulso, el latido que sentía su corazón cada vez que veía a ese hombre lleno de poder. Así era ella, así actu
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